El Año Nuevo, ahora un hito universal cada 1 de enero, tiene una historia sorprendente. Antiguamente, esta celebración tenía lugar en marzo, alineada con los ciclos agrícolas y naturales.
La transición del Año Nuevo de marzo a enero no fue un cambio repentino, sino el resultado de siglos de evolución en la medición del tiempo. La historia detrás de este cambio refleja la intersección entre la astronomía, la política y la religión, y cómo estas influencias moldearon nuestro calendario moderno.
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El calendario romano original, centrado en los ciclos agrícolas, comenzaba en marzo. Esta elección reflejaba la importancia de la agricultura en la sociedad antigua. Con la llegada de Numa Pompilio, se añadieron enero y febrero, pero marzo siguió siendo el inicio del año.
El papa Gregorio XIII creó el Calendario Gregoriano en donde el 1 de enero es proclamado el inicio del año. Foto: composición LR/Freepik/Facebook
El significado de marzo como inicio del año se mantuvo durante siglos. Estaba alineado con el renacer de la naturaleza y el inicio de la temporada de siembra, lo que lo hacía un momento lógico para comenzar el año.
La decisión de mover el Año Nuevo a enero fue obra de Julio César en el 45 a. C. Eligió enero para honrar a Jano, el dios de los comienzos, cuyo nombre inspiró el mes.
Esta transformación fue consolidada con la introducción del calendario gregoriano en 1582 por el papa Gregorio XIII. Este cambio reflejaba un enfoque más astronómico del tiempo y establecía enero como el inicio del año para la mayoría del mundo occidental.