Qué fácil es culpar a Francisco Pizarro y sus tropas de todos los males que afectan al Perú de hoy. Lo difícil es reconocer que seguimos destruyendo nuestro patrimonio cultural inca y preínca casi quinientos años después de la conquista del Tahuantinsuyo y cuando estamos a punto de celebrar el Bicentenario de la Independencia.
Y estos atentados se repiten en todo el Perú.
En Cusco, por ejemplo, se escucha hasta el hartazgo la bendita herencia inca pero los atentados sobran: basta visitar Ollantaytambo para comprobar el terrible daño que sufre la última llaqta inca “viva” por la proliferación de autos y buses que provocan una horrorosa contaminación ambiental. Ni qué decir de la propia ciudad del Cusco, donde solo se conserva a duras penas el Centro Histórico mientras que proliferan los edificios de cinco o más pisos al mejor estilo de Juliaca, construidos sin el mínimo concepto arquitectónico ni urbanístico.
En Paracas, por lo pronto, están a punto de autorizar la construcción de un megapuerto pese a que se trata de una Reserva Nacional (intangible). Mientras que en Chincha y en Nasca crece la expansión urbana sin el menor respeto a su portentoso patrimonio cultural.
Y ahora nos llega la noticia de la carretera de acceso a condominios de lujo que se construyen con bendición municipal en plena campiña moche y en la zona intangible del complejo arqueológico Huacas del Sol y de la Luna, emblema turístico e histórico de Trujillo.
No culpemos al foráneo, los peores enemigos de nuestro patrimonio somos los peruanos.