“No tengo nada que ver con eso” fue presentado en la Feria Internacional del Libro. Es una historia real contada desde la ficción. Un libro para iniciar la semana. ,El libro de Juan Carlos Ubilluz es sobre un asesinato muy mediático. No viene al caso mencionarlo porque el objetivo es invernar en lo más profundo del ser. Contar lo que pasa, las acciones que se manifiestan, el dolor al extremo. También es mirar ese otro lado de las historias. Un lugar sin nombres y con muchos recuerdos. Objetos que nos indican un camino sobre nuestras propias sensaciones. El libro es una exposición abierta a los odios, bajezas, ambiciones, a aquellos demonios que nos persiguen en el desayuno, en el almuerzo, en la cena. Cuando apagamos la luz y sabemos que no queda más que la respiración del silencio. PUEDES VER Paul Baudry: “Es más interesante decir una verdad subjetiva y que el lector se lo crea” ¿Cómo se construye un personaje ya conocido en la realidad por el lector? La idea era que había cierta percepción mediática. Era comenzar desde esa percepción y construirla. Hay ciertas opiniones que se tienen de por qué la chica realizó el asesinato, de la relación con el padre. Se trataba de volver a ese caso para sacarlo de esas opiniones y hacer algo más profundo. El libro está envuelto de distintos espacios donde te has desarrollado: lo literario, lo psicoanalítico y lo ensayístico. ¿Cuál es el puente entre ellos? La novela surge como una imposibilidad de realizar el ensayo. Cuando acabé mi primer libro en castellano, “Nuevos súbditos”, pensé escribir un ensayo sobre este tema. Pero luego me pareció impracticable. La relación con el psicoanálisis tiene que ver con mi afición los casos clínicos. En los últimos dos años, he estado leyendo mucho de estos casos. Me parece que ahí hay un desarrollo que no se encuentra en el ámbito literario. Sin embargo, son casos clínicos que no podían funcionar como un cuento, como una novela. Y siempre pensaba qué pasaba si le cambio el comienzo, si le cambio la mitad, el final. Qué pasa si hago un cambio al caso que lo hace brillar como un objeto estético. Desde ahí vino un poco la novela. En su libro, Henry Marsh, un neurocirujano inglés muy reconocido, describe cómo es para él hacer una operación, de lo delicado que es. Lo relacionaba un poco con esa parte psicoanalítica que tienen los escritores, donde incurren también a destaparle el cerebro a sus personajes. En ese sentido, ¿el psicoanálisis se convierte en una herramienta literaria? Sí. Creo que la literatura no necesita realmente del psicoanálisis. Jacques-Alain Miller, seguidor de Lacan, decía que algo que ha traído el psicoanálisis es la atención al detalle. Una atención al detalle que va a revelar la verdad de la persona. Por ejemplo, Alan García puede dar mil discursos, pero le mete una patadita a un tipo y eso se percibe como la verdad de Alan García en su relación con el pueblo. Y es eso lo que el psicoanálisis ha popularizado. Pero eso precede a lo dicho por Marx: la verdad de lo social no se encuentra en los grandes discursos, sino en la forma de mercancía. Es ahí donde se puede ver la verdad de lo social. Jean-François -teórico de la democracia, la literatura y de diferentes artes- sostiene que todo eso está antes del psicoanálisis y antes del marxismo y está en la literatura. En la literatura del siglo XIX hay una atención al detalle que se manifiesta en grandes descripciones que rompe con la trama, donde se ve la verdad del personaje. En el siglo XIX, el novelista comienza a ser visto como un geólogo, como alguien que entra en las profundidades de la tierra para revelar una verdad oculta. En ese sentido, me parece que la literatura no ha necesitado del psicoanálisis para hacer una psicología profundo. Y el mejor ejemplo es Dostoyevski. Es el gran psicólogo de nuestra época. En literatura solemos recordar nombres de personajes. En tu libro se recuerda más a un personaje por su acción. Vargas Llosa hace una descripciones muy buenas. En menos de dos frases ya sabemos quién es el personaje. Y lo podemos identificar. Luego vienen los nombres de los lugares que