El drama de sobrevivir a la guerra. La corresponsal de El País en Beirut ha recogido el testimonio de vecinos de la ciudad siria de Alepo, donde han quedado atrapados entre el fuego de las armas y la muerte. No pueden huir y malviven en el epicentro de la guerra que ha producido 338 muertos en las últimas semanas, en los combates entre el ejército de Bachar el Asad y los opositores al régimen.,En Alepo, escenario de una de las batallas más duras de la guerra civil, aún quedan decenas de miles de civiles, tanto en la zona bajo dominio del régimen de Bachar el Asad como en la parte controlada por los rebeldes. No tienen dinero para huir. Una decena de ellos han relatado a El País en precarias conversaciones por teléfono o por Skype cómo sobreviven en el epicentro de la contienda. Son Mustafá, un cirujano de la parte insurgente que por falta de recursos se ve obligado a elegir qué pacientes vivirán o cuáles no, o el prestamista Jaled que explica cómo los refugiados envían a través de él dinero desde Turquía a sus parientes. La Alepo actual es una sombra de lo que era hace solo cinco años: la mayor ciudad y el corazón económico del país. Hikmat, director de escuela Las puertas de las dos escuelas que dirige a los 26 años Hikmat Shaihan permanecerán cerradas mientras prosigan los intensos bombardeos. Han perdido a dos profesores y a cuatro estudiantes bajo los aviones. Shaihan se sacude aún el miedo del cuerpo, tras salir milagrosamente ileso de un bombardeo que derribó su casa este viernes. “Ya nadie vive en los pisos altos, todos se han mudado bien al primer piso o a los sótanos”, relata describiendo una ciudad en la que parece haber más vida bajo tierra que sobre el asfalto. En sus aulas, 720 niños de los 85.000 contabilizados en la Alepo rebelde atienden cuatro horas diarias de clase. “No es suficiente pero al menos evitaremos que salga una generación completa de ignorantes”, se consuela al teléfono. Jaled, el prestamista Algunas mentes empresariales han sabido sacar provecho del asedio. La mayoría de los civiles se adelantaron al cerco almacenando cuantas reservas de comida les permitió su economía. Tras el asedio, con todas las rutas a Turquía selladas, proliferan los prestamistas en Alepo. Entre ellos Jaled M. quien explica vía Skype el funcionamiento de su negocio. Su hermano vive en Estambul y se dedica a recibir las transferencias que envían los familiares ya sea desde Damasco como desde Berlín. “Una vez mi hermano recibe las transferencias en Turquía yo ejecuto los pagos aquí en Alepo”, explica. Al Jaleel, cuidador de gatos “No se ha abierto corredor ninguno, pero si lo abrieran mucha gente saldría hacia Turquía o Idlib. Están exhaustos”, responde en una llamada de teléfono Mohamed Alaa Al Jaleel. “Aquí solo quedan los pobres, aquellos que no tienen adónde ir, aquellos a los que no les queda nada”, remacha. Al Jaleel es conocido en Alepo como el padre de los gatos, por ser el único que durante la guerra ha encontrado tiempo y energía para hacerse cargo de los felinos callejeros. Los 20 gatos que sus vecinos le confiaron antes de huir del barrio con la esperanza de recuperarlos un futuro día de paz, se han convertido hoy en 170. Famoso en las redes sociales, Al Jaleel ha logrado recaudar fondos con la asociación el Gattaro d’Aleppo para alimentar a los animales pero también para comprar dos ambulancias, mantener a 50 viudas junto a sus hijos e incluso hacer actividades para los ancianos del monasterio cristiano San Elías. Junto a 12 voluntarios, Al Jaleel se lanza al volante de sus ambulancias a cada bombardeo para evacuar a los heridos de entre los escombros. Hace cuatro meses que envió a sus hijos y mujer a Turquía. Mohamed, un huérfano Mohamed Qantar quedó huérfano hace año y medio y desde entonces vive en la Casa de Huérfanos, junto a otros 45 niños de entre tres y 15 años. Qantar estaba jugando al fútbol con sus amigos cuando tronó el cielo. “Tardaron cinco minutos en sacarme de debajo las piedras. Me dolían mucho la mano y el pie”, dice gritando al teléfono como si eso pudiera mejorar la pobre conexión. Nunca más volvió a ver a sus padres. Ambos murieron ese día. Duerme en un refugio bajo tierra y ya ha hecho buenos amigos en el