Debe bajar la temperatura de la crisis política. Los únicos que pueden celebrar, alborozados, el deterioro que hemos apreciado en las últimas horas, son los disruptivos y antisistema, quienes se alistan para sorprender el 2021 y conducirnos en pleno bicentenario a la asfixia de cualquier atisbo republicano y liberal.
Si Ejecutivo y Congreso se enfrascan en una lucha irracional y fratricida pagarán las consecuencias limpiándole la cancha a otros, quienes, si el establishment político se normalizase, no tendrían posibilidad alguna de protagonismo electoral.
De persistir la debacle perderán todos, sin excepción: detrás del manto vizcarrista florecen potenciales candidatos como Salvador del Solar, George Forsyth y Julio Guzmán; en el Congreso, Acción Popular, César Acuña, el propio Guzmán (Partido Morado) o Keiko Fujimori, que tienen bancadas importantes y cuyo destino electoral está atado al de su desempeño parlamentario.
La crisis política precedente (entre PPK y el fujiaprismo) nos conducía a similar escenario, pero la manera en que Vizcarra zanjó el problema (disolviendo el Congreso y aplastando a la oposición con altísima popularidad) desbarató la amenaza, al menos por un tiempo que ojalá durase hasta abril del próximo año.
Hoy, que el propio presidente genera absurdamente el escalamiento de un conflicto impensado, termina desparramando leños secos que luego serán propicios para que alguien se anime a encender la hoguera.
El riesgo es cierto. Ya en la última elección congresal más de un 15% de la población votó por UPP y el Frepap, dos partidos cuyo ánimo era claramente disonante del statu quo (aun cuando hoy en día la bancada frepapista, sea de las más sensatas y ordenadas). Y ello ocurrió con una crisis política en gran medida resuelta o tamizada.
No podemos imaginar a qué escenario nos podríamos enfrentar si la crisis se ahonda. El símil que más cercano encontramos es el de 1990, la última vez que el Perú enfrentó en simultáneo una pavorosa crisis política y económica. El primer gobierno de Alan García dejaba un país inviable, no obstante el país dio un salto un vacío votando por un perfecto acertijo, como fue Alberto Fujimori.
Ya de por sí hay situaciones atípicas que caracterizarán este proceso electoral: no habrá publicidad (por la nueva legislación), no habrá mitines ni visitas callejeras (por la pandemia), y todo se definirá en medios y en redes, con la consiguiente disfuncionalidad que suele conllevar ello. Si se le agrega crisis institucional política y recesión, el resultado puede ser inesperado.
Nos lo mereceríamos, sin duda. La gran responsabilidad recae en los regentes de una transición post Fujimori mediocre y corrupta, que ha desdibujado las ilusiones democráticas y reformistas de quienes, a pesar de todo, apoyaron con sus votos a los últimos gobernantes.
Si alguna esperanza cabe de que el 2021 el país no patee el tablero, pasa porque la clase política se conduzca este último año con inteligencia y mucha mesura. La llama de la disidencia está prendida. Se trata de no atizarla.
-La del estribo: muy recomendables dos documentales de Netflix. Chavela, sobre la inmensa artista Chavela Vargas; y El silencio de otros, sobre el impacto nunca reconocido de la represión franquista durante y luego de la Guerra Civil española (¡cien mil desaparecidos!). El segundo lo produce Pedro Almodóvar; en el primero tiene una notable participación como testigo de excepción.