Cambiando de tema

Freddy nació hablando con el apu. Su madre conocía los secretos de las hojas de coca y curaba, aferrándose a libros antiguos y a la bondad de los gentiles que están en las huacas o en esos muros de adobe allá en las alturas.

Freddy es un yachaj o sacerdote andino. Ha dispuesto la mesa, tal y como la recuerda, a pesar del tiempo, de las quietudes del paisaje, de los invitados, de las necesidades (miles) taladrando su cerebro.

“Te hemos implorado que llegue para nosotros el oro, la plata y la vida. Que este año sea bueno. Desde este momento queremos ser benditos”, ha leído don Facundo mientras su aprendiz ordena los muqllos (semillas de la coca) y el abra Oq’epuño se yergue imponente con sus 4.873 metros sobre el nivel del mar.

Don Facundo es un anciano recio, podría ser el maestro de Fredy, pero ambos no se conocen, aunque, intuyo, están conectados. Hablan el mismo lenguaje, sea en el sur o en el norte, en el centro o en el extremo oeste.

Si queremos llevarnos las alpacas del corral para sacrificarlas, si vamos a empezar con el almuerzo festivo en la casa del mayordomo, si nos iremos ya al coso taurino, si emprendemos la caminata al centro mismo del apu, si hay que despedir a San Isidro, si la Virgen de la Asunción visita las chacras, si hay que bendecir los trajes del danzante, si hay que proteger las flores del Cristo, si hay que iniciar un peregrinaje hacia el bosque, habrá que ofrendar a la tierra y a las deidades ancestrales para recibir su venía y continuar.

Nos guiará el sabedor, la sabedora, la maestra, el paqo, el yachaj, el yatiri, la elegida, el elegido, como don Juan de la Isla de Amantaní, a quien el rayo lo ha marcado con una cruz en el dedo pulgar derecho. Por eso sabe, por eso es el alimentador oficial de la pachamama. Por eso, la madre (generosa y oportuna) le dirá si el año entrante será malo o bueno. Si hemos sido recíprocos y solidarios con ella, ya sabemos la respuesta.