Le tomó dos años a la historiadora Cecilia Méndez escribir su ensayo Los caminos del terrorismo en Perú, que forma parte de The Cambridge Global History of Terrorism (2021), una compilación de artículos académicos que examinan el fenómeno del terrorismo en el mundo. La docente, que enseña en la Universidad de California-Santa Bárbara, hace más de veinte años, nos da luces sobre este desafiante problema, que, en el caso peruano, aún es visto desde la mirada de lo blanco y negro. Prepara un próximo ensayo sobre la memoria de las violencias que vivió el país, aquellas que se olvidaron y las que aún persisten.
Tenemos un fantasma que nos persigue hasta hoy y ese es el terrorismo, usted ha dicho que “los políticos conservadores y los medios lo invocan tanto que cualquiera pensaría que la amenaza sigue viva”. ¿No nos debería alarmar, entonces, que dos testigos hayan señalado que el ministro de Trabajo, Íber Maraví, fue parte de Sendero Luminoso y participó en atentados terroristas?
Creo que lo hay que hacer es leer bien. Hay que tomar en cuenta que en este momento y desde hace veinte años no hay un solo grupo armado que reivindique la ideología de Abimael Guzmán. En el VRAEM hay grupos relacionados con el narcotráfico, y los únicos grupos vivos como el MOVADEF –integrado, en buena parte, por parientes de los encarcelados por delitos de terrorismo– no están llamando a la lucha armada ni al terrorismo ni a tirar bombas, lo que piden es amnistía. Lo que tiene que hacer la gente es sospechar. ¿Por qué de pronto se exhuman expedientes que están cerrados? ¿No te parece raro?
¿Exagera la prensa?
Sí. Hay cosas muy alarmantes que están pasando en el país, y creo que no hay necesidad de traer fantasmas para poner las cosas en su sitio. ¿Por qué tanto empeño con el ministro Maraví cuando tienes gravísimas acusaciones contra el ministro de Transportes y Comunicaciones? Han ocurrido tres accidentes de transporte, dos en carretera y uno fluvial, que han dejado más de ochenta muertes. Por qué, si realmente hay una preocupación por la ciudadanía, no miran lo que a la gente le preocupa. ¿Por qué tienen que azuzar una caza de brujas?
Quiero ir a lo dicho por el excanciller Héctor Béjar: “El terrorismo en el Perú lo inició la Marina”, frase que le costó el cargo, pero que abrió una discusión que es pertinente hablar: que el uso del terror no fue exclusivo de Sendero Luminoso...
No lo fue.
Esa es la idea central de su ensayo publicado en The Cambridge History of Terrorism, donde plantea que no hubo una sola historia del terrorismo, sino muchos terrorismos a lo largo de nuestra historia...
El terrorismo ha sido un fenómeno investigado por las ciencias políticas, las relaciones internacionales, los sociólogos, los psicólogos, pero no por los historiadores. Yo no soy una especialista en Sendero, el objetivo de mi ensayo es señalar los diferentes terrorismos que vivimos en el país. Eso, por un lado. Ahora, hay que reconocer que Sendero es un fenómeno peruano, que no son extraterrestres, que no los mandaron en una cápsula para que infecten al Perú, sus raíces están acá, y negarlo es negar que nuestra historia, como la de otros países, también está hecha de violencias. Prácticamente todas las naciones nacieron de guerras, y todas –como dijo el historiador Ernest Renan– han creado sus mitos heroicos olvidando y silenciando las violencias que les dieron origen. Reconocer nuestra violencia –en todas sus formas, siendo el terrorismo una de ellas– es reconocer una realidad básica.
Señala en su ensayo que el Estado también cometió actos terroristas para perseguir y reprimir a la población...
El término terror y terrorismo entra en el lenguaje político moderno a través de la Revolución Francesa, con el gobierno jacobino de Robespierre [político francés del s. XVIII] y en mi investigación pruebo que en el Perú el terrorismo entra como el terror de Estado.
Es un tabú decirlo, pero se dio, y antes de la Ley de Seguridad Interna de la República de Odría de 1949, se llamó terror de Estado al que infundían los caudillos, los gobiernos tiránicos, los gamonales, como sucedió en 1867, cuando tres congresistas y hacendados de Puno elaboraron un proyecto de ley que buscaba reprimir a sangre y fuego protestas campesinas, y que fue llamada “la ley del terror”. Es muy moderno nuestro uso de terrorismo en referencia a atentados y violencia insurgente, esto se da a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Un dato interesante es el que da sobre el APRA, que fue protagonista de actos terroristas a comienzos del siglo XX, menciona que fueron apristas los responsables del asesinato de un presidente en ejercicio y de los directores de dos importantes periódicos, entre ellos El Comercio...
Eso es otro tabú para el APRA. La mayor parte de trabajos sobre su historia lo han escrito los propios apristas, y no lo mencionan, sin embargo, según los historiadores Iñigo García-Bryce (que escribió una biografía de Haya de Torre) y la fallecida Margarita Giesecke (que tiene un libro sobre la insurrección de Trujillo), el APRA jugaba a doble filo: participaba en las elecciones y respetaba los mecanismos democráticos de la política, pero, en paralelo, defendía la táctica insurreccional de la violencia.
