Por Miguel Arribasplata Cabanillas
José “Cheche” Campos Dávila va tras las huellas de su personaje, una mujer afroperuana, migrante, no solo en ciudades del Perú sino también latinoamericanas, para terminar en un duro exilio, en Estados Unidos. Ma´negra, que ha sido obligada a huir del país al ser comprometida por su esposo y sus delitos, es la protagonista de “Ma´negra, la trotamundos” (Ed. San Marcos), novela que ventila chantaje, droga, sexo y amores fugaces.
La literatura afroperuana es ya un orgánico universo ficcional con autores que recrean temas costumbristas, de opresión, cimarronajes y consciencia libertaria. Entre los autores peruanos recientes, destaca Lucía Charún Illescas, con su novela “Malambo”, representa la condición de los africanos en la colonia y contrasta con la chapetona vida virreinal: las escalas de valores morales son puestas a la luz de la inhumanidad rebajada en la trata de esclavos y sus vidas extremas. “En monólogo de las tinieblas”, de Antonio Gálvez Ronceros, la vida campesina de los personajes es una filosofía cunda para sacar la vuelta al ruido del mundo. Y Gregorio Martínez, con socarrona pluma en su “Canto de sirena”, ofrece una biblia de celebración de vida erotizada en los labriegos días de su Candelario Navarro.
José “Cheche” Campos Dávila, que se inscribe en esa línea de literatura negra, es un activo forjador de reivindicación de los afrodescendientes en Perú y América Latina. Tras sus ocurridos intentos para ficcionar un arte representativo, publica “Ma’negra la trotamundos”, que se constituirá en la primera novela de los afrodescendientes peruanos arrojados al mundo de la emigración
El leitmotiv de “Ma’negra” es la emigración convertida en epopeya del sufrimiento. José Campos Dávila, docente de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, sobresale en los detalles y en subtemas donde la violencia y el deseo alientan al avispero de la vida. La atmósfera trágica, celebratoria y fugaz, es ocasión para crecer. Evocando a Gadamer, detener lo efímero y lo fugitivo en una nueva permanencia propia, permite a Ma’negra salir fortalecida de sus avatares. Es casi lugar común que cuando se concibe literariamente personajes femeninos de origen negro, en lo referente a sus pasiones amorosas estas sean de aliento erótico llevado a la lujuria. En “Ma’negra la trotamundos”, el amor no es una tienda de campaña, es visto como acto celebratorio y de sufrimiento, no de comercio. Desacralizar el carácter aurático de la práctica sexual, sin por ello desacralizarlo, es el mensaje de la novela de Campos Dávila. Ma’negra sabe administrar sus goces, saca partido de sus amantes. En ella no hay lugar para la profusa depresión, menos para la culpa.
Toda mujer sin ternura constituye una monstruosidad social más todavía que un hombre carente de valor, decía Proust; en el bronco trayecto de su extraterritorialidad, Ma’negra no permuta la belleza de su espíritu; su destino es espantoso y lo aplaca sin dependencia emocional, tampoco hay resignación y tranquilo estoicismo en sus actos, su arcaica grandeza elude el lado trágico. Para ella la soledad es la nada y la amistad sufraga las contingencias.
En una sociedad, donde el machismo es el eje básico, Ma’negra se impone como un ser que en la cotidianidad de su aventura combina no su identidad racial, sino su compromiso de llegar a salvo a su meta, con el recuerdo de los hijos y de la amistad atesorada en el faenar de la vida, rasgos propios de sociedades como la nuestra, donde el día a día es una interrogante y también una estación para enjuagar las penas.
Toda buena novela posee trabazón, argumento sólido, levanta un mundo de ficción y dibuja personajes inolvidables. Es el consejo de James Joyce. José “Cheche” Campos urde una historia espejo de los avatares de la emigración, escuela de aprendizaje, con un personaje adaptable, convertible, no manido, ni menos estereotipado en asuntos de géneros y de identidades circulares. Si comprender las cosas es el fin de la literatura, en “Ma’negra”, el mundo del hogar disfuncional está bien representado. La ternura tiene su sello mestizo, propio de las clases desposeídas.
Borges sugiere que solo una cosa no hay, es el olvido. En esta novela el olvido es una forma de progresar, sin descontextualizarse de lo que fue la miseria secular.
El diáfano llamado a saludar a la vida se impone por encima del malhadado destino.
Novela para leerla rumiando penas y pecados. Y también alegrías.
Dato
La novela se presenta el miércoles 8 de junio en el Teatro Municipal de Lima. Comentarios: Miguel Arribasplata, Gloria Idrogo y Ebelín Ortiz González. 4 p. m. Ingreso libre.