frecuenta. Pero acá todo eso está fuera. No hay una identificación que se pueda establecer por los lugares. Los únicos lugares que existen son los de internet. Pero sitúas los contextos. Claro. Podemos reconocer el conflicto armado. Que hay un antes y después. Ha habido también un intento por problematizar eso. Por el que no quede cuáles son los episodios del conflicto armado. Para que no distraiga. Es como despojar a la novela de lo imaginario, de aquello que he visto en televisión. Despojar la historia de la pantalla de televisión para llevarlo, como dices tú, a ciertas estructuras profundas del ser humano. También a ciertas maneras de sentir. Haces que tus personajes hablen más de sus problemas que de lo que les hace feliz. Asimismo, pones al lector en una situación donde se puede encontrar en un momento actual o hacer un flashback de su vida y detenerse en la página. ¿Qué te ha generado a ti a la hora de escribir la novela? Lo importante de escoger a estos personajes en el margen de historias no tan convencionales, es que revelan algo que está en el centro, en la normalidad: ciertas tendencias, lo que uno piensa o quisiera hacer. Qué chica no se identifica con el padre y a la vez desea matar a la madre. Qué chica no quiere ocupar el lugar de la madre. Aunque en este caso sea una chica que no quiere ocupar el lugar de la madre. En cualquier caso, quisiera ocupar el lugar de la amante. Esos primeros odios. O qué persona no ha sentido que la pareja es un estorbo. Que quizás estaría mejor solo. O qué persona no ha sentido que ya no sirve. Personas de mayor edad que piensan que ya han cumplido con su misión en la vida. Acá se ven posiciones extremas que dan cuenta de algo que está en la normalidad. Y por eso creo que todo mundo se puede relacionar con la novela. Hay también en el libro referencias a autores. Pizarnik, por ejemplo. Eso guiños muy celebrados por quienes aman la literatura. La novela moderna comienza con un lector de novelas, que es el Quijote. Madame Bovary es una lectora de novelas románticas. En este caso, el personaje es lectora de poesía y de filosofía. Por el lado de la filosofía, el nombre de Nietzsche lo había oído en ciertas charlas de café con respecto a ese crimen. Se identificaba a Nietzsche con un más allá del bien y el mal, que simplemente era más allá de un bien. Quería introducir algo de eso. Y de cómo este personaje no es realmente nietzscheano. Con respecto a la poesía, hay la referencia a Pizarnik, que hecho fue muy importante a la hora de construir a este personaje. Muy importante en la estructura. A partir de ese momento se produce un cambio. Para mí, antes era un personaje más unidimensional. Era alguien que simplemente compartía la ambición con el padre. Cuando introduje a Pizarnik, se volvió en algo más amplio. El hallazgo poético, curiosamente, exigió una elaboración psicoanalítica más profunda. Claro. En ese proceso de convertirte en poeta. El personaje no podía ser simplemente una ambiciosa. Había una búsqueda de sensaciones que no estaban del lado de la ambición. Algunos de los poemas de la chica los tenía que poner yo. Lo que ha servido es soy un mal poeta. Entonces, es lo que escribiría una chica de 18 años, que no tiene mucho entrenamiento. ¿Qué tanto ha costado ponerte en un papel que quizás no forma tanto de ti? Lo marginal es algo que ocurre en el centro. Lo marginal acentúa aquello que ya ocurrió en el centro. Sí, he sentido que he querido salir de una relación y no he podido. Sí, he sentido un odio hacia mis padres, que tengo ambiciones. He querido vengarme. Lo que también creo es que muchas de las cosas que están ahí son de todos nosotros. Las pulsiones y las formas de generar odio. Sí. Muchos dirían que un asesino no es gente como nosotros, no es gente como uno. Pero también uno no es gente como uno. Es una novela que no trata de sensacionalizar el caso, como ocurre en los medios, sino acercar a los personajes a nosotros. Decirle a la gente que no es diferente a un asesino. No tan diferente, por lo menos. ¿Con qué canción acabarías esta conversación? Con "Behind Blue Eyes" de The Who.