El reciente trabajo de Johan Leuridan, El sentido de las dimensiones éticas de la vida (Fondo Editorial USMP; 2016), está lejos de ser, exclusivamente, un alegato en favor de la moral y contra el relativismo que subestima la función reguladora social de la ética.El autor cuestiona el paradigma posmoderno de la competencia social sin valores, cuyas expresiones en el espacio público son las visiones utilitarias que adoptan algunos procesos y teorías, como el llamado new public management que sacraliza la privatización del sector público o la apertura de los mercados como consecuencias inexcusables y obligatorias de la globalización.Leuridan anota que esa es la consecuencia de una visión equivocada que absolutiza el papel de la ciencia y de la técnica. Señala que el miedo es la pasión de la democracia actual debido a la incertidumbre sobre la evolución de una ciencia que comprueba pero no obliga. Cree por esa razón que no todo progreso de la ciencia es automáticamente la fuente del progreso de la política y de la moral.Leuridan, con una dilatada actividad educativa –es decano de la Facultad de Comunicación, Turismo y Psicología de la USMP–, reitera que la técnica se dirige a los medios y no a los fines, una premisa que desoyen las universidades que diseñan planes de estudios exclusivamente en función de la competitividad, lo que deviene en el propósito académico que persigue formar a un buen técnico al servicio de la competencia de las empresas.En este punto señala con acierto que los valores juegan en la moral el papel de los principios en la ciencia. En el ámbito de la educación este asunto es crucial ahora que se vuelven a debatir los objetivos de la instrucción pública. Como si no hubiésemos aprendido de las lecciones de tantos fracasos, continúan recortándose los espacios temáticos a las materias relativas a los valores, derechos y convivencia ciudadana, lo que se expresa en la postergación de las humanidades y las ciencias sociales en beneficio de lo útil para la competencia.La visión expresada por Leuridan cuestiona los aparentemente inamovibles estándares de medición de las políticas públicas sobre la investigación, ciencia y tecnología. El autor sostiene que los gobiernos han dado a estos instrumentos una función ideológica que ha logrado eliminar la dimensión comunicativa o moral de la sociedad, por lo que nos recuerda que por sí solas las ciencias y las tecnologías no son capaces de generar una ética.En los últimos años se han incrementado los recursos para el rubro de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) y se afirma que en el quinquenio pasado el presupuesto para este sector ha crecido en más de ocho veces, de 15 millones de soles a 130 millones de soles. También es un acierto que en ese contexto se aprobara una Política Nacional para el Desarrollo de la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI), con seis objetivos: generación y transferencia de conocimiento científico-tecnológico; nuevos incentivos para actividades de CTI; generación de capital humano debidamente calificado; mejorar calidad de los centros de investigación y desarrollo; más información sobre los actores que hacen CTI; y fortalecer la institucionalidad de la ciencia, tecnología e innovación tecnológica.Este esfuerzo sigue colisionando, no obstante, con dos problemas a tenor de las iniciativas que se financian (Concytec sostiene que tiene más de mil proyectos en todo el país). El primero, su débil relacionamiento con las demandas del ámbito regional-local, especialmente las referidas al impacto del cambio climático, el eje que traspasa toda visión actual de desarrollo y cuya trascendencia es profundamente humanista en el sentido de supervivencia (conservación en el sentido lato), mitigación, adaptación y manejo de desastres; y el segundo, la insuficiencia en sus recursos, patente en el hecho de la cancelación de la suscripción nacional para el 2017 a dos importantes catálogos bibliográficos de investigación científica: Scopus y ScienceDirect.http://juandelapuente.blogspot.pe/