En 1542 Carlos V aprobó las Leyes Nuevas. Quería mejorar las condiciones de vida de los peruanos originarios. Dispuso que usasen sus propias lenguas, quechua y aimara. Y que aprendiesen español para propender a la armonía de la convivencia social y del entendimiento.
479 años después, anteayer, en la presentación del gabinete ministerial, el presidente del consejo de ministros, Guido Bellido, habló en quechua. Algunos legisladores expresaron su extrañeza, desconcierto y hasta molestia por el uso del Runa Shimi. La lengua madre de la historia de los peruanos.
Este episodio que hace a la ontología del drama histórico del Perú, simboliza con elocuencia la situación política que vive el país. Muestra los graves problemas de cohesión social e integración cultural y nacional que presenta la sociedad peruana. Casi irónicamente en coincidencia con el bicentenario de la República. Y patentiza, adicionalmente, algunos de los elementos que explican el resultado de las elecciones. Y la voluntad política de la mayoría de la población, que favorece un proceso político que cierre las heridas sociales, culturales e identitarias. Que aún producen dolor en el cuerpo de nuestra estructura republicana.
El hecho debe impactar a la conciencia nacional. E indica, por otro lado, que el derrotero planteado por el presidente Castillo para gobernar en función de la eliminación de las desigualdades, la exclusión y el racismo, es ciertamente o debe ser una tarea del consenso nacional.
Que el Perú aspire a ser una sociedad con márgenes de desigualdad y exclusión mínimos, en la que el racismo deje de ordenar y estratificar oportunidades, el ejercicio de los derechos y hasta el acceso al mercado, no es ni comunista ni derechista. Corresponde a una visión humanista y democrática de nosotros mismos. Y es, también, un acto de realismo y pragmatismo para que las inversiones y la estabilidad económica, ergo, el crecimiento, tengan bases sólidas de una estabilidad social básica. Si la ideología cede a la racionalidad política, este es un asunto que no debería fraccionar al país, por el contrario, motivarlo a construir una voluntad de transformación social. Que es una tarea pendiente desde los años 30 del siglo pasado.
La presentación del primer ministro Bellido logró su objetivo. El otorgamiento del voto de confianza. Primera muestra fehaciente de eficiencia política. Y lo hizo a partir de un programa de Gobierno que, ostensiblemente, no es un camino de construcción de cambios radicales y antisistema; más bien un programa realista-progresista. Del cambio social con estabilidad macroeconómica. ¿Que hay insuficiencias y carencias? Ciertamente las hay. Pero nada obsta para que en la práctica y en base al contraste con la realidad puedan ir solventándose.
La presentación del gabinete en la voz y determinación de Guido Bellido ha comprometido al gobierno en la línea del cambio social realista, democrático, dentro del marco constitucional. El que Castillo viene pregonando desde el 28 de julio. Si hace unos días había dudas que esa línea era la hegemónica en el gobierno, hoy no las hay o no las debe haber. Después de la aprobación del gabinete en torno al programa-Castillo, el presidente fortalece su autoridad y su capacidad de gobierno. Él ha marcado la línea.
El voto de confianza abre el espacio de concertación con cinco fuerzas políticas, con las que el presidente Castillo debiera articular una geometría variable de convergencias-divergencias. Ese es el camino para asegurar la gobernabilidad, la estabilidad institucional, la eficacia del programa de gobierno y el cambio social democrático.
Guido Bellido