Cultural

Sheila Alvarado: El arte de hacer un cuento con una canción

La artista plástica, escritora y activista ganó el Premio Nacional de Literatura en la categoría Infantil-Juvenil con el libro Un cuento y una canción.

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Una conversación, un tanto lejana –hace diez años–, me recuerda la única vez que crucé algunas palabras rápidas con Sheila Alvarado Peña. Entonces, ella estaba realizando el proyecto de una novela gráfica con base en el cuento “Ciudad de payasos”, que está dentro del libro Guerra a la luz de las velas del escritor Daniel Alarcón. Precisamente, fue Alarcón quien me la presentó semanas antes del lanzamiento de la citada novela en la Feria Internacional del Libro de ese año.

Desde entonces, he tenido gratas noticias de Sheila Alvarado, como autora de libros propios o como ilustradora, pero la mejor noticia es que un trabajo suyo, Un cuento y una canción (Ed. SM), ilustrado por ella misma, ganó el Premio Nacional de Literatura 2019 en la categoría Infantil-Juvenil. Por supuesto, Alvarado, como hemos visto, no es una improvisada, es artista plástica, activista y como escritora ha publicado Pelilargo, Tomando té, Corazón de algodón de la coneja poeta, Bocadito al amanecer, El vals de las cometas, La maga, entre otros.

El libro premiado cuenta la historia de Niñachallay y su madre, quienes emprenden una caminata de una semana por el monte hacia el Mayu Ura (Río Abajo). A la niña la despertaron temprano, la peinaron y vistieron como para una fiesta. La madre, consciente de aburrirla por el largo camino, le propone narrarle un cuento sobre una canción.

La historia que cuenta la madre a su hija es de Warmi, una niña andina. Tenía un vestido negro, de amplia pollera en la que su madre le había bordado aves de colores. Sobre sus espaldas colgaba un charango, que había sido de su padre y en su cabeza solo sabía una canción que era muy triste. Tan triste que ella quería cantar con alegría, pero no podía. A más intentos, más tristeza, tanto que la gente huía para no escucharla.

Un día conoce a una anciana sabia que no le daba miedo su tristeza y le aconseja que vaya por las riberas en busca de las sirenas, quienes le enseñarán la alegría. En ese camino es que se encontrará con otra niña, Yakutika (Flor de Agua), que lloraba con hambre y con frío y a quien ayudará. El encuentro de ambas dará lugar al desenlace de la historia, tanto de Niñachallay como de Warmi.

La habilidad de Alvarado está en ir trenzando ambas historias, no solo a nivel del curso narrativo –porque no solo se trata de un cuento dentro un cuento–, sino también las hermosas ilustraciones que a medida que corre la historia van dialogando con el texto. Lo lúdico está marcado incluso en el uso de párrafos con letras de distintos colores para diferenciar las historias.

Otro aspecto del cuento es que la autora va dejando señales de que no solo es la historia solidaria de Warmi y Yakutika, sino hay trasfondos simbólicos que explican, por ejemplo, el mundo andino y el amor a la naturaleza. En el trayecto, además de la amistad de las niñas, hay una serie de alusiones en quechua y castellano de plantas (que sirven de alimentos) y animales, como el Atoj, el zorro amigo que cuida de Warmi. Todo ello concebido como un bien armónico que se opone a la acción de los muchachos que provistos de una red y un machete se burlan de Warmi y le roban a Yakutika.

Pero hay más, la tristeza de la canción de Warmi, el vestido negro y la canción triste insinúan el dolor y duelo que han vivido los pueblos de los Andes. Y que el camino de sanación está en ese encuentro fraterno de Warmi y Yakutika, que resultó ser una sirena, quien le enseñó la canción alegre, la misma que Niñachallay escuchará y que años después, como un mensaje de amor, les enseñará a sus hijas.

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