Ante la deshumanización, la invisibilización y la normalización de la violencia sexual, surge el arte para rescatar la voz de las víctimas y expresar el dolor poniéndose del lado correcto: el de ellas.
“El testimonio es una herramienta privilegiada para la exploración poética y performática de este crimen de lesa humanidad ejercido con impunidad desde tiempos inmemoriales”, escribe Francesca Denegri en el prólogo del libro de Bethsabé Huamán que ha presentado hace unos días: Hijas del horror: Rocío Silva Santisteban y Regina José Galindo. Mujer, testimonio y violencia en la poesía y el performance.
En él confirmamos cómo las obras de dos artistas (Rocío y Regina) conectadas por las terribles épocas de violencia durante los conflictos armados del Perú y Guatemala nos hacen volver a mirar, a horrorizarnos, a darnos cuenta de que no podemos permitir que las cosas sigan del modo en el que están y que urge una transformación y un compromiso de todas y todos.
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Para Bethsabé Huamán, la estrategia que debe tener cualquier acercamiento a la representación de la violencia sexual es desde el punto de vista de la mujer, de la que está sufriendo la violencia. “Cuando tú ves alguna película o lees algún artículo o libro, si tienes una duda sobre si eso fue una violación, quiere decir que no te lo han contado desde el punto de vista de la mujer y esa duda, ese vacío va a ser llenado por la sociedad desde el prejuicio, desde un punto de vista misógino que va a girar la atención no sobre quien ejerció la violencia, sino sobre la persona que la recibió, y la va a revictimizar y van a hacer preguntas que no son pertinentes”.
Entonces, la escritora e investigadora define claramente que las obras, objeto de su estudio: el libro de poemas Las hijas del terror de Rocío Silva Santisteban y los performances Mientras, ellos siguen libres y La verdad, de Regina José Galindo, no permiten ese espacio de duda y eso es lo que a ella le interesa.