orfanato. A pesar de las prohibiciones de los adultos, los niños siguen siendo un porcentaje importante de las víctimas de los bombardeos, al escaparse para jugar entre callejas y ruinas. Echa de menos a sus padres y está determinado a convertirse en fotógrafo “para testimoniar las bombas de El Asad y la gente que sacan de los escombros”, insiste. Mustafá, el cirujano “Los heridos están apilados en el suelo de los pasillos. Son tantos, y somos tan pocos médicos con tan poco material... Tenemos que mirarles a los ojos y elegir a quién atender…es decir quién vivirá y quién morirá por falta de recursos”, afirma el cirujano Mustafá, el único que atiende este sábado en el hospital El Oman, en la Alepo oriental. Mustafá lleva 20 horas postrado sobre una mesa de operaciones por la que han pasado 15 pacientes destripados por la metralla, y para los que no cuenta ni con el material, ni con el equipo humano necesario. Es uno de los siete cirujanos de los 35 médicos que aún permanecen en la Alepo bajo control rebelde y de los que depende la esperanza de vida de un cuarto de millón de personas. Los combates y los bombardeos en el este de Alepo han dejado 338 muertos en las últimas semanas, entre ellos 106 niños, y herido a otras 846 personas, según el recuento que hace la OMS. De los ocho hospitales que aún quedan medio en pie, cuatro tienen capacidad quirúrgica. Mustafá, de 28 años, ha pasado los últimos tres años con el bisturí en la mano. “Antes de 2013 trabajaba como voluntario y venía (a Alepo oriental) durante mis días libres. Ahora llevo dos meses sin salir de aquí. No puedo irme, no puedo dejarles así. No ahora”, musita casi como para sí mismo. Viuda con 4 pequeños Del millón de civiles que habitaban la Alepo oriental solo quedan los pobres, los que no pueden permitirse pagar un trayecto que les convierta en desplazados ni mucho menos el que les dé el estatuto de refugiados. A las familias exhaustas económicamente se suman los colectivos más vulnerables de la sociedad, como las viudas, los abuelos sin familias o los huérfanos. “Dependíamos de la ayuda de la ONU y de la buena voluntad de mis vecinos. Pero ahora con el cerco no tienen ni para sus hijos, no se lo van a quitar de sus bocas para dárselo a mis hijos”, lamenta al teléfono Um Salah, viuda de 33 años con 4 hijos pequeños a su cargo. Su marido murió hace tres años y medio en un bombardeo. Desde entonces sobreviven de lo que les dan. Jamur, empresario “Los morteros de los terroristas no diferencian entre cristianos o musulmanes, ni entre civiles o uniformados”, espeta al aparato Mohamed Jamur, comerciante de 46 años que vive en la Alepo controlada por el Ejército sirio. “A Alepo la llamábamos Oum al Kheir (la madre de la bonanza en árabe) en tiempos de preguerra”, decía, pisando las cenizas de lo que fuera su fábrica textil en las afueras de la ciudad. Algo por lo que nunca perdonará a los rebeldes. Como muchos de sus vecinos, es de la opinión que los insurrectos usan a los civiles como escudo humano por lo que les prohíben abandonar la Alepo oriental. Hasuni, otro cirujano Esta semana Mohamed Hasuni, de 49 años y padre de tres, ha realizado seis amputaciones. “Cada vez que el Ejército sirio avanza, los terroristas responden incrementando la lluvia de morteros sobre las áreas residenciales de la Alepo occidental”, espeta al aparato desde el hospital Al Razi, uno de los tres de los que dispone la franja bajo control leal y en la que se estima habitan un millón y medio de habitantes. Hasuni asegura que antes del cerco, médicos y enfermeros del Gobierno de Damasco acudían una vez al mes para tratar a los enfermos crónicos. “Pero con el deterioro de los combates, un equipo de enfermeros pagados por el Gobierno ha quedado atrapado y los milicianos no les dejan salir desde hace más de un mes”, asegura. Chofer de ambulancia y cuidador de gatos Mohamed Alaa Al Jaleel ha logrado con el apoyo de la asociación el Gattaro d’Aleppo alimentar a los animales abandonados a su suerte, pero también le alcanzó para obtener dos ambulancias, mantener a 50 viudas junto a sus hijos e incluso hacer actividades para los ancianos del monasterio cristiano San Elías. Trabaja como voluntario en medio de esta guerra.