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De música ligera

“Como en un rito mezcla goce con humillación, y transforma en fiesta la idea de abuso y violación”.

AGÜero
AGÜero

El cantante Tony Rosado lanzó hace poco frases brutalmente machistas y, de inmediato, los medios nos ofrecieron su perfil sicológico. Algo frecuente cuando se cubren casos de violencia de género.

Pero Rosado no es un anormal. Es corriente. Yo diría transparente. Muestra lo que es regularmente, frente a miles de personas que bailan a su ritmo y le piden que siga siendo él y pagan por eso. Difícil imaginar alguien mejor adaptado.

Shows como los suyos interesan menos como eventos musicales que como performances ideológicas. Habilitan para sus consumidores un catálogo de violencias rutinarias y de “poca monta” hacia la mujer, que articulan una cadena lógica que hace posible la violencia más grave.

Cuando manosea mujeres frente a cámaras y da justificaciones pueriles, está representando lo aceptado. Pero hace algo más, agrega algo. Su show, como en un rito, mezcla goce con humillación, y transforma en fiesta la idea de abuso y violación.

La música de moda, cumbia, reguetón, trap, etc., pese a su simplicidad, tiene un enorme poder simbólico. Lejos de las viejas ideas sobre la función del arte, hoy es un mecanismo que reduce a cosa y mercancía las relaciones humanas, incluso las más íntimas.

Son buenos ejemplos la cultura gansteril o la sexista, que estetizadas, ratifican un mundo cruel, donde no hay prójimos. Y a nuestro pesar, en este concierto abusivo, los feminicidios son el coro final, razonable, de una serie de estrofas de regular vulgaridad.

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