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Esclavo y mercancía: la odisea del hijo de un barón que fue abandonado para robarle su herencia [FOTOS]

La crueldad previa al ‘Siglo de las Luces’ expuso la mente sombría del ser humano, que prefería adueñarse de todo lo material a costa, inclusive, de poner en peligro a su descendencia. Conoce aquí la historia de James, el niño que besó el cielo y descendió a los infiernos.

James, quien aparece en este grabado de George Bickham the Younger de 1744, llegó por fin a Irlanda reconocido como lo que siempre había sido... aunque no por todos. Foto: NATIONAL PORTRAIT GALLERY, LONDON
James, quien aparece en este grabado de George Bickham the Younger de 1744, llegó por fin a Irlanda reconocido como lo que siempre había sido... aunque no por todos. Foto: NATIONAL PORTRAIT GALLERY, LONDON

La primera mitad del siglo XVIII tenía reglas chocantes de convivencia comparadas a las de hoy. En aquella época, la cual coincidió con el nacimiento de la Ilustración, época de introspección colectiva y fe en el progreso, si robabas un caballo podía ir a la horca; sin embargo, secuestrar a un niño era un delito sin mayor trascendencia. Así como lo leen.

Lord Altham, barón irlandés, tuvo un hijo en abril de 1715, a quien llamó James. Para las familias nobiliarias del siglo XVIII, tener un varón representaba mantener la llama del linaje flameando por todo lo alto; aparte, lo heredaba todo.

James, de no ser por las triquiñuelas del destino, lo habría tenido todo: territorios en Irlanda, Inglaterra y Gales, ingresos de 2.5 millones de dólares al año y el respeto de todas las castas bajas. Sin embargo, la codicia aristocrática se encargaría de volver gris ese futuro de ensueño.

Sumado a sus constantes problemas con los juegos de azar y el alcoholismo, el barón Altham, un domingo de 1717, descubrió a su esposa en la cama con Thomas Palliser, un visitante ‘cercano’. El aristócrata, no obstante, tampoco era muy fiel que digamos. Probó un sorbo de su medicina.

Tras el bochornoso incidente en pleno hogar, el noble echó a su esposa de la casa y le prohibió volver a ver a su hijo. Según BBC Mundo, se sospecha que Altham inventó la jugarreta porque quería librarse a toda costa de ella.

En el año 1722, el barón decidió mudarse junto con su heredero a Dublín, importante ciudad de Gran Bretaña y lugar favorito de aristócratas como él. Aunque seguía manteniendo una vida plagada de excesos, en lo último que pensó fue en trabajar para autofinanciarse.

Para financiar su buena vida, Lord Altham estaba dispuesto a prácticamente cualquier cosa. Foto: Getty Images

Para financiar su buena vida, Lord Altham estaba dispuesto a prácticamente cualquier cosa. Foto: Getty Images

Sally Gregory se llamaba la mujer adinerada que conquistó tiempo después. Su nueva compañera de sábanas no estaba de acuerdo con seguir criando a James y le sugirió al noble abandonarlo. Las bajas pasiones, en efecto, lo instigaron a esa crueldad sin parangón.

Descenso a los abismos

El golpe fue durísimo. James, acostumbrado a ser atendido por criados y demás comodidades, tuvo que cambiar su ritmo de vida. Los callejones oscuros cobijaron su alma y la de otros niños abandonados a su suerte en los suburbios de Dublín.

Luego, la desesperanza alcanzó picos insospechados. Las leyes emitidas por el gobierno buscaban extirpar de las calles a estos menores presas de la vagancia, falta de educación, enfermedades y hambruna. Entonces eran secuestrados y puestos a la orden de asilos para pobres, cuyos miembros deberían reformarlos.

Christ Church de Dublín, lugar del funeral de Altham. Foto: Getty Images

Christ Church de Dublín, lugar del funeral de Altham. Foto: Getty Images

Encuentros y despedidas

“Soy el hijo de un lord”, pregonaba James cuando merodeaba por las bocacalles. A la edad de 12 años, un carnicero llamado John Purcell oyó de él en un mercado y decidió encargarse de su crianza. El niño llegó a sentirse protegido, pero a cambio de tales favores trabajaba de sol a sol en talleres de artesanía. Lo hizo durante 3 años.

El 16 de noviembre de 1727 fue un día especial que James nunca olvidó: su padre, de 38 años, estaba siendo enterrado en la Christ Church de Dublín.

A pesar de haber sido dejado a su suerte por su progenitor, el infortunado borró todo rastro de encono, lloró y repitió hasta el hartazgo que era el hijo del Barón Altham. Mientras James decaía de dolor, su tío Richard Annesley lo identificó y pensó inmediatamente en desaparecerlo, pues su vida lo despojaba de toda herencia.

Annesley hizo de todo para arrebatarle el pequeño a Purcell, incluso acusó al primero de robarse una cuchara de plata —casi un absurdo en la actualidad— y llamó a dos efectivos policiales. Le esperaba el puerto de Dublín.

James fue metido de las greñas a un barco con el objetivo de venderlo. Condenado a ser esclavo de inescrupulosos dedicados a la trata de personas, el hijo del aristócrata fallecido se sintió presa fácil.

Recién llegado a Filadelfia, puerto de mala reputación, la situación del otrora noble volvió a caer en la servidumbre. Allí, los más ‘afortunados’ prestaban servicios gratis sin descanso a fin de esperar un pasaje de sus jefes para cruzar el mar Atlántico.

Más adelante, el hijo del barón fue comprado por un granjero. Entre la inmundicia, su ocupación primordial consistía en talar árboles.

Respirar aire de verdad

No fue hasta 1771 que James se recuperó a sí mismo, vio a través del horizonte la promesa de un nuevo mañana, lejos de esfuerzos entregados a otros.

Se marchó a Jamaica, luego de ser esclavo más de la mitad de su existencia, y se alistó como marino en un buque de guerra. El Almirante de la Flota lo reconoció y prometió llevarlo de regreso a reclamar las propiedades que le pertenecían, pero su tío Richard aún proyectaba su sombra malévola en Irlanda, y era poderoso.

En 1743 asistió a las carreras de Curragh en Kildare, evento social indispensable. Richard Annesley planeó su muerte, al tanto que conducía un carruaje con seis caballo. Trató de atropellarlo a vista y paciencia de los asistentes. Craso error.

Un grupo de 50 hombres armados dieron caza al atacante, y antes de hacer justicia con sus propias manos uno de los equinos cayó sobre él y lo resquebrajó, quedando herido de gravedad.

La carrera del triunfo y un resultado agridulce

El final es curioso por decirlo menos. James reclamó las propiedades de las que Annesley era ‘dueño ilegítimo’ y ganó al soportar una maratón de 12 juicios seguidos. Sin embargo, aún tenía que guardar fuerzas para batallar por las edificaciones familiares de Londres.

La corte de Chancery no tenía buena fama. Getty Images

La corte de Chancery no tenía buena fama. Getty Images

El Tribunal de Chancery le dio la razón a James tras 15 largos años, debido a legalidades y contactos con su tío, quien abusaba del sistema por lo bajo.

Un 5 de enero de 1760 parecía estar todo escrito... ¿o era un espejismo? James sufrió un ataque de asma y feneció a los 44 años. Meses más tarde, Richard murió. El condado de Anglesey, como corolario, fue declarado extinto y nadie lo heredó.

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