Llegó a la moda por casualidad, cuando ya tenía 42 años y cuatro hijas. Hasta entonces era una dama burguesa exquisita e inquieta. Hoy es una diseñadora universal. Amiga de Warhol y Jackie Kennedy, es la más pura representante del estilo americano. Esta es la historia de su triunfo.,Carolina Herrera, la reina de Manhattan,Carolina Herrera, la reina de Manhattan,Carolina Herrera, la reina de Manhattan,Carolina Herrera, la reina de Manhattan,Carolina Herrera, la reina de Manhattan, Jesús Rodríguez Tomado de El País Uno se topa con ‘la señora’ de espaldas, a contraluz, en mitad del salón bañado por el sol de mediodía de su estudio de la Séptima Avenida (de Nueva York), y se le ocurre que podría ser una maestra de danza, con esa silueta menuda, erguida y hierática; la melena corta; la cabeza alta; las manos (desnudas y masculinas), reposando en las caderas; un atuendo estricto, de un minimalismo militar, y un armonioso balanceo al andar, desenvuelto y cimbreante, a bordo de sus tacones de ocho centímetros. Se mueve como si estuviera entrando en el restaurante más cool del Uptown. Dicen en el mundo de la moda que nadie lo hace como ella. Su voz es autoritaria, profunda y teatral, con un ligero dejo venezolano. Su sentido del humor, refinado e irreverente. Como sus trajes de noche. “Pero siempre con buen gusto, no se confunda”. Podría ser un personaje de Scott Fitzgerald. Tiene ojos negros de latina y cutis de adolescente. Solo hace una concesión a la frivolidad con su lápiz de labios rojo ferrari, como el retrato que le hizo Andy Warhol y que cubre una pared de su despacho, rodeado por una gran terraza con cantos rodados y macizos de boj y repleto de libros de amigos desaparecidos (Dalí, Diana Vreeland, Gore Vidal) y viejas fotografías. Entre ellas, en la que posó en blanco y negro para el maldito Robert Mapplethorpe, al que conoció en Mustique, en el Caribe, en el entorno de la princesa Margarita (hermana de la reina de Inglaterra), Mick Jagger y el dueño de la isla desde 1958, lord Glenconner. “Bob Mapplethorpe era guapo, encantador y muy educado. Coincidimos en un vuelo privado y nos caímos muy bien. Era muy talentoso; rompedor. Me rogó que posara para él. Era pobre. No tenía ni asistente. Mi marido le ayudó con las luces. Murió muy joven. Como Halston (el gran modista americano) y Steve Rubell (el dueño de la discoteca Studio 54, donde se mezclaban lo más salvaje y lo más chic de Manhattan). Los ochenta fueron bellos y terribles”. ¿Cómo se llevaba con esa gente tan diferente a usted? Éramos amiguísimos. Y luego cada uno llevaba la vida que quería. ¡Qué aburrimiento si tus amigos son todos iguales! Lo que no aguanto es la envidia y el cotilleo. Lo odio y lo odio. Que cada uno viva como le dé la gana. Es la última exponente de un mundo en extinción, pero resulta entrañable tras su gélida envoltura de alta sociedad. Puede ser dura, lo reconoce, pero jamás levanta la voz. “No es que sea dura…, es que no me rindo. La moda es un mundo lleno de egolatrías donde no puedes ceder. Te comen. Pero nunca he dado un grito. Yo trato esta compañía como si fuera mi familia. Y consigues más diciendo a uno de tus empleados: ‘No te preocupes, vamos a hacerlo juntos’, que si vas humillando. Aunque tengo la última palabra. Cada prenda que sale de este taller tiene que gustarme a mí. Hago una moda que me agrada para que las mujeres luzcan femeninas, sofisticadas, elegantes, refinadas y con glamour. No trabajo en la industria de la moda; trabajo en la industria de la belleza: Chanel decía que la moda pasa y el estilo se queda. Hay casas que solo piensan en cambiar cada temporada; aunque no tenga sentido. Y yo les pregunto: ‘¿Hacia dónde y para qué?”