Una sociedad de violadores

Imagínese la escena: un hombre yace tendido, absolutamente ebrio, sobre el suelo de una discoteca. Nadie sabe cómo llegó a ese estado lamentable. Tal vez fue a pasar un buen rato con un grupo de amigos que lo abandonaron cuando perdió el control. A lo mejor fue con una pareja –una novia o un levante de sábado– que prefirió largarse y dejarlo a su suerte cuando se pasó de copas y se puso pesado. De pronto fue solito a buscar un poco de acción y se puso a beber hasta quedar inconsciente y dormido en un rincón. Ahora, imagínese la siguiente escena: nuestro borracho está inconsciente, tirado por ahí y, de pronto, mientras está tendido, absolutamente indefenso, viene un sujeto, le baja los pantalones y comienza a violarlo enfrente de todos. ¿Qué? ¿Le parece inadmisible? ¿Espantoso? ¿Aberrante? Sin duda, de ocurrir algo así, toda la gente de la discoteca se hubiera abalanzado encima del estuprador y lo habría linchado o, cuando menos, los encargados de la seguridad lo habrían echado del local y golpeado salvajemente. No habría faltado la mano solidaria que hubiera levantado al ebrio del suelo y lo habría embarcado piadosamente en algún taxi. ¿Pero dejar que lo violen en público? ¡Jamás! Sin embargo, cuando la víctima fue una mujer, aquella a la que un sujeto violó en público en una discoteca de Santa Anita, nadie saltó, nadie la defendió, nadie protestó, porque a la gente le parece normal, hasta permisible, que si está ebria hasta la inconsciencia, alguien venga y se aproveche de ella, porque una mujer que se pasa de tragos esta allí para ser usada al libre albedrío de cualquier macho que ande por los alrededores y, bravo campeón, sigue nomás, que a lo mucho filmaré la escena para mostrársela a mis patas y morirnos de la risa. El tipo del video que ha circulado por todas las redes estuvo largos minutos violando a la mujer y no hubo nadie que saliera en defensa de la persona vulnerada. A lo sumo, algún parroquiano, fastidiado por la escena, le recomendó que se la llevara a otra parte (a seguirla violando, se entiende) como si fuera lo más normal del planeta que un tipo se ponga a utilizar a otro ser humano que no está en el uso de sus facultades para defenderse o gritar o pedir ayuda. Porque era una mujer y, en la lógica enferma de algunos, eso se merece por borracha, por ir a sitios peligrosos, por provocar, por ponerse en escaparate. ¿Qué clase de sociedad enferma somos que podemos soportar un abuso de esa envergadura y no saltar a defender a la víctima solo porque es mujer? ¿Qué clase de degenerados pueden ponerse a grabar alegremente una escena tan terrible y, encima, ponerla a circular en las redes como si fuera una hazaña? ¿Qué especie de psicópata se preocupa más de que la escena ocurra en su local y no en otro sitio más “discreto”? Nadie en esa discoteca pensó por un momento que aquella chica podía estar allí contra su voluntad, que podía haber sido drogada por el mismo salvaje que la violaba, que nadie merece ese vejamen, aún si esa mujer fuera una prostituta que hubiera ido allí por su voluntad y bebido hasta perder el sentido. ¿Qué pensaba esa gente alrededor? ¿Cómo justificar ante uno mismo tamaña insensibilidad? El violador, por suerte, será identificado y castigado (aunque por ahora se esconda como una rata, no faltará quien lo denuncie, no por ética, sino porque la policía ofrecerá veinte mil soles por su repulsiva cabeza), pero yo sigo asqueada, tanto de ese sujeto, como de aquellos que alrededor de la escena quedaron indiferentes, de esos que hoy saben, en la tranquilidad de sus hogares, que estuvieron allí, que pudieron evitarlo, denunciarlo, sacar a la mujer de allí y embarcarla en un taxi hasta su hogar… Y no lo hicieron. En una sociedad sana, habrían llovido denuncias de los testigos, pero no en la nuestra. Aquí, los testigos escondieron la cara y se fundieron en la sombra. ¿Podrá esa gente dormir tranquila con su consciencia? ¿Sabrán que los indiferentes están tan malditos como los malos, porque ellos hacen tanto o más daño, porque permiten que los malos queden impunes? Y todavía hay quienes desde las redes atacan a la víctima y no al victimario. Hemos leído comentarios nauseabundos que animan a peores vejaciones a la mujer que se atreve a salir sola, a beber hasta la inconsciencia, a salir de noche, como si exponerse al riesgo fuera patente de corso para ser violentada contra nuestra voluntad. Vivimos en la barbarie disfrazada de civilización. Esa escena de la discoteca debe avergonzarnos como país, como colectividad. Porque cada uno de los ojos que miró la escena y no hizo nada formó parte de la violación. Cada testigo que se calló, que se hizo el idiota o que prefirió darse la vuelta y no decir nada, es tan culpable como el repelente sujeto del video. Y mientras sigan sucediendo estas cosas y haya alguien que prefiere ser cómplice a complicarse la vida denunciando, seguiremos siendo una sociedad de violadores.