Estrategias contra el hambre
Con huertos urbanos y granjas con animales menores, algunas ollas comunes trataron de hacerle frente a la crisis causada por la pandemia. Estas experiencias, fortalecidas por las autoridades, podrían ser claves para mitigar el impacto de la crisis alimentaria que se cierne en el país.
Los pimientos están gordos y muy verdes y aunque María Falcón no los cultivó sino que lo hizo una de sus vecinas, ella está muy orgullosa, como si esas apetitosas hortalizas hubiesen sido moldeadas por sus propias manos. –Mira estas bellezas, mira cómo están –dice, acariciando su tersa piel.
Más allá hay acelgas, nos cuenta. La primera vez que sembraron acelgas salieron grandes y hermosas, pero aparecieron unos gusanos que las echaron a perder. El ingeniero que las capacita les enseñó a hacer purines con ortigas y santo remedio, los gusanos no volvieron.
–Acá tenemos pimientos, beterragas, acelgas, caigua, papaya. El tomate está verde, pero en diez días ya va a estar listo –dice.
Mientras María habla de sus hortalizas, a sus espaldas, el valle de Pamplona Alta se entibia con el brillo solar de otoño. Estamos en el asentamiento humano Absalón Alarcón, sobre uno de esos cerros de pobreza y exclusión que cercan el distrito de San Juan de Miraflores.
Poco después de que se declaró la primera cuarentena de 2020, aquí se creó una olla común. Una de las aproximadamente 2.400 ollas comunes que surgieron en Lima Metropolitana a causa de la crisis provocada por la pandemia.
En estos dos años, las madres de Absalón Alarcón recurrieron a todo tipo de estrategias y recursos para conseguir sus alimentos. Recibieron donaciones de ONG, como Techo, y de una iglesia evangélica cercana. O fueron a recolectar alimentos al Mercado Mayorista de Santa Anita y a otros centros de abastos.
Sin embargo, conscientes de los riesgos de depender de la voluntad de terceros para asegurar sus alimentos, el año pasado iniciaron un proyecto insólito en esta parte de la ciudad: la construcción de un huerto urbano.
Con la ayuda de una ONG –IPES– y dedicándole largas jornadas de trabajo para aplanar el cerro y construir andenes y redes de abastecimiento de agua, lograron que brotara este oasis de vida que la señora María Falcón nos muestra orgullosamente, con una sonrisa en los labios.
–La primera lección que nos dejó la pandemia fue que nosotros mismos tenemos que ser la primera respuesta– dice María, que ejerce el cargo de secretaria general del asentamiento humano. –Puede llegar la ayuda, pero la ayuda tarda y a veces no llega. Así que comenzamos a plantar cada uno, casi como una experiencia familiar, hasta que muchos vecinos vieron que era factible y se contagiaron.
Así nació el Biohuerto Absalón Alarcón.
Vecinas del AH La Capilla en su granja de cuyes, en San Juan de Miraflores. Foto: John Reyes / LR.
Ser autosostenibles
Los expertos temen que el alza del precio de los fertilizantes y la consiguiente reducción de los cultivos podría provocar una crisis alimentaria que afectaría a 15.5 millones de peruanos.
Los más vulnerables, coinciden, serán los más pobres, los que ya fueron golpeados por la crisis de ingresos causada por la pandemia.
Es en este escenario que se deben analizar todo tipo de alternativas para mitigar el impacto de la crisis. Sobre todo en los cerros, donde tantas personas siguen dependiendo de las ollas comunes para alimentarse diariamente. Los huertos son una de esas alternativas.
–Nosotros queremos ser autosostenibles –dice María Falcón. –No depender de las donaciones, porque antes había muchos donadores, muchas empresas, pero ahora ya no están. Las madres de la olla común Absalón Alarcón usan las cebollas para los aderezos, los tomates para los saltados y los tallarines, las lechugas y pepinos para las ensaladas, las papas para infinidad de platillos, las acelgas y espinacas para sus tortillas, el maíz morado para la chicha...
–Esto [sus 900 metros cuadrados de huerto] es chiquito –dice María–. Tenemos otros cinco terrenos destinados a áreas verdes. ¿Te imaginas si tuviéramos la ayuda para aprovecharlos?
A unos kilómetros de allí, en el asentamiento humano La Capilla, en el mismo distrito, otro grupo de madres, de la olla común Yo me quedo en casa, ha apostado por tener una granja de cuyes.
Fueron donados por otra ONG a finales del año pasado. Son 55 ejemplares, varios adultos y muchas crías. Aunque todavía no han beneficiado a ninguno, Julia Chávez, una de las dirigentas de la olla, cree que comenzarán a hacerlo a partir del próximo mes.
Algunos ya lucen bastante gordos y apetecibles. Las madres de La Capilla también instalaron un huerto, aunque hasta ahora solo han cosechado unas cuantas hortalizas, sobre todo lechugas. Julia dice que, ante el incierto panorama que se viene, los vecinos han acordado reactivar pronto el espacio.
–Estas son iniciativas que pueden ayudarnos no solo a mitigar el impacto de la crisis alimentaria, sino también ayudar al desarrollo mismo de la población –dice la regidora Jessica Huamán, miembro del equipo técnico de la Red de Ollas Comunes y una de las mayores impulsoras de que el Estado ponga en marcha políticas de seguridad alimentaria en la capital–.
Hay que dejar de ver a las ollas comunes como entes pasivos, solo receptoras de donaciones, y verlas como una oportunidad para desarrollar actividades que permitan su sostenibilidad.
–La experiencia de los huertos urbanos y de las granjas es una de las prácticas que se pueden replicar en otras ollas comunes –dice, por su parte, Jesús Sánchez, director de Territorio de Techo, una de las ONG que más ha apoyado a las ollas comunes de este distrito–. Y pueden ser estas y otras actividades, que permitan a las ollas recaudar ingresos y ser autosostenibles.
Desde el Concejo Metropolitano, Jessica Huamán ha impulsado la expedición de una ordenanza que promueve la agricultura urbana en la capital, así como otra que regule el proceso de recojo de alimentos por parte de algunas ollas comunes en los mercados de Lima.
María Falcón, la dirigenta de Absalón Alarcón, cree que los municipios distritales tienen que comprarse el pleito. Habilitar terrenos para los huertos, ayudarlos con las instalaciones de riego y darles asistencia técnica. El gobierno nacional también tendría que apoyar. En un escenario incierto, hay que echar mano de todas las estrategias para luchar contra el hambre.
Olla común del AAHH Absalón Alarcón. Cocinan sus propias hortalizas. Foto: John Reyes / LR.
Familias de Ayacucho
En el interior del país, también se vienen poniendo en marcha experiencias que buscan garantizar la seguridad alimentaria de las familias más vulnerables. En Sancos y Carapo, dos distritos de Ayacucho, 117 familias han recibido capacitaciones en tecnologías ancestrales de producción, conservación y almacenamiento de alimentos por parte de la ONG Acción contra el Hambre. Los técnicos también las han instruido en la crianza de animales menores, de modo que puedan incrementar su acceso a alimentos de origen animal. El proyecto beneficia de forma directa a 782 personas.
Capacitación agrícola a familias de Huanca Sancos, en Ayacucho. Foto: John Reyes / LR.