. ¿Y qué le contestan? Para hacer que las mujeres parezcan más jóvenes. Y no se dan cuenta de que el primer signo de vejez es intentar parecer más joven. Lo que te pones debe ir con tu edad. El primer complemento de belleza de una mujer tendría que ser un espejo de cuerpo entero para que vea qué le queda bien. Yo sé qué me queda bien. Y prefiero pasar por vieja que por ridícula. ¿Cuál es el objetivo de sus diseños? Mujeres bellas, seguras y modernas. No creo que haya ninguna que quiera ser admirada porque la visten como un payaso semidesnudo, como hacen ciertos diseñadores. Las mujeres para las que trabajo quieren ser admiradas por estar lindas, no por ser adefesios. El ascenso Se llama Carolina Herrera, acaba de cumplir 78 años y es la diseñadora más famosa del planeta. Su nombre factura (según The New York Times, porque ella dice no saberlo) más de 1.000 millones de euros, entre su línea top (Carolina Herrera New York, con tiendas propias y puntos de venta solo en EEUU), una segunda cadena más asequible (CH, con más de 150 locales en todo el mundo), que incluye hombre, mujer y complementos; una treintena de establecimientos de su potente división de novias y, sobre todo, su poderosa gama de perfumes, creados y comercializados desde 1988 por Puig, y que se distribuyen a través de 25.000 espacios en los cinco continentes. Una proeza para alguien que llegó a la moda por casualidad. Hace 35 años. Acababa de cumplir 42. Tenía en su biografía una infancia dorada entre la oligarquía militar, terrateniente y petrolífera caraqueña; un primer matrimonio infeliz; un divorcio escandaloso; un segundo marido, Reinaldo Herrera (un aristócrata y periodista venezolano culto y seductor, que había sido amante de la primera mujer de Onassis, y amigo de los Rothschild, los Agnelli y varias familias reales); cuatro hijas y un nieto. De la noche a la mañana se convirtió en diseñadora. No había pasado por ninguna escuela. Se había casado con 18 años. Dentro del eclecticismo y pragmatismo que ha marcado su carrera, Carolina Herrera tiene también el récord de haber vestido a más moradoras de la Casa Blanca que ningún otro diseñador de la historia. Después de Jackie K., pasarían por su estudio de la Séptima Avenida Nancy Reagan, Hillary Clinton, Laura Bush y Michelle Obama, que se despidió de la presidencia con un modelo de Carolina Herrera en la portada de Vogue. La señora nunca tuvo prejuicios de si eran demócratas o republicanas. Incluso vistió a la primera y a la segunda esposa del presidente electo Donald Trump (Ivana y Marla), y hoy afirma que “sería un gran honor hacerlo con la nueva primera dama, Melania Trump”, algo a lo que se han negado otros dos grandes modistas americanos, Tom Ford y Marc Jacobs. En 1988, Carolina daba el mayor salto de su carrera firmando un acuerdo con Puig, la multinacional española de la perfumería y la moda creada en 1914 y una de las seis más importantes del mundo, para realizar un perfume que le iba a dar máxima proyección mundial y tras el que llegarían una veintena más de fragancias. El premio La señora se apea de su Mercedes vestida de largo y de negro con lunares blancos en la entrada del Lincoln Center en una terrible noche de lluvia y atascos. Los flashes se reflejan en sus pendientes de perlas. Aguardan unos centenares de solícitos invitados vestidos de etiqueta peleándose por el champán. Hay actrices, modelos, aristócratas y millonarios con apellidos latinos y centroeuropeos. Va a recibir el prestigioso Women’s Leadership Award por sus 35 años en la brecha. Un aniversario que también ha celebrado con la publicación de un libro de lujo y fotografía. Parece más menuda y con el perfil más afilado que el día anterior. Está nerviosa tras su máscara de anfitriona. “No nací para ser una persona pública. Me educaron para ser privada. No me gusta ser la protagonista. Pero qué remedio”, cuchichea. Tiene 78 años y niega cualquier posibilidad de retirada. Ni hablar de sucesión. Ella es Carolina Herrera. “Y no voy a dar ni un paso atrás”. Aunque a su lado uno piensa que quizá sea una carga demasiado pesada para esos frágiles hombros de patricia. Ella no se arredra. Sonríe a todos. Lanza un breve discurso de agradecimiento que concluye con un vibrante God Bless America! Cuando todo termina, me comenta: “¿Le ha gustado? He hablado poquitico porque la gente se aburre y no es cuestión de amargarles la noche y menos antes de cenar”. Echa la cabeza para atrás y se ríe con ganas. Es la emperatriz de Manhattan.