“¡Arequipeños, salvad a la patria!”, tituló un pronunciamiento anónimo que circuló en septiembre de 1883. Este exhortaba a los mistianos a pelear contra las tropas chilenas en los últimos tramos de la Guerra del Pacífico. En ese entonces, el ejército de Andrés Avelino Cáceres ya había sido derrotado y el gobierno provisional, con sede en Arequipa, era el último escollo para que Chile imponga sus condiciones de paz.
El desenlace fue la rendición de la ciudad y posterior ocupación chilena. Hasta ahora sigue la controversia, ¿Arequipa acogió a los chilenos?
El 29 de octubre de 1883, una junta de autoridades y diplomáticos firmó en Paucarpata la rendición de la ciudad. Pero previamente, hubo hechos desconcertantes. Por ejemplo, el doble discurso del jefe de gobierno Lizardo Montero y el sentir de la sociedad.
El historiador Hélard Fuentes relata estos episodios en su próximo libro “Meses de incertidumbre y aversión”. El autor refiere que entonces había una expectativa nacional sobre el papel de Arequipa, pero también había división en la ciudad.
“Había un sector dispuesto a luchar y otro que miraba con mucha realidad la situación y consideraban que era imposible dar batalla”, relata Fuentes. Este último grupo era la clase acaudalada y comercial, con más cosas por perder que ganar.
Fuentes sugiere que antes que juzgar, se debe comprender el contexto: era el cuarto año de la guerra, con Miguel Iglesias reconocido como gobernante por los chilenos y quien había llamado a deponer las armas. Debe sumarse el temor que provocaron los excesos cometidos por los chilenos en batallas como San Juan y Miraflores.
A inicios de octubre de 1883, los chilenos avanzaron para tomar Arequipa. Fuentes explica que surgió una expectativa desde el periodismo e intelectualidad para que Arequipa sea la salvadora del país, en base a su fama de ciudad rebelde y porque contaba con tropas del Ejército y la Guardia Nacional.
Diversos autores, narran que, ante la proximidad del invasor, el 24 de octubre de 1883 una junta de notables pidió a Montero no dar batalla dentro de la ciudad, empero, él respondió que daría resistencia hasta en los techos. Y llegan los confusos hechos del 25 de octubre, cuando Montero en la Plaza de Armas, informa a la población sobre la superioridad de las fuerzas chilenas y les consulta si aún querían pelear. Hubo respuesta afirmativa y Montero dice que se dará batalla, pero ya estaba en marcha un plan de retirada del ejército hacia Puno, lo que habría indignado a la gente, quienes se sublevan. Montero huye de Arequipa por Chiguata y en la revuelta, es asesinado el teniente alcalde Diego Butrón.
Ante el abandono que vivía Arequipa, se forma un cuerpo diplomático que parlamenta con el invasor. “Cuando llegan los chilenos, tenemos una junta de notables entregando la ciudad, pero a los militares fugando de Arequipa”, señala Fuentes.
En una posterior entrevista concedida en Argentina, Montero declaró que en Consejo de Guerra predijeron que no había opción de victoria tras perder una posición estratégica en Huasacache. “Es cuestionable la actitud de Montero, porque canalizó esa idea de resistencia y luego renunció”, dice Fuentes.
Hélard Fuentes también cuestionó que todo el peso de la guerra se haya puesto sobre Arequipa, cuando el conflicto en la práctica ya estaba perdido. Incluso el 20 de octubre de 1883, en plena avanzada de los chilenos hacia Arequipa, se firmaba en Lima el Tratado de Ancón, que ponía fin a la guerra. “Es impreciso e injusto pensar que una sola ciudad o región puede levantar a un país”, opina el historiador.
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El ejército chileno permaneció 10 meses en Arequipa. Fuentes refiere que fueron días de frustración. Resalta que las personas no huyen, resisten. Hubo hechos que demuestran el descontento con los ocupantes.
En Quequeña, una reyerta terminó con 2 soldados chilenos muertos y en represalia, el invasor ejecutó a 6 vecinos de la zona, en un exceso que se calificaría hoy como un crimen de guerra. El historiador añade que, según la tradición oral, otros 4 arequipeños en Cayma fueron muertos por soldados chilenos. Además, crónicas de entonces, reseñan peleas y discusiones de la población con la soldadesca.
Fuentes remarca que la prolongada estadía de los chilenos en Arequipa fue para consolidar el régimen de Iglesias, pues sabían que los pobladores podían levantarse en cualquier momento. Y así fue, pues cuando abandonan la ciudad, en agosto de 1884, al poco tiempo empieza una rebelión en favor de Andrés Avelino Cáceres.
Fuentes enfatiza que la participación de la sociedad arequipeña fue activa en la guerra con Chile. Hubo soldados y oficiales, batallones célebres como Guardia de Arequipa y Cazadores del Misti, que participaron en batallas como Tarapacá y Alto de la Alianza. Asimismo, se realizaron colectas.
Añade que debe reconocerse el aporte de cada sector de la sociedad. Por ejemplo, las clases altas prestaron sus casas para acuartelar a la Guardia Nacional. También se brindó apoyo a las viudas y a víctimas de la guerra, como pobladores de Mollendo, ciudad que sufrió un bombardeo en 1879 y un asalto en 1880.