En la noche de Año Nuevo, Adela Cuadros, paramédico de la Municipalidad de Lurín, atendió una emergencia en la carretera. Una joven, su pareja y su hija de nueves meses tuvieron un accidente de tránsito en una moto: “Vi cómo la mamá dejó de respirar mientras el bebé lloraba. Fue chocante, llegué a mi casa y lo único que hice fue abrazar a mi hija. Me decía a mí misma que mi trabajo valió la pena, porque salvé la vida del pequeño, pero no pude pasar fiestas con mi niña”.
Tampoco pudo estar con ella en Navidad. Salía con la ambulancia a las 10.00 p. m. mientras las personas la aplaudían desde sus techos por su labor en medio de la pandemia, pero por dentro la angustia la embargaba: “Pensaba en qué pasaría si me contagio, no iba a poder estar con mi hija, qué iba a ser de ella”. Día a día, Adela convive con el miedo de contraer la COVID-19 y la certeza de que no puede abandonar su trabajo, porque su hija solo la tiene a ella. El padre no cumple con su responsabilidad y debe varias pensiones alimenticias.
Adela forma parte del 18% de madres separadas que son jefas del hogar, es decir, que mantienen solas a su familia, de acuerdo al último Censo Nacional de la INEI. Esta población es vulnerable económicamente, porque según el estudio de la INEI Perú brechas de género del 2019, las mujeres ganan en promedio 29,6% menos que sus pares masculinos.
La pandemia ha agravado aún más su situación, ya que algunos progenitores han utilizado esta coyuntura como falsa justificación para no cumplir sus obligaciones. Además, se ha visto con mayor claridad una problemática normalizada, la romantización de la figura de la supermamá, quien hace todo al mismo tiempo: cocina, cuida, trabaja, deja atrás ambiciones profesionales y su bienestar emocional.
Madres que crían solas
Cada vez que puede, Fabianna (4 años) coge el celular para enviarle audios de WhatsApp a su papá y preguntarle cómo está, otras veces se ven por videollamadas, pero Adela no mantiene comunicación con el padre de su hija. En el 2017 le entabló un juicio por alimentos, donde el juez determinó una pensión de 400 soles; sin embargo, no ha sido constante en los pagos.
“El no venía cumpliendo, ahora peor por la pandemia, su excusa es que no tiene trabajo”, expresa la paramédico. Actualmente, el padre debe dos liquidaciones; es decir, resta pensiones por dos años: 2017 y 2018. Podría ser denunciado por omisión a la asistencia familiar e ir a prisión hasta por tres años.
No obstante, el camino para exigir que se paguen las deudas de cada año es tedioso y largo, tiempo que no se puede esperar en pandemia. “El problema que hay con los procesos de alimentos es que por cada liquidación se hace un juicio de omisión a la asistencia familiar. Entonces, se tiene que volver a hacer todo el procedimiento otra vez como si fuera un caso nuevo. No debería ser así, si yo hice un juicio de omisión a la asistencia familiar por la liquidación número 1, la liquidación número 2 debería ir al mismo proceso y así las demás”, detalla la abogada Edith Aiquipa del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán.
Madres que crían solas
Mientras tanto, los gastos de la hija de Adela no pueden esperar. A causa de una hipotonía congénita, la niña necesita ir a rehabilitación física: “Tiene flacidez en los músculos. Ella puede saltar, bailar, pero llega un momento en que sus piernas no sostienen el peso de su cuerpo”, explica la paramédico. El año pasado, tuvo que dejar inicial de tres años: “Se me empezaron a juntar las pensiones, pero igual le seguía enseñando en casa con sus libros, pero ya no estudiaba”, agrega.
No conseguir el trabajo que esperan o no tener un sueldo suficiente son las excusas que dan muchos padres para no pagar las pensiones. La banalidad de estas justificaciones hizo que una vez una jueza le diga a uno de ellos: ”Bueno, señor, póngase a vender caramelo en los carros, porque sus hijos comen todos los días”, recuerda la abogada Aiquipa.
