Como cajamarquino e historiador de la conquista del Perú, vive en el lugar indicado. Su calle lleva el nombre del cronista Pedro Cieza de León, en la urbanización de Salamanca. La vida de Waldemar Espinoza Soriano siempre ha estado anclada a la historia del Perú, desde niño, en su natal Cajamarca. Cuando aún estaba en colegio y nadie se lo pedía, tijeras en manos, recortaba articulos de historia de periodicos y revistas. Asegura que el vino al mundo con la vocación de historiador y su destino natural fue estudiar historia en San Marcos. Allí tuvo como compañero de carpeta a José María Arguedas, Mario Vargas Llosa, entre otros. Espinoza Soriano acaba de reeditar La destrucción del imperio de los incas (Ed. Ricardo Palma), un libro clásico peruano.
—A propósito de San Marcos, usted tuvo grandes profesores, como Porras y Luis. E. Valcárcel…
—Así es, y eran geniales. Basadre también fue mi profesor un tiempo. Pero mis profesores perennes fueron Porras y Valcárcel, que estaban en extremos opuestos. Porras era hispanista y Valcárcel indigenista, que entonces era dos maneras de conceptualizar el Perú, pero eso nunca fue motivo que uno se molestara con el otro.
—¿No hubo celo colegas?
—No hubo celos. Yo recuerdo que Valcárcel nunca se perdía una conferencia de Porras y Porras tampoco se perdía una conferencia de Valcárcel. Ambos aprendían de uno y del otro, a pesar de que uno era indigenista y el otro hispanista.
—¿Y usted qué era?
—Yo no era indigenista ni hispanista. Yo soy peruanista (risas).
—Leí que Arguedas también fue su compañero en estudios generales en San Marcos…
—Claro, vino desde Ayacucho cuando ya era profesional. Tenía grado de maestro en segunda enseñanza y vino a estudiar etnología. Ya era mayor y reconocido, entraba a las clases con corbata y le tratábamos de usted. Era amable, muy conversador cuando lo hacía, pero siempre se iba rápido a hacer otras tareas para sobrevivir en Lima.
—¿Estableció amistad con él?
—Fuimos amigos. Estudiamos dos años juntos etnología y yo lo visitaba en el Museo Bolivariano, en donde trabajaba y en donde Fernando Silva Santisteban era el director. Allí hubo una historia. Arguedas había tenido un cambio de palabras con una autoridad, creo que con un ministro, y lo iban a botar del museo. Entonces, para salvarlo, sus amigos fueron donde Fernando Silva Santisteban y le pidieron que renuncie a la dirección para que Arguedas ocupe ese cargo, que no le correspondía porque él entonces solo era un profesor. Silva Santisteban entendió el pedido y en un gesto solidario renunció y le dejó el cargo a Arguedas. Pasó a otra institución.
—También compañero de Vargas Llosa, ¿cómo fue su relación con el alumno Vargas Llosa?
—Éramos amigos. Jamás me imaginé que ese jovencito que se sentaba a mi lado iba a llegar a ser una celebridad en la literatura. Era muy estudioso y exigente con los profesores. Cuando había un profesor malo, movilizaba a los alumnos para cambiarlo, no toleraba profesores mediocres. Así trajo a Augusto Salazar Bondy y Javier Pulgar Vidal como profesores nuestros.
—¿La pregunta era cómo es que los españoles, siendo tan pocos, destruyeron a los incas?
—Mire, tantas maneras y esfuerzos han existido entre los historiadores y estudiantes de ciencias sociales para responderse esa pregunta, cómo así cayó en dos horas un ejército de 40 o 60 mil hombres, aunque estaba esparcidos en diversos lugares. Todas las teorías que fueron difundidas y explicadas, no convencían. Entonces había que buscar otra, que seguro era la verdadera.
—En su libro, usted plantea que fue por la división de las etnias. ¿Cómo llegó a esa respuesta?
