“Este premio va para todos los marrones del Perú”, decía Marco Panatonic (36) en el Festival de Cine de Lima. Esa semana, en la proyección de Kinra (tierra natal), denunció la detención de siete jóvenes que marchaban contra el Gobierno de Dina Boluarte. Hablamos unos minutos por Zoom con el cineasta, antes del estreno en su natal Cusco. “Las personas que han actuado en la película son quechuahablantes, marrones, y han fallecido personas así en las protestas. Es como si hubieran asesinado a personas que han podido estar en la película”.
El director nos habla de la actualidad, del campo y de la discriminación. “Háblame en castellano, me haces pasar vergüenza”, le señalan al protagonista, Atoqcha, en la ciudad de Cusco. Atoqcha bromea e intenta adaptarse; ha dejado el campo para tener DNI, trabajar y pagar su educación. Panatonic escribió el primer guion hace 10 años, hizo algunos cambios, pero siempre quiso que reflejara al Perú. De hecho, el jurado del Festival de Mar del Plata eligió la cinta como la mejor porque les permitió “observar la humanidad de los personajes”.
El premio en Argentina es uno de los más importantes para el cine peruano, un logro histórico comparado con Cannes o Berlín porque es un festival clase A. Pero el director no ingresó al mundo del cine pensando en los festivales. “No tenía nada que perder. Hubiera estado trabajando en cualquier lugar, en cualquier trabajo igual de precario y hubiera terminado odiando a la gente (ríe). Tenía el deseo de hacer una película y creo que eso se ha sostenido en el tiempo, recién ahora me siento un poco agotado”, nos responde mientras confirma el número de salas para Kinra. “La exhibición en el cine comercial es como un muro inquebrantable, pero el deseo de hacer una película me movía mucho. No sé si era entre terquedad y perseverancia, pero pensaba: ‘si otros lo pueden hacer, ¿por qué yo no?’. Pero nunca pensé llegar a este lugar”.
Kinra terminó siendo un proyecto familiar. Guadalupe Cuba, su madre, estuvo a cargo de la Dirección de Arte, corregía la escritura del quechua y sugirió que no se maquillara a los actores. “Hay una sensación familiar también porque muchos de mis compañeros quechuahablantes no pensaron en ‘estoy trabajando para ti’, sino que hay una afinidad, una confianza. Para nosotros, hacer esta película significaba un aprendizaje”, comenta Panatonic. “Voy a decir que ya había estudiado, aunque la universidad pública no es tan interesante. Pero me permitió aprender muchas cosas”.
Kinra se estrena en medio de protestas y el APEC. Precisamente, la película nos muestra las grandes brechas, ¿no?
Sí, es que creo que estamos en crisis desde hace tiempo y Kinra ha recogido esa crisis. La situación de crisis no va a cambiar, por lo menos no tan rápido. Kinra tiene la vocación de hablar de nuestro país, porque sería incoherente no hablarlo, sobre todo para mí. Yo estoy a favor del paro, de las protestas y que se vea la película. Me parece justo y necesario que podamos ver a nuestro país sin maquillarnos, sin decir ‘no hablemos de eso’.
¿Crees que no solo en el cine se ha buscado romantizar el campo y los escasos recursos?
Claro y la mirada de romantizar el campo es muy antigua y se mantiene vigente porque no hay otras voces que digan lo contrario. O sea, esa voces que romantizan el Ande omiten que ha habido una explotación del campesino, no les han pagado lo que corresponde y por eso sus vidas se han precarizado hasta hoy. Muchas personas, —mis abuelos, inclusive— cuando la reforma agraria se dio, no tenían ni primaria ni secundaria, algunos varones iban a primer grado de secundaria y ahí nomás. Hay una deuda histórica con las personas quechuas o aimaras, por eso para mí siempre estuvo presente que, finalmente, el protagonista lograra cosas con sus propias manos. Las personas quechuahablantes siguen ganándose la vida con su fuerza de trabajo, nunca han dejado de trabajar por más que les pagaban poco o por más que no les pagaban.
¿Cuánto de lo que enfrenta el protagonista coincide con tu historia?
Yo recuerdo haber trabajado en un restaurante en el último año de secundaria y me pagan 120 soles, era ayudante de cocina. Luego trabajaba en una cabina de internet todas las noches y me pagaban 50 soles al mes, y compensaba, digamos, porque yo usaba las computadoras (sonríe), pero la explotación en el Cusco ha sido sistemática. Hasta ahora, a las señoras que cultivan la tierra, siempre se les quiere regatear. Todo el mundo está orgulloso de ser quechua, pero en el fondo hay racismo. Hay muchos del centro que no viven sin empleada y esa es la mayor contradicción que tiene el Cusco.
La frase “este premio va para todos los marrones del Perú” la mencionaste en el Festival de Cine de Lima, quizá en la edición más política. ¿Estaba en tu discurso?
Yo ya pensaba en esa identidad que agrupa a todos los marrones; claro, hay marrones más autóctonos y hay marrones como yo que hemos salido de nuestros lugares de nacimiento, hemos crecido en la ciudad, hemos ido a la universidad y hemos creído que somos mejores, ¿no? Hay otros que no han ido a la universidad, pero ganan más que yo (ríe). Hay marrones que se han blanqueado; entonces, creo que lo marrón hace más significativo la identidad porque agrupa a más personas. Antes se hablaba del cholo, de lo indio como algo despectivo.
En Argentina dijiste: “En mi país hay una dictadura”.
Es que, desde el punto de vista de ejercer un cargo público, eso no necesariamente termina siendo una acción política, sino que terminan siendo títeres. Toledo era presidente, pero cada media hora le decían cholo de m... Entonces, no defiendo a Toledo ni a Pedro Castillo, pero ¿Cómo van a gobernar un país si a cada rato te insultan y te discriminan? Creo que hay una estructura más poderosa que poner a un marrón como presidente, que no permite que un marrón tome decisiones. A mí me ha pasado, me decían: ‘¿Por qué tomas esa decisión?’, ¿Quién te crees?’. Ningún presidente blanco tiene las manos limpias.
De acuerdo, pero todos están en la cárcel.
Sí, todos están presos, pero hay una cosa más estructural que no va a permitir que el poder vaya a otras manos; por eso, se mantiene la misma corrupción y la crisis. Entonces, Dina Boluarte no es solo títere, sino una traidora.
En cuanto al cine que también depende de las decisiones políticas ¿Cómo ha sido la lucha por llegar a la cartelera?
Yo he pedido que nos den una sala por ciudad, pero no es tan posible. Los que tienen más poder de decisión traen nuestra cruz; es decir, ahora nos pueden dar una sala por piedad, pero al otro mes no. No podemos competir con las películas extranjeras, así que tanto los distribuidores como nosotros la tenemos difícil. Y aunque la están pidiendo de otros lugares, nos enfrentamos a algo demasiado desequilibrado e injusto.