Extrañeza e ironía, son las primeras impresiones que tenemos de la obra del pintor chiclayano Rubén Saavedra, o siendo más específicos, de lo que proyecta su primera gran individual: Sucesión, la cual puede ser apreciada hasta el 5 de enero del 2025 en la galería Limaq del Museo Metropolitano de Lima.
A esas primeras impresiones, añadamos del mismo modo su diálogo histórico. En sus cuadros, es posible ver el tránsito de personajes ligados a la independencia, como Simón Bolívar, José de San Martín; espacios como la plaza Manco Cápac, la Municipalidad de Lima. Hay algo raro, pero a la vez claro en esta exposición: el asombro no solo es para el conocedor, lo es para cualquiera que esté familiarizado con los personajes y elementos de la historia peruana. En Sucesión hay mucho de pasado como de actualidad. Las obras no solo suscitan el favor del visitante, sino que los deja reflexionando, aspecto que no debemos dejar de agradecer. Sucesión es una crítica sutil, fina y corrosiva. No es fácil lograr esta confluencia.
“En Sucesión hay trece piezas. Doce piezas de dos metros por metro ochenta y una pieza que es un díptico. Busco crear una ironía entre las imágenes, un diálogo entre los tiempos para poder capturar una imagen que, no sé si critica, haga una reflexión sobre nuestra historia y cómo fue contada, cómo puede ser contada a través de la estética del arte”, declara Saavedra para La República.
"La limpieza".
Sucesión cuenta con la curaduría de dos destacados críticos de arte: Luis Lama y Juan Peralta, quienes de Sucesión precisan lo siguiente:
“Es una suerte de una alucinación a la peruana donde los pasados se fusionan y un artista los trae al presente a través de la pintura para recordarnos qué somos, de dónde venimos y cuál ha ido la sucesión de hechos y culturas que nos han formado”.
A sus 32 años, considera “gratificante que se abran las puertas a artistas jóvenes emergentes”, indica Saavedra, a quien varios críticos (Gustavo Buntinx, a saber) ya le venían siguiendo la ruta, es decir, Saavedra ya venía forjando una referencialidad. Su obra ya es parte de colecciones locales y extranjeras, pero quizá debido a su autoexilio en Tumán, Saavedra considera que “no he sentido lo de venir de provincia y tocar puertas, he tenido apoyo a raíz de mi trabajo. Ahora estoy pintando con la técnica matérica, que se adecúa mejor a mi carácter, de otro modo no podría hacerlo”.
Sobre la ironía de su obra, tan complicada para muchos en estos tiempos signados por la falta de metáfora, Saavedra dice “que la ironía es una forma más fácil de poder entrar en la mente de las personas, hacer que reflexionen. La obra, cuando es demasiado proselitista, desgasta a las personas, incluso a los entendidos en arte. Mis formas estéticas son más clásicas, mientras que la forma conceptual de ver la pintura es más pop”.
Y añade:
“Me gusta mucho leer la historia del Perú, me fascina bastante la historia, no soy un conocedor absoluto, pero las historias siempre se repiten, así que yo, digamos, tengo una visión un poco más estoica de la vida y más estoica respecto a la historicidad. Por eso es que en mi pintura no se ve ese resentimiento, sino más bien una conciliación, una reconciliación con nuestro pasado, con nuestro presente. A veces, por desinformación, pensamos que somos los vencidos, pero si nos ponemos a leer un poco más, uno se da cuenta de que no hay ni negro ni blanco. No hay atacado ni atacante, sino que siempre ha sido una lucha de poderes en conveniencia, al final de cuentas los políticos siempre pactan entre ellos. La historia es muy mañosa, se vuelve a repetir. Al final, siempre hay gobernador, un emperador o un presidente que es traicionado por otro. En mi pintura hay mucha comparación entre personajes históricos de hace 200 años con algún suceso actual. Lo que ahora sucede en el país parece una escena sacada de una novela sobre el siglo XVI”.
Sigamos a Rubén Saavedra.