—Es que aquí sucedió lo que ocurrió en México. México cayó no por debilidad sino por división. Se dividieron en dos dinastías. Una de ellas prestó ayuda a los españoles para arruinar a los otros, sin darse cuenta que estaban arruinándose ellos también. Yo dije, eso ha debido ocurrir también en el Perú. En el Perú había una alta civilización, pero el pueblo andino, que era muy expandido, no era homogéneo. Eso era una mentira. Existían probadamente 200 etnias, pero tenía que averiguar y me costó años de mi vida, de estudios y viajes. Tuve que buscar becas. Hallé documentos que confirmaban la hipótesis, de que etnias, como los cañaris, se sentían humillados por los incas y se aliaron a los conquistadores.
—¿Qué etnias se aliaron a los españoles?
—Muchas, pero ahora sabemos fehacientemente de tres, que trabajo en esta nueva edición: cañaris, chachapoyas y huancas. En la primera edición, solo traté la alianza huanca-hispanos. Algunos huancaínos en mis clases se creían muy incaístas, decían que eran muy machos y que nunca habían traicionado. No sabían nada, los documentos hablan mucho mejor.
—¿Los huancas traicionaron a los incas?
—No fue traición tampoco, porque en aquella época el incario no era una sola nación. Había 200 naciones y cada una tenía su propia lengua, tradiciones y costumbres. Los huancas no eran parte de los incas, era una nación distinta.
—Usted usa la nominación “imperio”. María Rostworowski negaba que lo de los incas era un imperio. ¿Respondió a ese cuestionamiento?
—En conversaciones. Ella cuidaba mucho no decirlo en público porque tenía dudas. Cuando hay dudas, es mejor callarse. El que decía que no era imperio fue John Murra. Él decía que no veía características de imperio y sí, pues, no había semejanza con el imperio romano, bizantino ni visigodo. Pero sí hay semejanzas con el imperio asiático, sobre todo en su modo de producción. Ella acogió las ideas de Murra.
—¿Y usted no quiso cambiar la palabra imperio en su libro?
—No, porque yo siempre oía la palabra imperio. Me acostumbre a esa palabra. Además, hablando de teorías, uno encuentra las bases y los argumentos existente para calificar si es o no es imperio. Era imperio, tenía su carretera en el Cusco y como se extendió hasta Ecuador, Colombia. Cuando intervienen a otras naciones, imponen pagar tributos al Cusco, obligan a construir carreteras y mantenerlas limpias siempre, esos son actos imperiales.
—Como historiador, ¿cómo ve la situación actual del país?
—Justo conversaba con mis hijos y con amigos que me visitan, les decía qué momentos estamos pasando, que nos estamos autodestruyendo, que los políticos nos están destruyendo como país. Pedro Castillo, que dice ser un líder izquierdista, no ha leído a los clásicos marxistas, no ha leído nada, está en la luna. Sinceramente es un modesto maestro de escuela. Cuando vino a Lima, como sindicalista, de él se decía “ha llegado un líder cajamarquino”, pero él corrigió: no, dijo, no soy cajamarquino, yo soy chotano. Ese fue su primer error, una gran estupidez. Además, los grupos de poder y la derecha, desde posiciones racistas, no aceptaban su gobierno.
—Ahora, en este contexto político, ¿hacia dónde va el Perú?
—Tal como está, va a intensificar el sistema de vida que lleva, de desilgualdad, de pobreza y subdesarrollo.
—Los partidos políticos deben contribuir, ¿o ya no cree en los partidos?
—En cualquier libro científico, lees que los partidos constituyen la sangre del país, la democracia, la vitalidad, pero aquí no. Ahora, en muchos casos, adherirse a un partido es adherirse por interés personal o por servir al poder económico o a la seguridad de un trabajo. Si entras a una lista de futuro congresista, es para ganar más de 30 mil soles, Quién quiere perder ese sueldo. Por eso no querían la vacancia ni quieren irse ni lecciones rápidas, porque eso significa perder la mamadera.
—Finalmente, ¿el centralismo sigue siendo un gran problema?
—Mire, yo trabajé 13 años en Huancayo, pero había que venir a Lima a ponernos al día. En Lima hay todo. El centralismo nos ha robado todo y a todos. En Lima hay libros, hay música. En Lima están las mejores industrias, los mejores teatros y cines, pero en Lima también están los mejores ladrones.