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Domingo

Tantas veces Chancho Quemado

El libro Crimen y testigos (Infolectura, 2019), editado en Trujillo, recoge diez historias reales sobre la vorágine de violencia que golpea esa ciudad. Reproducimos una de esas crónicas, dedicada a la fugaz existencia del sicario Christian Martínez Caicero, quien inició su carrera criminal a los 14 años y fue asesinado diez años después, por otros jóvenes como él.

Escribe: Juan Carlos Díaz | Ilustración: Alejandro Alemán

Para conocer al menos lo más visible del historial criminal de Christian Junior Martínez Caicero basta colocar su nombre en el buscador de Google. Y no se tiene que ser muy minucioso para encontrar una foto suya, del 2009, cuando rondaba los 14 años. Aparece en un informe sobre las organizaciones criminales dedicadas a la extorsión, como un soldado más de Segundo Correa Gamarra, conocido como Paco, aquel esperancino que forjó una banda que llamaban Los Malditos del Triunfo y cuyos días se ensombrecieron una mañana de octubre, dentro de las gélidas paredes del penal de Challapalca, cuando un verduguillo surcó su pecho y desangró su corazón.

En la imagen viste un polo de franjas anaranjadas y blancas. Luce serio y asustado, mientras sostiene con la mano derecha un revólver. La instantánea fue tomada el 2 de febrero del 2009, luego de que lo atraparan junto a Chómpiras y Gato Seco por asesinar a un expresidiario y a un estudiante universitario. Fue su debut en las páginas policiales de los periódicos como sicario adolescente ligado a Paco.

La prensa informó en aquella oportunidad que Chancho Quemado y sus amigos aguardaban en un taxi tico, con la placa adulterada SIR-414, a las afueras del local de diversión La Rústica, frente al cementerio Miraflores. Esperaban que el vigilante de ese establecimiento saliera a la calle para matarlo. Y no se trataba de un simple guardián, era Roger Antonio Castillo Sánchez (42), alias El Brujo, de la banda Los Ochenta. Él chalequeaba el lugar.

Los muchachos ya estaban cansados de la espera, pero su momento llegó cuando una puerta se abrió y El Brujo salió a comprar un anticucho en la calle. Ahí se encontró con un taxista conocido y se puso a conversar con él, mientras comía con paciencia cada trozo de carne que retiraba con la boca del palillo. Corrieron hacia él y lo balearon.

El adolescente y sus amigos escaparon en el tico; sin embargo, no tardaron en caer en las manos de la policía. Fue así como nació su apodo. En estos tiempos, el periodista Paúl Acevedo era reportero del vespertino Satélite y consiguió la primicia de esa captura. Él recuerda que Chancho Quemado tenía otro sobrenombre que no le convencía tanto a él ni al superior Serapio Alva, un policía experto en ponerle chapas a los delincuentes. Coincidieron en que le calzaba a la perfección el alias de Chancho, pero el problema era que ya habían bautizado como Cara de Chancho a un detenido de Moche.

El asunto era que de todas maneras debían colocarle algún apelativo, ya que no podían usar su nombre, pues se trataba de un menor. Y en ese afán, se le ocurrió a Paúl el peculiar adjetivo. Por la tarde, aquel gordito de piel morena estrenaba su primera portada como el peligroso Chancho Quemado. Al día siguiente, el resto de los diarios replicó la noticia y el alias, el mismo que se impondría a su verdadero nombre en las páginas policiales durante su trepidante existencia.

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La única imagen que tenía de Chancho Quemado era la de ese gordito obligado a posar para la cámara con un revólver, tras ser capturado por el asesinato de El Brujo. Pero eso cambió el 8 de febrero del 2015. La policía avisó a la prensa de su captura y acudimos hasta los exteriores del complejo policial Alcides Vigo para aguardar su arribo.

Ocurrió que unos suboficiales seguían el taxi de la empresa Especial, de placa T2I-002. En el auto estaba él, acompañado de Chómpiras, como en tantas ocasiones. También se hallaba Cristian Lenon Uriarte Salinas (19), alias Manchas; y el conductor, cuya identidad nadie se encargó de averiguar.

