¿El 30 de abril es feriado o día no laborable en Perú?
Domingo

El sueño de la vacuna peruana

El gobierno anunció un convenio con Rusia para producir la vacuna Sputnik V en Perú, pero lo que pocos saben es que el Instituto Nacional de Salud viene bregando hace años para crear una planta que fabrique vacunas no solo para la COVID-19, sino también para otras enfermedades desatendidas por la industria, como la fiebre amarilla, la rabia humana y el dengue.

La planta anunciada por el presidente Castillo estaría lista recién en 2023.
La planta anunciada por el presidente Castillo estaría lista recién en 2023.

El anuncio del presidente Pedro Castillo se escuchó triunfante, quizás demasiado: “Producto de las negociaciones entre el gobierno peruano y el gobierno ruso se ha coordinado la instalación de una planta de producción de la vacuna Sputnik en el país”, dijo el lunes 6, en un breve mensaje a la nación.

Cuando muchos ya estaban celebrando la noticia, al día siguiente el ministro de Salud, Hernando Cevallos, salió a ponerle paños fríos: “No queremos avanzar generando una expectativa a corto plazo porque esto es un proceso comercial y luego de implementación de una planta de producción, y no podríamos definir un plazo. Entendemos que sería de todas maneras para el año 2023”.

Hasta no producirlas, seguiremos comprando vacunas a otros países

Hasta no producirlas, seguiremos comprando vacunas a otros países. Fotografía: Carlos Felix

El acuerdo con el gobierno ruso está en negociaciones, explicó, así que hay que esperar.

Mientras tanto, seguiremos comprando tantas vacunas como podamos, como lo hemos venido haciendo hasta ahora.

Lo que pocos saben es que la idea de instalar una planta de producción de vacunas viene desde hace años y que es promovida por el propio Instituto Nacional de Salud (INS), en particular por uno de sus exjefes, el epidemiólogo César Cabezas.

Y no surgió como una respuesta al COVID-19. Como el propio Cabezas explica, nació antes de la pandemia ante la necesidad de tener a nuestra disposición, en el momento y el volumen en que las necesitemos, vacunas para enfermedades a las que la industria farmacéutica no les presta atención, por existir solo en países en desarrollo: la fiebre amarilla, el dengue, la rabia humana y otras.

Males sin vacunas

Antes de que el COVID-19 llegara a nuestras vidas, en el Perú coexistíamos con una serie de enfermedades que, aunque estaban circunscritas a determinadas zonas del país, resurgían cada cierto tiempo en forma de peligrosos brotes.

–En el Perú, y en Latinoamérica, tenemos enfermedades endémicas, como el dengue, la fiebre amarilla y la rabia, que ya han sido superadas en el Hemisferio Norte– dice César Cabezas. –En el caso de la fiebre amarilla, por ejemplo, hay muy pocos productores de vacunas, solo Brasil y Francia. Como no hay mucha demanda, a los laboratorios no les interesa producirlas.

César Cabezas, exjefe del INS, impulsor de que Perú produzca sus vacunas

César Cabezas, exjefe del INS, impulsor de que Perú produzca sus vacunas

A Cabezas, especialista en enfermedades infecciosas y tropicales, le preocupaba que ante una posible epidemia de fiebre amarilla, Perú no podría tener acceso a un gran volumen de vacunas porque este tipo de vacunas se piden a los fabricantes con un año de antelación.

–De ahí partió la idea de que nosotros deberíamos tener una planta para producir vacunas para enfermedades que no le interesan a todo el mundo, pero que sí afectan a muchas vidas en nuestro país– dice el galeno. – Quizás no se vea como una gran rentabilidad económica, pero sí tiene gran rentabilidad social.

La idea de la planta tampoco partía de cero.

Su antecedente fue un convenio que Cabezas suscribió en el 2013, en su primera gestión como jefe del INS, con los directivos del Instituto Sanofi Pasteur de Francia con el fin de que profesionales peruanos aprendieran a fabricar vacunas. En principio, la de la fiebre amarilla. –

El convenio era para hacer una transferencia tecnológica en tres etapas. En la primera, nos daban el producto terminado, con el rótulo, nosotros nos encargábamos de almacenarlo y distribuirlo. Los franceses, incluso, vinieron, vieron nuestros almacenes y comprobaron nuestras buenas prácticas.

