Por: Hernán Chaparro (*)
Este fin de semana se inició una nueva campaña de comunicación del gobierno con relación a la pandemia (El covid no mata solo). La primera reacción de muchos, me incluyo, fue sentir que por fin hay una actividad en este sentido. Cuando se observa con más detenimiento, se ve que es necesario seguir debatiendo para mejorar lo que se viene desarrollando. No es un asunto de decir que todo está mal, pero tampoco ayuda aplaudir solo porque “por fin, hicieron algo”. Desde el comienzo de la pandemia la lógica ha sido poner la responsabilidad en los ciudadanos. Se ha mencionado que la infraestructura en salud no es la adecuada y que se están haciendo esfuerzos por mejorarla, pero el énfasis final siempre ha estado en lo que la gente tiene que hacer. Hoy, el presidente pide que “no seamos cómplices” y casi casi que cantemos “Culpable soy yo”. De nuevo, el foco se pone en un solo lado.
Un riesgo típico en cualquier acción de comunicación es caer en el activismo y creer que comunicar es sacar mensajes. Otro, es pensar que los mensajes por sí solos cambiarán los hábitos de la gente. Una estrategia de cambio de comportamiento sabe que hay aspectos psicosociales a tomar en cuenta en el público, frenos o barreras que dificultan los nuevos comportamientos, pero también reconoce que la comunicación solo tiene una función y no la responsabilidad del cambio. Es necesario intervenir en el entorno para que las conductas deseadas puedan desplegarse.
Sin embargo, sigue primando en el Ejecutivo un enfoque que deja de lado cosas que el Estado debería hacer, como parte de una estrategia de cambio. La actual campaña contextualiza los mensajes, busca conectarse con emociones y se dirige, en su mayoría, a públicos y situaciones específicas. Eso es un avance porque la información, en abstracto, de lavarse las manos, tener distancia física, etc., poco impacta si no se le habla a alguien en situaciones donde se reconozca. También hay que resaltar que las historias aluden a la necesidad de cuidar a los que se pueden percibir como los más vulnerables de nuestro entorno. Esto es un elemento que, en estudios hechos en otros países, ha mostrado ser más eficiente que apelar a “primero tu salud”.
Lo que está por verse es si estas acciones de comunicación masiva van acompañadas de cambios en los lugares donde el contagio cunde. Ahí se verá si estamos frente a la implementación de una estrategia sólida o solo al lanzamiento urgido de mensajes de efecto limitado. Llama la atención, o puede ser síntoma del problema de fondo, que en la nueva campaña no se incluyan situaciones vinculadas a los mercados y al transporte público. Siguen siendo focos de contagio y para cambiar esto es importante la comunicación, pero también medidas específicas en esos lugares. Ahí se pone en evidencia que no basta invocar a la responsabilidad ciudadana o buscar la conciencia de que podemos ser portadores asintomáticos. Son situaciones en las que las dificultades del Estado se desnudan. Los mensajes, cómo mínimo, deberían reconocer el esfuerzo que se les está pidiendo a las personas para compensar lo que el Estado no puede asegurar.
(*) Profesor/investigador Universidad de Lima.
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