Narra usted también que cuando Haya de la Torre pierde las elecciones de 1931 y desconoce los resultados, da un discurso en el que defiende el terror como método y que se parecería mucho a los que daba Abimael Guzmán...
A ver, aquí hay un error de traducción, inicialmente cuando leí la cita en inglés, entendí que Haya incitaba al terror cuando decía “más sangre aprista se ejecutará, la lista inmortal de nuestro martirio crecerá, el terror comenzará nuevamente su odiosa tarea”, pero él se refiere al terror de la represión del Estado, no lo promueve. Ahora, es cierto que cuando apela al derramamiento de sangre –que es la idea del martirologio y el sacrificio– sí se parece a lo que planteaba Sendero a sus militantes, lo que Gustavo Gorriti llama ‘la cuota’, es decir, que la gente no solo estaba dispuesta a matar sino también a morir. Basadre menciona, incluso, que el APRA tenía métodos terroristas y hasta lo comparó con grupos del Oriente Medio.
¿Por qué no conocemos o hemos olvidado estos capítulos de nuestra historia reciente?
Creo que es un fenómeno universal, mientras sobreviven las personas que han cometido la violencia, no querrán hablar de eso. Los apristas, que saben lo que sucedió en los treinta, jamás dirán que asesinaron al director de un periódico, no les va a interesar exponer una historia que los coloca como terroristas. Esas violencias van pasando al olvido, se convierten en un pie de página. Pero esto no pasa solo en el Perú, ¿cuántos años ha tardado España para hablar de los crímenes franquistas? ¿Ochenta? Nosotros tenemos para rato con el tema del terrorismo. Son temas desagradables que los historiadores tenemos el deber de investigar, porque debemos tener una reflexión sincera de lo que somos como sociedad.
Dados estos antecedentes entonces sí hubo terrorismo antes de Sendero Luminoso...
Hubo terrorismos antes de Sendero, siempre en plural. Lo que distinguió el terrorismo de este grupo –su violencia brutal, sus ataques, sus masacres inmisericordes– fue que lo justificaron ideológicamente. Su propósito político no era conseguir una ventaja inmediata, provocaron el derramamiento de sangre porque querían polarizar la sociedad a largo plazo y convertirla en una en la que la gente iba a ser, según ellos, tan masacrada por el Estado que no les quedaría de otra que pasarse al lado de los “revolucionarios”. Eso es lo que los hacen tan repudiables, pero no fueron los únicos que usaron el terror en nuestra historia, y para prueba está el terrorismo gamonal. Fijémonos en las torturas, los latigazos, los robos de hijos, que fueron prácticas que se ejecutaron durante la explotación del caucho, uno de nuestros terrorismos más graves, que debería figurar en los libros de historia de las escuelas. No toda nuestra historia es bonita. La historia de la violencia tiene que contarse en su pluralidad. No podemos seleccionar una violencia por sobre otra, todas son feas, todos los terrorismos son espantosos y tenemos que conocerlos.
¿Están preparados nuestros políticos para hablarlo abiertamente?
No los veo, quizás haya algunas excepciones.
¿Qué los limita?
Todo el mundo tiene miedo a que los asocien con ser terroristas. Tuvo miedo la propia Comisión de la Verdad, la persecución mediática fue fuerte incluso con los defensores de derechos humanos. En los ochenta terruqueaban a los abogados de gente inocente que era detenida y acusada de terrorista injustamente. Nadie quiere ser un apestado. Por otro lado, están los medios que se atribuyen un poder que no tienen, que es del Poder Judicial, la gente no puede ser juzgada por un titular.
Al hablar de otros terrorismos, ¿no estamos relativizando el accionar de Sendero?
No lo relativizo, pongo las cosas en perspectiva. Nuestra historia está hecha de violencias, y por eso es tan importante la historia porque descubre la verdad de lo que somos. Y en el caso de Sendero, repito, no se trata de relativizar, sino de comprender de dónde vino esa violencia, para que no se repita jamás. Pero hoy se siguen usando métodos de linchamiento y juicio sin oír a los acusados tal y como hacía Sendero, que sentía que tenía toda la autoridad para juzgar arbitrariamente.
Usted plantea que el terrorismo es usado como arma política para deslegitimar al oponente...
Es el arma política más vigente, porque no se quiere ver los problemas más urgentes, y vuelvo a Maraví, es más fácil hacer leña del árbol caído, que juzgar a los ministros que realmente tienen grandes problemas. Aún vivimos la época de la antipolítica, donde la política es vista como una guerra y se tiene que eliminar al enemigo [al que piensa diferente]. Se olvidan de que la política es la acción entre los diversos, con el terruqueo solo creamos fantasmas que nos evaden de la realidad.
¿A dónde nos conducirá el terruqueo?
¿Con qué derecho juzgamos a los otros y ponemos etiquetas sabiendo que podemos destruirlo? Parece que no creemos en la democracia, tenemos a la derecha y a los propios medios cayendo en la polarización por el terruqueo, no se dan cuenta de cuánto nos ha costado salvarla y estamos a un filo de perderla.