Gritos en silencio. Así se llama la novela de Isabel Córdova y narra hechos de terror de Sendero Luminoso. En la historia, no solo las protagonistas son mujeres, sino la historia misma está contada desde sus miradas., Sandro Bossio Suárez En los últimos diez años la novela de la violencia política en el Perú tuvo un despertar inu­sitado. Un quinquenio después de la derrota de Sendero Luminoso, la novela empezó a meter cabeza en la difícil y, hasta entonces, esquiva realidad política, a diferencia del cuento, que anduvo escudriñando el tema incluso desde la época de la propia escalada. Sin embargo, pese a la internacionalización del tema con novelas ganadoras de premios internacionales y ediciones europeas con traducciones a varios idiomas, las verdades más grandes no estaban dichas. Muchos vacíos quedaban aún en el magma de la historia debido principalmente a un profundo desconocimiento de la realidad política del país, de la experiencia propia, del hálito de vida que solo se encuentra en la experiencia y la observación del contexto. La ficción pura no siempre produce los mejores textos: siempre se requiere de investigación, de vida palpitante, de conocimiento antropológico y humano. Quizás allí, en la excesiva dosis de ficción, radique el raquitismo de la mayoría de las novelas de la violencia política del país. La verdad sea dicha: los mejores ejemplares de este nuevo instinto novelesco los encontramos en las novelas menos difundidas, de autores del interior del país, la mayoría desconocidos. Pues bien, Gritos en silencio, (Ed. San Marcos) de la escritora peruana Isabel Córdova Rosas, es una ficción llamada precisamente a cubrir ciertos vacíos. Escrita con la intensidad de una antropóloga (pues, además, la autora lo es), con la fuerza de una escritora de aventuras, con la belleza de una esteta, con el conocimiento de alguien que vivió de cerca la realidad, la novela se ha transformado en poco tiempo en una de las más importantes del género por varias razones. Una de ellas es que, por primera vez, muestra el punto de vista de una mujer frente a hechos como estos. “Las mujeres de la novela de Isabel Córdova Rosas tienen la ventaja de que han sido creadas desde la óptica femenina más pura, por lo que más que explicarnos el mundo nos permiten entenderlo a través de los sentimientos, a través del calor materno, de una ternura básica que nuestra sociedad solo le permite a las mujeres. Esta ternura fundamental está en la prosa de Isabel como componente natural de su estilo”, ha dicho sobre el punto el escritor mexicano Carlos Maza. Otra razón es que se trata de una novela original, que aborda un tema nunca tratado en el país, el de los espeluznantes “camiones de la muerte”. El amalgama, así, termina entregándonos una historia dolorosa, violenta, aciaga en extremo, en la que siete inocentes prisioneros a manos de las Fuerzas Armadas viajan en un “camión de la muerte” desde Lima hasta Ayacucho, y en el trayecto, sabedores de su destino fatal, deciden ayudar a escapar a la más joven, Julia, para que busque a los familiares y les confiese la verdad: todos los prisioneros ya están muertos y no hay necesidad de buscarlos. Terrible drama que toma cuerpo en una novela de caminos, es decir en una “road-novel” que, como dice el historiador Nelson Manrique, “permite el despliegue discursivo de los procesos personales y sociales que envuelven a los viajeros. Cada punto del itinerario a lo largo de la Carretera Central se constituye en un nudo dramático que va tejiendo la trama del vasto tejido social peruano dentro del cual toma sentido el drama individual de los protagonistas”. La nueva edición de tan memorable novela ha merecido una gira de su autora en varios puntos del país, sobre todo en Huancayo, lugar de nacimiento de la escritora, donde atiborró auditorios y universidades llevando su voz fuerte e inusitada.