Claudia Salón cría sola a su hija de 5 años. Era profesora de natación, pero a causa de la pandemia se quedó sin trabajo. Gracias a sus ahorros y la liberación del AFP ha logrado con esfuerzo mantener a su familia: “No tenía suficiente dinero y el dinero que llegaba lo tenía que estirar para todos los meses, porque no sabía cuándo iba a volver a trabajar”.
El padre de la niña también se quedó sin empleo, pero nunca estuvieron en igualdad de condiciones: “Para él fue más fácil porque era: ‘No tengo trabajo y no tengo dinero’. Pero una mamá lo tiene que buscar donde sea, porque mi hija tiene que comer, vestirse y estudiar. Seguí con los gastos íntegros de la niña por varios meses”. En Navidad, Claudia trabajó de vendedora y, si es que la situación no mejora, piensa emprender algún negocio.
El Estado aún no ha planteado alguna medida para ayudar a este sector a sobreponerse económicamente: “No ha habido un seguimiento para saber cuántas mujeres han sido afectadas, retiradas de su trabajo (...) Es importante garantizar un ingreso económico sostenido, los bonos son en determinadas circunstancias. Pero ellas necesitan reactivarse, generar pequeñas empresas o emprendimientos para que haya un efecto a largo plazo y puedan recuperar su salud económica”, enfatiza Rebeca Díaz, representante de la organización Manuela Ramos.
Madres que crían solas
Durante el año escolar, Claudia se levantaba a las 7.00 a. m., su hija entraba a clases virtuales de inicial a las 8.00 a. m. El ritmo era agotador: la niña tenía recesos de hora y media, y se volvía a conectar dos veces más, mientras su mamá cocinaba, limpiaba y de reojo la vigilaba. La comida debía estar lista para el abuelo, quien iba al hospital a acompañar a su otro hijo, paciente oncológico. Tras las últimas horas de estudio de la pequeña, Claudia se alistaba e iba a recoger a su familia al nosocomio, así acababa su día. “Es un cansancio emocional y físico. También está la preocupación por los gastos, ver a mi mamá mal por mi hermano. Todo genera un estrés”, confiesa.
Históricamente, las mujeres se han encargado de las labores del hogar, de acuerdo al informe de la INEI Perú brechas de género del 2019. Mientras los hombres dedican 15 horas con 54 minutos a la semana a labores domésticas y de cuidado, las mujeres destinan 39 horas con 28 minutos a estas actividades, es decir, 23 horas con 34 minutos más que los hombres.
“Tienen que desdoblarse y triplicarse para cumplir el tema de cuidado. Entonces, no tienen tiempo para sí mismas y para reducir todo ese estrés, porque cumplen estos roles prácticamente solas. (...) Esto después pasa factura: un hecho que parece no tan trascendente, puede detonar o producir un quiebre serio, y a veces ni siquiera son entendidas”, explica Sabina Deza, psicóloga de Flora Tristán.
Madres que crían solas
La cultura machista ha hecho que la madre sea responsable del cuidado de toda la familia: “Se plantea como un valor hacia el cual debe dirigirse: una función abnegada y sacrificada. Sin embargo, es una forma de esclavizar, poner esta tarea como exclusiva para ellas”, agrega Deza. Por eso, en algunos países ya se debate la idea de otorgar una renta básica universal.
“Es el pago de una especie de sueldo que está enfocado exclusivamente en reconocer la labor de lo cuidados, que es un trabajo de recae sobre todo en las mujeres. Podría ser una forma en que el Estado apoye su recuperación económica”, sugiere Rebeca Díaz.
Durante la pandemia, Adela y Claudia han sido un poco de todo: enfermeras, profesoras y amas de casa. Tuvieron que lidiar con padres que no pagan la pensión, el miedo a contagiarse de la COVID-19 y dejar solas a sus hijas, además de la frustración, la incertidumbre y el agotamiento. “Cuando estoy cansada igual tengo que estar despierta, viendo a mi hija, viendo el tema de las tareas”, expresa Adela. Ellas son más vulnerables a perder oportunidades de estudio, trabajo, por lo que podrían sentir que sus sueños cada vez son más inalcanzables.