Por décadas completas, si ha habido una materia prima que ha acaparado la atención económica mundial ha sido el petróleo crudo. Las alzas y bajas de sus precios han tenido implicancias económicas en países productores y demandantes de este recurso energético, generando que la evolución de su demanda sea como una suerte de termómetro de la salud económica en el mundo.
Al ser cada vez más visibles los efectos del cambio climático como resultado, entre otros factores, de la generación de gases de efecto invernadero a partir del uso de combustibles fósiles como el petróleo, más países han empezado a usar energía renovable más limpia. Esta opción se ha incorporado explícitamente, incluso, en políticas públicas con el objetivo de mitigar la actual crisis climática. Mientras como fuente energética se empieza a denotar una creciente relevancia con las materias primas como el cobre y, desde hace relativamente poco tiempo, con el litio, el petróleo podría pasar a un segundo plano como tal. Veamos algo de esto.
Lo que pasa con el cobre. La transición energética en curso ha originado el aumento de la demanda de este metal a nivel internacional en un contexto de extracción desacelerada de las minas y su probable futura escasez. Como consecuencia, el precio del cobre se ha disparado y no tiene indicios de reversión en el corto plazo. Pero, ¿cuál es el revés de la trama en esta historia? Usemos el instrumental analítico que nos da la economía.
Por el lado de la demanda, ahora resulta que, en lo que llevamos de año, el metal rojo ha subido más de 25%. Además, el futuro del cobre hoy está definido por una oferta limitada y el incremento de la demanda verde. El principal motivo en la trayectoria al alza de los precios está en el aumento del consumo (demanda) en medio de una transición energética orientada a electrificarlo todo. En ese sentido, el cobre se ha convertido en un insumo básico para la transformación con un sistema energético con energía renovable en los sectores de energía y el transporte.
Lo anterior, combinado con la expectativa de temor a la escasez (oferta) ante una reducción de la producción de fundiciones chinas, el temor al agotamiento de las reservas globales, la escasez de proyectos de nuevos yacimientos evidencia que hoy las minas no estarían, ni a futuro, produciendo tanto cobre como lo demanda el mercado. Y a la falta de desarrollo de nuevos yacimientos se junta la desaparición de los de siempre. En este sentido, el cierre de la mina de cobre en Panamá, propiedad de la minera canadiense First Quantum Minerals el año pasado, hizo que las expectativas del mercado pasaran de un superávit a un déficit, lo que contribuyó a la trayectoria ascendente de los precios del cobre.
Según el FMI, se espera que el consumo anual de cobre se duplique de aquí a 2035, superando los 50 millones de toneladas, y que las tecnologías de transición energética expliquen, en parte, la mitad de dicho incremento. El cobre es un componente esencial de los sistemas que permiten aprovechar y transmitir la energía eólica, solar y geotérmica para aplicaciones como la calefacción de hogares.
En perspectiva, según datos del Servicio Geológico de EEUU (USGS) frente a los 2.800 millones de toneladas métricas ya descubiertas quedarían alrededor de 3.500 millones de toneladas métricas de cobre por descubrir. Ello significa que existirán, aproximadamente, 6.300 millones de toneladas métricas de cobre en la tierra.
Alrededor del 65% del cobre identificado, y que aún no se ha extraído de la tierra, se encuentra en solo cinco países de la Tierra: Chile, Australia, Perú, México y Estados Unidos.
Por otro lado, Naciones Unidas apunta que, para alcanzar los objetivos de emisión neta cero para 2030 (y al mismo tiempo descubrir parte de los miles de millones de toneladas de cobre que quedan en la tierra), la industria podría necesitar cerca de 80 nuevas minas de cobre, de tamaño promedio, lo que supone inversiones de centenares de miles de millones de dólares.
Según el estudio de S&P Global, se tarda un promedio de 23 años en descubrir, explorar, autorizar, financiar y desarrollar yacimientos de cobre. Un tiempo estimado que considera que las comunidades son más reticentes a la minería del cobre a tajo abierto debido a sus consecuencias medioambientales.
Por otro lado, no hay que obviar el factor geopolítico y tener en cuenta que algunos de los yacimientos con mayor potencial se encuentran en zonas con violencia para la inversión como, por ejemplo, la República Democrática del Congo.
De acuerdo con algunas consultoras, el alza del cobre tendría para rato, por lo que, en los próximos años, la tonelada métrica del cobre podría alcanzar los 15.000 dólares. Además, el precio podría sostener su alza, basados en previsibles recortes en las tasas de interés por la FED, lo que origina el debilitamiento de la demanda del dólar estadounidense. De allí es por lo que no sorprendería una subida aún mayor del precio del cobre, luego de haberse recuperado un 80% tan solo el último año.
Sin embargo, ya en el mundo real, y fuera de proyecciones, que la escasez prevista se ha moderado. Ya fuera de las predicciones, en el mundo real, el déficit de oferta que se esperaba, finalmente, no habría sido tal, al encontrarse la industria con una realidad que no era la esperada. En el caso del cobre, las fuerzas de oferta y demanda se habrían moderado, desde los niveles actuales, hasta alcanzar los 9.000 dólares en 2028.
En suma, no se discute una sostenida alza en el precio del cobre, al menos en el corto plazo. En cambio, lo que nos preguntamos es si es que contamos con una estrategia adecuada como país respecto a los cambios estructurales en las condiciones de mercados de materias primas existentes y venideras.