No hubo política en la campaña de PPK. No hubo mística ni fe. No había sueño común. La política supone convencerse hasta las entrañas y salir a convencer: creer en el potencial de la gente cuando se organiza y habitar una pasión irrenunciable de servir a un pueblo. Eso se lleva en la piel. Nada de eso hubo en la campaña. Al menos no hasta la recta final, cuando se hizo evidente que la contrincante no daba la talla y que había posibilidad de blindar la democracia; entonces –a la fuerza y contra la voluntad de muchos ahí dentro– a esa campaña se le inyectó política: la gente se movilizó, se encendió una pasión, PPK la hizo suya y lo demostró en el momento final del último debate y también en el mitin de cierre en Arequipa: quería ganar. Y, contra todo pronóstico, ganó. Hoy la desgracia nos ha puesto nuevamente –aunque de manera tan dramática y dolorosa– frente a la urgente necesidad de asumir responsabilidad y tomar decisiones. PPK y su equipo, como es evidente, han recibido el golpe, lo han asimilado y se han puesto manos a la obra. Hay un norte: reconstruir el país. Y hay una fe: lo haremos como una sola fuerza. Lo que están haciendo es política. La de verdad.Pero, para nosotros, ¿será esta experiencia, como insiste el ministro de Defensa, una que construya conciencias? ¿Pondremos fin, por fin, al criminal ‘roba pero hace obra’? ¿Comenzaremos a exigir un Estado presente, que rinda cuentas, que no nos trate de idiotas? Regresar a nuestra normalidad mediocre no puede ser más una opción.❧