La Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA) emitió un pronunciamiento categórico sobre la crisis peruana ocasionada por el golpe de Estado parlamentario. La OEA no aplica esa calificación a la destitución de Martín Vizcarra, pero afirma con rotundidad cuáles son los estándares democráticos del hemisferio establecidos en tratados y pactos de los que el Perú es signatario.
La OEA no ha reconocido formalmente a Manuel Merino, al que ni nombra en el texto. No se da por notificada de que hubo en el Perú una supuesta sucesión constitucional como aquí sostienen la mayoría golpista y sus personeros políticos. En el lenguaje de las relaciones diplomáticas, y guardando las formas que le son inherentes, es un recordatorio de que la consumación de los hechos puede carecer de legalidad y legitimidad. En cambio, le pide al Tribunal Constitucional (TC) que se pronuncie sobre las decisiones adoptadas por el Congreso, en alusión a la vacancia misma y a la demanda competencial que interpuso el Ejecutivo en setiembre pasado respecto a la “permanente incapacidad moral”, que el TC de modo irresponsable se ha negado a debatir.
El TC ha dejado las cosas a medias. Incumpliendo los principios de la interpretación constitucional, que exige oportunidad, claridad y un enorme sentido de realismo, este organismo ha contribuido a una virtual parálisis constitucional del país. En una agregación de esta conducta, ha programado para dentro de una semana la vista de esta delicada causa, con reprobable cálculo respecto a la disminución de la demanda democrática ciudadana.
El TC adopta una posición antinatural. En lugar de presentar soluciones, nos presenta problemas. El organismo llamado a cerrar controversias se ha transformado en un grupo de cálculo y colaborador de la incertidumbre. Es vergonzoso que sean la OEA y luego el presidente de otro país, Colombia, quienes les recuerden sus funciones.
En tanto, la soledad internacional de Merino se iguala al aislamiento interno. Salvo Chile y Uruguay, su presidencia solo motiva silencio y cuidado. Como en 1992, cuando el golpe del 5 de abril, y el año 2000, cuando la ilegal reelección, la comunidad democrática de la región observa críticamente los desarreglos de nuestra democracia.