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Opinión

Emociones que unen, por Hernán Chaparro

En el caso de las protestas en Lima, las emociones han ido por delante... Ese miedo y esa rabia han llevado a que muchos otros sectores, como los bodegueros y diversos comercios minoristas, los estudiantes, trabajadores de la construcción e incluso gremios empresariales, hayan visto que tienen cosas en común

En el debate público, más de uno se ha preguntado por qué, a pesar de que las encuestas mostraban un gran rechazo hacia la gestión de la presidenta y el Congreso, la gente salía poco a protestar. Esa interrogante confundía a Lima con el resto del país. En diversas regiones sureñas, las marchas y manifestaciones fueron una constante por bastante tiempo, incluso haciéndose presentes en la capital para buscar su respaldo. No hubo mayor eco. Quienes no salían a la calle, o lo hacían muy poco, eran los de la capital. Comparto una serie de argumentos para resaltar el rol que las emociones pueden cumplir en todo este renovado proceso de protestas; en particular, conectar nuestros fragmentos desde los problemas comunes.

Las marchas de estos días se iniciaron por una mezcla de miedo y rabia en relación con las extorsiones y asesinatos concentrados en Lima Norte. Los estudios indican que cuando las personas sienten miedo respecto a situaciones de inestabilidad política, económica o social, suelen favorecer políticas de mano dura para combatir y poner orden en estas situaciones. No siempre es un pedido de intervención militar o totalmente autoritaria. En algunos casos, es una demanda de firmeza y eficacia en la acción o combate contra el problema que origina el miedo. En la situación actual, esa demanda también se vio frustrada. Las declaraciones de estado de emergencia no han servido para nada, salvo para desgastarlas como propuesta de solución; los intentos del ministro del Interior por convencer, a partir de acciones para la pantalla, tampoco han funcionado y, muy importante, la gente ve que quienes deben combatir este flagelo, que en primera instancia es la policía, son parte del problema. Por eso al miedo le acompaña la rabia por la inacción y la percepción de injusticia.

Lo ocurrido hace pocos días en Chao y Virú es un buen ejemplo de lo señalado. En ese caso, no fueron los transportistas sino los pequeños negocios quienes se vieron afectados por extorsionadores cuyos nombres son conocidos en la zona. Hasta ahí, el miedo. Pero resulta que, cuando los pobladores fueron a la comisaría para pedir ayuda, les dijeron que mejor paguen nomás porque ellos (la policía) nada podían hacer. Peor aún, ese mismo personal que decía que nada podía hacer era visto pidiendo coimas a transportistas en lugares aledaños. Eso sí podían hacer. Ahí está la desconfianza y la rabia.

En los estudios sobre movilizaciones sociales se adjudica un rol importante a cierto tipo de emociones (casi siempre la rabia o ira ante la percepción de injusticia) y la convicción de ser parte de un colectivo afectado (la identidad social). Se suele discutir si es la identidad social, sentirse parte de un colectivo, lo que permite compartir sentimientos comunes, o si son las emociones que una situación genera lo que lleva a que te identifiques con otras personas. En algunas situaciones, la rabia u otro sentimiento se percibe porque las personas se sienten parte del colectivo afectado. En otros casos, es la ira que una situación genera la que lleva a las personas a reconocer que tienen cosas en común con otras. En el caso de las movilizaciones del sur, surgidas a partir de las muertes causadas por el actual Gobierno, ocurre más lo primero. En todas las regiones afectadas, las comunidades, más aún las ubicadas en zonas rurales, tienen un fuerte sentido de identidad colectiva. Por ejemplo, las decisiones en relación con la participación en las protestas han sido casi siempre decisiones comunitarias. Las muertes han indignado a todos aquellos que se perciben parte de una comunidad sureña cuya identidad está construida a través de la historia, pero que, además, perciben que son los siempre olvidados por la capital. Esas muertes fueron vividas como un acto más de injusticia de un enemigo conocido. Y en Lima, la identificación con ese dolor no llevó a movilizar a muchas personas. Eran los del sur.

En el caso de las protestas en Lima, las emociones han ido por delante. Es cierto que han sido los gremios de transportistas los que se han sentido suficientemente fuertes para organizar las marchas, pero el detonante ha sido el miedo ante las muertes y la rabia ante la inoperancia y/o corrupción de los vistos como responsables. Y ese miedo y esa rabia han llevado a que muchos otros sectores, como los bodegueros y diversos comercios minoristas, los estudiantes, trabajadores de la construcción e incluso gremios empresariales, hayan visto que tienen cosas en común. Se sabe que la inseguridad ciudadana es el principal problema en la mirada de la capital y en las ciudades del norte, por lo que las movilizaciones en la ciudad de Trujillo, o ahora en Virú y Chao, no sorprenden. Pero en el sur y en otras zonas del país también han salido a protestar. En un país fragmentado, donde difícilmente uno se reconoce en el otro, donde se desconfía profundamente de los políticos y donde no se ven líderes que representen y canalicen estos sentimientos, las emociones descritas han sido el código que permite sentir que todos estamos inmersos en el mismo problema que urge solución.

La respuesta del Gobierno, a través del primer ministro, del vocero de la presidenta y de la misma mandataria, ha sido el discurso de la amenaza y el terruqueo. De vez en cuando, un vacío reconocimiento de que efectivamente urgen medidas. En general, una reacción autoritaria que básicamente habla de su incompetencia, debilidad y miedos.

De cara al próximo proceso electoral, los candidatos se enfrentarán a una ciudadanía cansada y desconfiada de los políticos en general, mucho más de aquellos vinculados a los actuales grupos en el Congreso, pero es probable que afecte también a todo aquel que les hable desde las nuevas agrupaciones. Hay una desconfianza generalizada. Parte del reto será conectar con esas emociones que hoy circulan y sirven de referencia.