Como suelen acabar las proezas de los uniformados, el trío de amigos se esperanzó en que su auto sería más veloz que el patrullero, cuyos ocupantes les invitaban por la bocina a detenerse, y se embarcaron en un juego del gato y el ratón que terminó cuando tuvieron que abandonarlo al apuro en una esquina de la avenida Tahuantinsuyo y volar a esconderse en el restaurante Doña Bety. Quisieron hacerse pasar por clientes, pero la gente del lugar comprendió que algo malo sucedía y se ocultó bajo las mesas.

La policía atrapó a todos, menos al chofer. A Chancho Quemado le incautó un revólver abastecido con cinco municiones que guardaba en un canguro, y en el taxi encontraron un cartucho de dinamita y drogas. Pero lo más revelador fue lo que le decomisaron a Chómpiras: tres calcomanías circulares de color blanco que en el centro mostraban una camiseta amarilla. En la parte superior del sticker se podía leer la frase: Los Compineros Segurity. Y abajo decía: Chancho Quemado City.

No sorprendería que, para incriminar a los detenidos, los policías les hayan sembrado el arma y las drogas, pero resulta poco probable que se hayan tomado el tiempo de mandar a confeccionar calcomanías extorsivas. Quedaba claro que el sicario había formado su banda y ahora actuaba por su cuenta, distante de Paco.

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A nadie extrañaría que Chancho Quemado se haya ganado varios enemigos y que más de un rival en el tráfico de terrenos o en las extorsiones haya querido verlo bajo tierra. Lo cierto es que me causó sorpresa cuando me llegó el rumor de que murió de un paro cardiaco y lo velaban en casa de una tía suya. Fue un sábado, a mediados del 2018, y recorrí una mañana entera las alturas del sector Los Pinos en La Esperanza, junto a mi colega Jessica Hilario, con la misión de pisar el lugar donde lo despedían de la vida. Pensábamos en el peligro de nuestra búsqueda, en el ritual de disparos con el que se despiden los bandoleros, en el desfile de grupos chicheros interpretando sus tristes tonadas en tributo al bandido caído…

En realidad, parecía más fácil que su alocada existencia acabara en una emboscada de sicarios, debido a su supuesta participación en sonados hechos de violencia, como el asesinato de Omar Gutiérrez; o el frustrado asalto de marcas a un empresario, en el que murió su compinche, Jhon Jeyner Abanto Estrada (34), alias Camote, ocurrido el 27 de enero del 2018. En aquella ocasión detuvieron a su compañero de siempre, Chómpiras.

También asomó su nombre en el crimen de Robert Gary Salazar Durand (41), apodado Bocón Robert, acribillado en el interior de un auto, a solo unas cuadras de la Plaza de Armas de Trujillo, la mañana del 20 de febrero del mismo año.

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Pasado el mediodía del 22 de setiembre del 2018, Chancho Quemado conducía una moto. Abrazada a él iba Dalia Anaís Salvador Vera (26). En una esquina del parque El Progreso tuvo que frenar violentamente por el cruce de un auto station wagon, del que salieron desesperados unos jóvenes armados que gastaron las balas de sus armas contra la pareja. Quizá fue solo un chiquillo el que apretó el gatillo, el mismo que luego se acercó a Christian Martínez y se aseguró de terminar con sus días de un balazo que atravesó el casco y le destrozó el cráneo.

Ya en el diario, con las manos revoloteando en el teclado y la mirada fija en el monitor, caí en la cuenta del largo historial de Chancho Quemado. Mereció tantas portadas, en tantos crímenes lo involucraron, que mi memoria se abrumó y supuse que redactaba sobre el fin de un treintañero próximo a las cuatro décadas. Sin embargo, al consultar en la página del Reniec me di con una sorpresa: desde aquel 2009 en que cayó por la muerte de El Brujo solo habían pasado nueve años. Chancho Quemado había muerto apenas bordeando los 23 años.

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