RetratoEl músico, que acaba de volver de un monasterio budista en Nueva York, revela los orígenes de su búsqueda espiritual, así como su encuentro con los ritmos afros. Este 21 de junio dará un concierto tributo por los 25 años de Akundún.,El viaje espiritual de Miki González,Miki González regresó hace un mes a Lima, después de una prolongada estancia en un monasterio budista ubicado en los suburbios de Nueva York, entre bosques, venados y mapaches. Tiene 66 años y hace cuatro décadas que se convirtió a esta fe. Lleva en el cuello un juso o collar budista como único distintivo de su creencia. El resto de su vestimenta lo hace lucir como un occidental común y corriente: una gorra, unas zapatillas Adidas y unos grandes lentes de carey que le cubren la mitad del rostro. Miki es un hueso duro de roer. Se sabe que es budista desde hace mucho pero habla poco del tema: "Normalmente no lo hablo en público", dirá en algún momento de la conversación, cuando ahonde en los pilares de esta filosofía que busca liberar al ser humano de sus deseos, pasiones y dolores hasta que llegue al supremo conocimiento y al nirvana. "Yo no ando diciendo que soy budista porque después la gente dice ah, es budista pero hace cosas negativas. Daría una mala imagen de algo que es sublime y te puede llevar a la felicidad trascendente", agrega. Miki se cura en salud. Nos hace esa advertencia porque alguna vez protagonizó noticias en las que perdió el control con cierta prensa, esa que tiene como estilo el meter la cámara y quedarse con los treinta segundos en que te comportas como un gorila y tu reputación queda destruida. Pero eso es el pasado. Ver en el mundo interior del exrockero es el objetivo de esta charla, que es lo mismo que ver el otro lado de la luna. El pretexto serán los 25 años de Akundún, el disco que lo intercionalizó y al que rendirá tributo este 21 de junio en el Gran Teatro Nacional, pero de eso hablaremos más adelante. Ahora lo importante es estar atentos y captar su misticismo, que a veces brota de su lengua en las situaciones más cotidianas: "El feng shui dice que no te sientes de espaldas a la ventana", dirá cuando nos instalamos en la sala para la entrevista. "En el cosmos no hay izquierda, ni derecha, no hay arriba o abajo", agregará en otro momento. "Alan García nació en el año del Búfalo. Mira, ahí está la conexión", esta última frase la dijo en un desaparecido programa de la tele. Vamos por Miki, a ver si nos abre una ventana de su subjetividad. El que busca Miki o Juan Manuel González, un madrileño que vino a vivir a Lima con su familia cuando niño, es un hombre que se ha pasado la vida buscando. Cumplió los veinte años sin tener un futuro claro y, como la mayoría de jóvenes, no estaba satisfecho con lo que tenía: "La vida que había llevado antes, el estudiar en un colegio privado, el correr tabla e intentar estudiar una carrera [...] yo sentía que no era lo que quería hacer. Tenía claro que la vida que vivía no me llevaría a la perfección espiritual", cuenta. Eran comienzos de los setenta, los Beatles hacían propaganda de su experiencia con la meditación trascesdental en la India, y Miki quería ir allá a desarrollar su mundo interior. "Necesitaba un maestro, un guía espiritual", agrega. Para ese entonces había abandonado sus estudios de arquitectura en España. No fue a la India pero al volver al Perú se fue a internar al Cusco, donde se entregó al yoga y al veganismo, y vivía haciendo artesanías. Allá encontró la primera llave que le abrió la puerta del camino del autoconocimiento. Conoció a un lama canadiense, un maestro del budismo tibetano, que practicaba la terapia del grito primal, un tratamiento creado por el psicoterapeuta Arthur Janov, que consiste en gritar y liberar el dolor reprimido durante la infancia: "Así como en... ¿has escuchado Mother de John Lennon? cuando grita: Mama, don't go/ daddy, come home, (mami, no te vayas/ papi, vuelve a casa). Ya, así es", explica Miki. Completamente seducido por el budismo, buscó un trabajo como aprendiz de operaciones en el aeropuerto para obtener pasajes a bajo costo y poder seguir al lama alrededor del mundo. Pero no fue posible, una hepatitis severa frustró sus planes. "En esa época ya estaba casado. Trabajaba -explica- para irme de viaje y seguir al lama y al mismo tiempo se estaba destruyendo mi relación. Todo cambiaba en mi vida, pero lo único que no cambiaba era la música". En este punto se abre el segundo capítulo de su búsqueda. Un día se quedó hechizado frente a la tele viendo cómo el guitarrista Félix Casaverde encajaba con audacia acordes de bossa nova en los valses criollos. Estaba haciendo fusión. "Para ese entonces ya no escuchaba rock -un género que como músico profesional agotaría en sus tres primeros discos Puedes ser tú (1986), Tantas veces (1987) y Nunca les creí (1989)-. "Un guitarrista muy bacán, Richie Zellon, me dijo 'yo sólo escucho las raíces como hacía Jimy Page, Erick Clapton y Jeff Beck'. Todos ellos escuchaban a los negros auténticos así es que hice lo mismo", cuenta Miki. Y así fue que empezó a escuchar música de raíces negras de todo tipo: africana, brasileña, de santería cubana. Otra vez la búsqueda. Y cuando se fue a Boston, Estados Unidos, a estudiar en la Berklee College of Music, a los 27 años, se enganchó con el blues primigenio de las comunidades afroamericanas. Su mapa de gustos musicales estaba trazado. Pero un año antes de su inmersión en suelo gringo, vivió una experiencia en el sur chico de Lima, en El Carmen, Chincha, que lo encarrilaría en su carrera musical: la familia Ballumbrosio. "La música es el puente entre el mundo visible y el no visible. Así lo dice el I-Ching, un oráculo del pensamiento chino que tiene más de cinco mil años [...] bueno me estoy yendo por las ramas", dice Miki y se frota la cabeza ya cana. De la melena rulosa y al viento ya no queda nada. Volver a la raíz El Carmen es un pueblo en el quee parece que nunca pasa nada, sobre todo en pleno invierno. Pero las apariencias suelen engañar. En el restaurante Jesusa, a un grupo de forasteros le falta poco para lamer el plato de carapulcra y sopa seca que les han servido. Son los músicos de Miki González y un nuevo equipo de prensa. Sí, otro más que ha venido desde Lima para registrar en video el retorno del músico a la tierra que lo amamantó cuando se buscaba a sí mismo y a su estilo musical, y de paso registrar uno de los ensayos previos al concierto de aniversario de Akundún, donde participarán bailarines, zapateadores y viejos cantantes de yunza de El Carmen como Freddy Chivato. Don Freddy, que es un entusiasta de la tutuma (trago típico hecho de vino y pisco) y un as cantando el Huanchihualito, una copla que se canta en rueda durante la yunza negra, no puede ir a Lima para los ensayos porque no puede abandonar su criadero de cuyes, por eso Miki y parte de su banda compuesta por los Ballumbrosio, han venido a él para tocar. Y tocan. Este no es un reencuentro del músico con El Carmen, pues cuando no está dando conciertos en el extranjero o no está pinchando discos como DJ, Miki se da una vuelta por las calles del pueblo que le dio cama, comida y sabor para alimentar su música. Akundún marcó un antes y un después de su carrera porque fue el disco que maduró tras años después de escarbar en las capas de la cultura afroperuana, hasta llegar a la raíz, y la raíz fue Amador Ballumbrosio, que "se hizo zapateador por una promesa que hizo de niño cuando casi muere al caerse en una asequia", suelta Miki este dato atesorado de la vida del patriarca de los Ballumbrosio, mientras camina entre rumas de algodón chinchano recién cosechado. Finalmente, el "hueso duro de roer" González se ablanda cuando se reencuentra con quienes hace cuarenta años lo vieron llegar a esta tierra de músicos natos buscando un norte.