Otra vuelta de tuerca en el longevo debate sobre la conquista española ofrecieron Pablo Batalla y Carmen Domingo en el diario El País. Y el pedido de que España pida disculpas por el expolio de los pueblos indígenas en las Américas.
Felipe VI, hace unos días, se refirió vagamente a “conflictos y disputas” entre los países de Iberoamérica y que “nuestra relación es tan honda que nos permite hablar de nuestras posibles discrepancias”. ¿Entonces? ¿Esa relación tan honda nos permite hablar de “eso” que es una herida abierta? Tendríamos que ser capaces de hablar. El punto más corto entre dos puntos distantes es la línea recta. Abordemos el asunto y dejemos los circunloquios.
No es fácil. De acuerdo. Pero en esto hay que decir que España está rezagada respecto de Europa, señala el historiador Pablo Batalla. Carlos III, el rey de Inglaterra, ha expresado su “pesar” por los actos de violencia “abominables” cometidos por el Reino Unido en la lucha por la independencia de Kenia. Portugal y Francia han tenido gestos similares. Algunos dirán que son tardíos e insuficientes. Sí, pues. Pero un proceso se ha abierto y no parece tener marcha atrás.
Un punto central en la discusión es la realidad colonial misma. Que el virreinato del Perú o de Nueva España no hayan usado el término “colonia” es irrelevante. (Por cierto, el imperialismo europeo del siglo XIX o el norteamericano en el XX tampoco dejó de existir en ausencia de una oficina “imperialista”). La dura realidad es que el sistema colonial tuvo su razón de ser y sustento en el despojo. En él, los indígenas, por miles, fueron condenados al trabajo forzado en las minas de plata de Potosí o Huancavelica, por encima de los 4,800 msnm, o en los obrajes textiles. Muchos morían de fatiga, otros de frío o de hambre. Ya por no hablar del exterminio del pueblo taíno, al menos 100,000 almas, y otros pueblos en el Caribe, en un lapso brevísimo de sesenta o setenta años. De ahí la decisión de reemplazarlos por esclavos traídos masivamente de África.
En definitiva, decir que el virreinato del Perú o de Nueva España eran territorios con estatus y derechos similares al de Castilla es un despropósito histórico y moral. Hoy, al hecho de hablar de estos asuntos incómodos se le llama memoria histórica, en España y América.
Pero el pasado tiene su tiempo presente. Y en esto lleva razón Carmen Domingo cuando mira la responsabilidad que toca a las repúblicas americanas. Cierto, son estados que nacieron atrofiados, bajo el poderoso imaginario de las castas coloniales, aunque liberales en el papel. Y arrastran aún hoy resabios poscoloniales, pero eso no las exime ni una pizca de la responsabilidad que les cabe en la violencia que ejercen cotidianamente. Vaya si en Perú y en México sabemos de lo que son capaces nuestros estados soberanos. Más de 50 muertos en las protestas recientes en Perú; 43 estudiantes de Ayotzinapa asesinados en lo que constituye un “crimen de Estado”. Y ya no hablemos del pasado reciente, las guerras llamadas Cristiadas en los años 1920, más de un cuarto de millón de campesinos muertos por oponerse a las reformas del Estado mexicano o el exterminio de pueblos amazónicos durante el boom del caucho en Perú. Lo que nos lleva a escuchar con cautela cuando nuestros estados americanos invocan al “pueblo”.
En 2019, el presidente López Obrador, en una carta hecha pública, exigía al rey de España que se disculpe por el pasado colonial en México. Ante el silencio del monarca, Claudia Sheinbaum decide no invitarlo a la toma de mando. Ahora bien, si esa era la idea, las disculpas de España, ¿no debió exigírselas al jefe de gobierno, Pedro Sánchez? Él dirige la política exterior de España. Carlos III viajó a Kenia por decisión del primer ministro. Y lo que dijo en Kenia, cada palabra y cada coma, fue supervisado y aprobado por el gobierno británico. Hoy en día, los reyes no gobiernan.
Si queremos hablar de “esa” distancia que separa a América de España, hagámoslo, pero en serio. Volvamos a la línea recta. Si el vínculo importa tanto y se dice que importa, empecemos por escuchar a la gente, de uno y otro lado del Atlántico, y también a los académicos. Con frecuencia, las discusiones se empantanan con malentendidos y recelos alimentados por un sentido positivista de la historia que niega el mismo hecho colonial. O que sigue hablando de “los españoles”, un fantasma en las calles del Cusco, Lima o México al que habría que exorcizar con memoria y resarcimiento.
¿Seremos capaces de hacerlo en América y en España? El desafío es grande y excede con mucho a la retórica.