A diferencia de las protestas de la década de los sesenta que lograron vincular las demandas por mayores derechos para las mujeres, las minorías y, especialmente, para los afronorteamericanos con la lucha por la paz mundial y contra la guerra en Vietnam, es decir, enfrentarse tanto contra el poder político de un “establishment” blanco como contra una “política imperial” que se expresaba en una política intervencionista de los EEUU en el Tercer Mundo, en esta última protesta que ha sido masiva, plural y en todo el país contra la brutalidad policiaca y el racismo, ello no ha existido en esta ocasión. Este desenganche también se vivió durante la famosa protesta contra brutalidad policial y el racismo en 1991 en la ciudad de Los Ángeles, que concluyó luego de “seis días de furia” y donde murieron 63 personas y quedaron heridos más de dos mil individuos. Se cuestionó el racismo, pero no el poder imperial.
Es cierto que la actual protesta, la más masiva de todas, ha mostrado no solo que los hondos y mortales desencuentros entre “blancos y negros” que requieren una urgente solución, sino que también ha expresado la crisis de un “neoliberalismo progresista” que como dice Nancy Fraser cree que la meritocracia, la aceptación de la diversidad, el empoderamiento de las mujeres, el posracismo, el ambientalismo, el libre mercado y la globalización son las nuevas bases de una sociedad democrática en un mundo capitalista y desigual.
El impacto por tanto en la política exterior de EEUU sobre América Latina de esta última protesta será “muy tenue”, como dice el periodista Leopoldo Puchi, ya que ella no ha puesto en cuestión la doctrina Monroe (o la política imperial) más allá que se hayan derribado monumentos de claro tinte colonial y racista. La razón principal es que las “inquietudes” de esta protesta han apuntado más al tema de la migración y los inmigrantes y no hacia la política exterior de Trump lo que comprueba el desenganche de los sectores progresistas de EEUU con América Latina.
En este contexto el llamado “excepcionalísimo norteamericano” en el campo internacional, es decir, el consenso bipartidista (republicanos y demócratas) que, como bien dice Puchi, legítima y legaliza que la política exterior de EEUU “está por encima de las obligaciones y principios que rigen para los otros países”, que “consideran como natural que otros Estados se subordinen a Washington” y que “ven como algo normal que el Ejecutivo estadounidense ejerza funciones de tutela, control y resguardo de poblaciones y territorios pertenecientes a otros Estados, no ha sido cuestionado en estas últimas protestas y, por lo tanto, se mantiene”.
Por eso no me parece extraño que, en estos días en que continúa la protesta en EEUU, la administración Trump anuncie que su país presentará por primera vez a un norteamericano como candidato a la presidencia del BID cuando el acuerdo, implícito, es que debía ser siempre un latinoamericano. Lo peor, además, es que ese candidato es Mauricio Claver Careno, asesor de seguridad Nacional para América Latina de la Casa Blanca, miembro de la extrema derecha y del lobby anticubano. Todo un “halcón”. Como informa la agencia INFOBAE, Claver ya tendría el voto de Brasil, Ecuador, El Salvador y Jamaica. Me pregunto cómo votará el Perú. Es decir, para nosotros todo sigue igual: la doctrina Monroe existe y se aplica: América sigue siendo para los norteamericanos. Habría que esperar qué nos dicen las próximas elecciones en noviembre.
Alberto Adrianzén. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.