En la segunda etapa, el Instituto Pasteur enviaba la vacuna y los frascos y los técnicos peruanos pasaban a ocuparse también del llenado. Y en la tercera, se completaba la transferencia tecnológica y los peruanos pasaban a encargarse de todo el proceso de fabricación.

Lo más interesante de este acuerdo, según Cabezas, es que una vez que nuestros profesionales aprendían a hacer la vacuna contra la fiebre amarilla, les iba a resultar más fácil hacer las vacunas para otras enfermedades, como la H1N1, la rabia o la influenza en general, porque todas ellas son vacunas de virus inactivado o atenuado.

Pero, como suele pasar, cuando Cabezas dejó el INS, en 2014, el convenio terminó encarpetado en algún archivo. Sus sucesores no le prestaron mayor atención. Los científicos peruanos no aprendieron a hacer vacunas. No aprendieron a hacerlas usando virus inactivados, un dominio que se ha revelado muy valioso con la pandemia, pues es la tecnología que usan para hacer sus vacunas los laboratorios Sinopharm y Sinovac.

Investigar y producir

A inicios del año pasado, cuando Cabezas retornó a la jefatura del INS, retomó su vieja idea de crear una planta para producir de vacunas. Consciente de que los cargos pasan y que esta iniciativa también podía quedar en el aire, buscó apoyo político y con ayuda de la bancada de Acción Popular, promovió un proyecto de ley para declarar de necesidad pública e interés nacional la creación de la planta.

Lamentablemente, dice, el cierre del Congreso frustró la posibilidad de que aprobaran el proyecto en esa legislatura.

Aunque la idea de la planta no tiene un perfil técnico, Cabezas adelantó en un documento algunas ideas preliminares sobre las características que debería tener: por ejemplo, tener una capacidad de producción de 75 millones de dosis anuales. Y contar con profesionales capacitados en la producción de biológicos estratégicos.

La Sputnik V ya se fabrica en Argentina, en los laboratorios Richmond.

La Sputnik V ya se fabrica en Argentina, en los laboratorios Richmond.

El monto de inversión calculado para construir la planta, equiparla y tener capacitados a sus profesionales bordeó los 400 millones de soles.

En paralelo a la idea de la planta, el especialista en enfermedades tropicales impulsó la creación de un Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico, que se encargue de desarrollar y producir kits de diagnóstico y vacunas para el COVID-19 y otras enfermedades endémicas-pandémicas.

–Son caminos complementarios– dice. –Si tenemos un prototipo de vacuna que ha sido probado y validado en campo y que es seguro y eficaz, ese prototipo pasaría a la planta de producción para que sea producido masivamente.

El proyecto del Centro estuvo caminando mejor que el de la planta: en febrero de este año se culminó el estudio de factibilidad. La inversión ascenderá a diez millones de dólares, de los cuales 6.8 millones serán aportados por la Agencia de Cooperación Internacional de Corea.

Mientras aquí la idea de las vacunas made in Perú todavía es un sueño, otros países se consolidan como los grandes productores de la región: con cuatro farmacéuticas, incluida la productora de la vacuna Sputnik V, y en Brasil comenzó la construcción de la mayor fábrica de vacunas de Latinoamérica, en Río de Janeiro.

–Con mis 30 años de experiencia en salud pública, estoy convencido de que el Perú necesita una planta para producir productos estratégicos– dice César Cabezas. –Y las vacunas lo son. Estamos en guerra y las vacunas son nuestras armas.

Reportero. Comunicador social por la UNMSM. Especializado en conservación, cambio climático y desarrollo sostenible. Antes en IDL Reporteros y Perú.21. Premio Periodismo Sustentable 2016. Premio Especial Cáritas del Perú. Finalista del Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación 2011.