Pedro Castillo y Aníbal Torres empiezan a revelarnos algunos de sus sueños en que aparece la violencia. Unas multitudes llegan a Lima para cerrar el Congreso. Otras le tapan la boca a supuestos opositores golpistas y a la prensa. También hay el sueño de fieras turbas capaces de amedrentar al sistema judicial, y al periodismo de investigación.
Son sueños que van más allá de las marchas pacíficas, o de las reuniones al paso en lugares apartados donde Castillo se despacha contra todo lo que percibe como un límite a su poder absoluto (que nunca ha tenido). Lady Camones lo llama incitación a la violencia. Gladys Echaíz habla de una actitud que “calza con el delito de terrorismo”.
Castillo y Torres no son los únicos que hoy están pensando en salidas rápidas a sus problemas, con el auxilio de multitudes movilizadas. Son fantasías que por cierto caben dentro de lo democrático y su derecho a la protesta. Pero es importante considerar el tono de la convocatoria, quiénes son los que se movilizan, cómo y para qué.
Si consideramos de qué cenáculos violentistas proceden Castillo y no pocos de quienes lo rodean, su recurso oratorio a la fuerza puede tener largo alcance. Desde amedrentar a la ciudadanía con bandas adictas al gobierno (algo así ya lo hacen parvadas de soeces sicarios verbales en las redes), hasta sueños verdes de control militar del país.
Lo que presidente y primer ministro nos están diciendo es que si sus problemas con la justicia y la política llegaran a apretar mucho, estarían dispuestos a convertirse en una suerte de gobierno de ronderos dedicado a azotar a los discrepantes. Obviamente le están dando carta blanca a impacientes violentistas de todo pelambre.
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Castillo confunde haber recibido votos antifujimoristas en una noche de verano, y tener la boca llena de la palabra pueblo, con una efectiva capacidad de movilizar masas política o militarmente significativas. En el mismo tema, debemos suponer que en su constante patinaje Torres está confundiendo a Castillo con Hitler.
La otra confusión en el gabinete consiste en pensar que la aparente abulia de la población maltratada por las políticas y la conducta de sus actuales gobernantes es en realidad un sentimiento a favor del Gobierno. Todo lo contrario.