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Domingo

Para la historia del rechazo

Para la historia del rechazo, por José Rodríguez Elizondo. Foto: La República
Para la historia del rechazo, por José Rodríguez Elizondo. Foto: La República

Confieso que me divierte nuestro afán sureño de excepcionalidad. Vivimos dando ejemplos al mundo de los cuales el mundo nunca se entera. Sin embargo, a veces sucede. Para no ir lejos, fue el caso del reciente rechazo plebiscitario a una Propuesta Constitucional estrambótica.

Con eje en la “plurinacionalidad”, su hiperadjetivado texto terminaba con nuestro Estado nación unitario, convertía en naciones a 11 pueblos originarios (algunos casi extintos) y daba formato jurídico a una revuelta que casi tumbó al gobierno de Sebastián Piñera. En un libraco express, dije que era una vía constitucional novedosa para una revolución disfrazada de “refundación”.

Para la historia del rechazo. Ilustración : Edward Andrade

Ilustración : Edward Andrade

Como siempre, analistas extranjeros de buen leer se entusiasmaron con este experimento en laboratorio ajeno. No solo elogiaron el gran catálogo de derechos que consignaban sus 388 artículos redactados en lenguaje inclusivo. También se derritieron ante un proyecto que privilegiaba el indigenismo, normalizaba el paritarismo, reconocía el sexogenerismo, otorgaba derechos a la naturaleza, respetaba el sentimiento de los animales, consagraba el derecho humano al placer y, en onda decolonizadora, prohibía la esclavitud.

Ninguno captó que su eje estratégico -la “plurinacionalidad”- tenía como fuente un diseño geopolítico que exaltaba la imprevisible “diplomacia de los pueblos” y socavaba la estable diplomacia del estado nación. Sin embargo, alertas no faltaron. Diplomáticos argentinos advirtieron que los territorios del “wallmapu” o tierra mapuche llegaban hasta su costa atlántica. Diplomáticos peruanos declararon que la América Latina plurinacional, que promovía Evo Morales, se orientaba a desmembrar su país para dar acceso al mar a una avanzada aymara. Estaba implícito que ello liquidaba el tratado chileno-peruano de 1929.

Desde el reino de los temas locales, los convencionales chilenos -entre los cuales 64 abogados- tampoco repararon en lo señalado. Ignoraron o soslayaron que, por definición, la plurinacionalidad afectaba el delicado reino del derecho internacional y de las relaciones internacionales.

Entre susto y esperanza

En esas circunstancias, las derechas sistémicas lucían resignadas pues asumían el repudio ecuánime a los políticos. El centro político casi no existía y, por tanto, el susto era cosa viva en los sectores medios y en “los ricos”. Los activistas de la revuelta del 18 de octubre de 2019, por su parte, dejaron de lamentar su interrupción. Entendieron que mejor era constitucionalizar su estallido.

Entre resignaciones, miedos y complacencias, el flamante gobierno de Gabriel Boric apostó a la aprobación de la propuesta y, por ende, a la refundación de la República de Chile. Glosando al recordado Chapulín Colorado, pocos contaban con la astucia (léase inteligencia) del ciudadano de a pie.

Sin embargo, ese ciudadano estaba alerta. Al pueblo realmente existente le bastó observar el menosprecio a los emblemas nacionales y el comportamiento entre indecoroso, soberbio y dictatorial de los convencionales más conspicuos, para concluir que sus objetivos políticos no podían ser los del país. Y, como la necesidad suele crear el órgano, en febrero emergió un poeta con un grupete irónicamente autodefinido como “Amarillos”, llamando a rechazar la propuesta. Según su razón sencilla, lo que Chile necesitaba no era una constitución mala y controversial, sino “una que nos una”.

José Rodríguez Elizondo

“Con eje en la “plurinacio- nalidad”, su hiperadjetivado texto terminaba con nuestro Estado nación unitario“. Foto: La República

Rápido, ese grupete reunió más de 60 mil adhesiones y el poeta Cristián Warnken llenó el vacío de liderazgo patriótico. Fue un momento de inflexión que, en el corto plazo, rescataría la democracia chilena de esa nueva encrucijada. El expresidente Eduardo Frei y otras personalidades, más militantes y simpatizantes de las izquierdas democráticas se pronunciaron contra la propuesta. Las encuestas comenzaron a mostrar que “el rechazo” podía superar a “el apruebo”. La diferencia prevista oscilaba alrededor de los 10 puntos porcentuales.

Así las cosas, el plebiscito del 4 de septiembre culminó con un resultado espectacular: Casi 8 millones de ciudadanos, en un padrón electoral de 13 millones, con un 62% de los votos, rechazaron la propuesta constitucional y borraron del horizonte el peligro de una nación chilena residual. Tan rotunda mayoría se dio a lo largo de todas las regiones y comunas del país y fue más grande, aún, en las habitadas por los pueblos y comunidades mapuches.

La institucionalidad democrática de mi sur conservaba su entereza y, ahora sí, daba un ejemplo al mundo.

Un paso hacia la realidad

Los convencionales más astutos optaron por convertirse en comentaristas televisados de su propio desastre o ensayaron una autocrítica estilosa, en modo Fuenteovejuna. Los con mayor carga ideológica reaccionaron en modo callejonero. En cuestión de segundos, ese pueblo maravilloso que adulaban se convirtió en una panda de ignorantes y “fachos pobres” que había consumido todas las mentiras de las derechas y todos los fakes de los medios.

Para el gobierno fue una derrota sin excusas.

El presidente Boric había encabezado la campaña del apruebo y la votación del rechazo casi duplicó la que obtuvo meses antes en la segunda vuelta presidencial. Sin embargo -al menos hasta la fecha-, aquello no se tradujo en un cambio de rumbo ni en la convocatoria a otras fuerzas políticas, sino en lo que sus operadores llamaron “cuadrar la caja”. Una metáfora que significa rebarajar los puestos y roles del personal político instalado, incluido el alejamiento de camaradas del primer círculo presidencial.

Con todo, algo nuevo comenzó a suceder. El rebaraje puso en los puestos de mayor responsabilidad a mujeres políticas maduras (ojo, no digo viejas), con previa experiencia en los gobiernos de la Concertación. Mejor dispuestas, por tanto, para enfrentar con realismo los problemas más acuciantes de la sociedad. Léase: la violencia, el terrorismo y la delincuencia rampantes.

Desde ese talante, Carolina Tohá, nueva y emblemática ministra del Interior -hija de José Tohá, asesinado ministro del Interior de Salvador Allende- ya anunció una nueva política para la macrozona sur. En lo sucesivo, el apoyo militar a la policía en los estados de emergencia, que se limitaba al resguardo de las rutas, se ampliará a la protección de la vida de las personas.

Su explicación ante el Congreso fue franca y cruda. Aceptando que “no nos gusta nada tener que recurrir a ese instrumento” (el estado de emergencia), reconoció que “las policías no se la pueden” y que la tranquilidad y seguridad de los chilenos, chilenas y mapuches residentes “es la tarea número uno del Estado”.

Para observadores externos eso parecerá obvio, pero en mi sur actual suena a catarsis. Diciendo lo que dijo, Tohá estaría inaugurando una transición desde el utopismo puro y duro a la prosaica realidad. De ser así, el rechazo del 4 de septiembre se consolidaría como una de las fechas históricas de mi querido y aporreado país.

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