La sangre del 17 de julio

Aguardo el 17 de julio con la ilusión del niño que imagina el juguete ofrecido en Navidad. He revisado el texto de madrugada, con la pobre luz de la linterna de mi hijo, sin moverme para no despertar a Érika. He corregido aquellas líneas que me hacían ruido con temor a extrañarlas sin remedio. He leído las generosas palabras de mi maestro Roberto Ángeles que probablemente entiende mejor lo que escribo que yo mismo. Se me escapó una sonrisa en la penumbra alucinando al politólogo Carlos Meléndez terminando la obra, armando el prólogo, teniendo la impensada obligación de escribir sobre teatro. Me hizo recordar Chela de Ferrari qué es lo que más me gusta hacer, lo que fui dejando, lo que me fui olvidando, lo que consiguió haciéndome sentar frente a una hoja en blanco. Pude escuchar cual monólogo interior las frases del editor en esa contraportada virtual que hablaba de un dramaturgo llamado Aldo Miyashiro, a quien no parezco haber leído tanto como él. Estoy emocionado. Hablo en voz alta e interpreto a todos los personajes, calculo los tiempos necesarios y hago caso estricto a las acotaciones. Cuento los días para que llegue el día, esa tarde en la que presentaré mi último libro. Me lleno de una ansiedad innecesaria que estorba el resto de mis actividades. Les explico a mis pequeños que no podrán ir y prometen taparse los oídos. Vuelvo a sentir miedo, esa bendita adrenalina, el horror al vacío, todo eso que me excita y me hace vivir al borde. Estoy listo. Los espero, prometo emociones fuertes. La sangre del presidente. Domingo 17 de julio. 4p.m. Feria del Libro.❧