El último canto de Gregorio Martínez

Homenaje. Ayer, a los 75 años de edad, falleció en Virginia, Estados Unidos, el autor de Canto de sirena. El cáncer, sin embargo, no pudo impedir que termine su novela póstuma, Potro pinto. ,Seguro para muchos, la fiesta y el éxito de la FIL de Lima 2017 no ha durado nada. La triste noticia de la muerte del escritor Gregorio Martínez de golpe ha enlutado a la literatura peruana. Un solitario post en Facebook decía que acababa de morir en Virginia. Por supuesto, nadie lo creyó. Y las llamadas entre amigos iban y venía sin confirmar ni desmentir. No hay duda, Facebook y Twitter se han convertido en los heraldos negros que nos manda la muerte. Gregorio Goyo Martínez estaba muy enfermo de cáncer, pero de eso nadie sabía, solo una sobrina suya y su amigo, el poeta Hildebrando Pérez Grande. Como amigos, habían pactado el silencio. PUEDES VER Falleció el escritor Gregorio Martínez Desde algún tiempo atrás, lo perseguía el cangrejo. Quizá por ello su renuencia a no aceptar las sucesivas invitaciones de la FIL de Lima y otros compromisos. Quería tiempo, sabía que tenía que ganarle al cangrejo, pues según Pérez Grande, llegó a terminar su novela Potro pinto. La novela cuenta la historia de un coyungano que sale de su monte hacia la capital y luego cruza el charco rumbo a Europa para, finalmente, recalar en los Estados Unidos. Si bien es la aventura de un coyungano –desde los años 40 hacia adelante–, la novela, según Pérez Grande, ofrece un mural de la historia del Perú de esa época en donde, además de los conflictos sociales, aparecen los lugares míticos de la tribu literaria de entonces. Escritor y cronista Gregorio Martínez Navarro nació en Coyungo, Ica, en 1942. Estudió educación en La Cantuta sin dejar de transitar por los senderos de la narrativa. En los años setenta, en la revista ‘Fabla’, publicó su primer cuento. Después se integró al grupo ‘Narración’, conformado, entre otros, por Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso y Antonio Gálvez Ronceros. Desde su primer libro, Tierra de caléndula (1975), Gregorio Martínez, como Gálvez Ronceros, recoge personajes del universo campesino costero, sobre todo afrodescendientes. Pero es con su novela Canto de sirena (Premio de Novela José María Arguedas 1977), que instala a un personaje en nuestra narrativa, Candelario Navarro, “Candico”. Un personaje de carne y hueso, un campesino que fue huaquero con Julio C. Tello y del que Gregorio Martínez supo recoger su sabiduría y visión de mundo en su novela. “Son poco los libros que expresan lo popular con la naturalidad y verdad de Canto de sirena. Y menos aún los que, sin dejar de ser críticos, están como este, llenos de buen humor, desbordante de salud, de alegre sexualidad. Su lenguaje es tan fresco, su desenfado y vitalidad tan grandes, que para muchos esta novela resultará escandalosa”, anotaban los editores de Mosca Azul en la primera edición de la novela. Después publicó La gloria del piturrín y otros embrujos del amor (1985), Crónica de músicos y diablos (1991). Biblia de guarango (2001), Cuatro cuentos eróticos de Acarí (2003) y el texto de ensayo Libro de los espejos, 7 ensayos a filo de catre (Premio Copé, 2004). Así, Goyo Martínez también tenía vena y punche para cronista. Pero también coraje. Durante la dictadura de Francisco Morales Bermúdez, escribía en el semanario La Calle y después en El Caballo Rojo. Pero cuando se tenía que poner el cuerpo, también estaba allí. Junto a Mario Florián, Cesáreo Martínez, Hildebrando Pérez, Jorge Roncal y Gonzalo Espino hizo una huelga de hambre en 1979, en apoyo al Sutep. Como cronista, vale también recordar la inolvidable crónica “Travesía de extrabares con Martín Adán”, en la que narra el asedio al insondable autor de Travesía de extramares en compañía de Cesáreo Martínez. El diario La República lo tuvo en dos momentos. Primero, en los años 80, haciendo calle donde lució su prosa cunda, su desenfado y buen humor como marca de su estilo. Después, en los años 2000, colaboró con esta página. Escribió sobre diversos temas con el mismo gracejo y buen saber. Estas crónicas han sido publicadas en Mero listado de palabras (2015). Gregorio Martínez ha muerto. Como diría su personaje ‘Candico’, “el licotrico se cayó”. Queda su canto. Los anteojos que yo no vi Gregorio Martínez, más conocido como “Goyo”, natural de Conguyo y de las vecindades de Acarí y otros pueblos del sur, que aparecen en el universo de su gozosa novela Canto de sirena, también trajinó duro y parejo en las redacciones periodísticas. En los años ochenta, cuando se fundó el diario La República, fue una de las plumas invitadas por Guillermo Thorndike. Como primera tarea, tuvo la misión de cubrir la alarmante noticia de que en el Hospital Dos de Mayo, muy cerca de La Parada, se había desatado una terrible epidemia. Lapicero y libreta en mano, intentando ser veloz como un jugador de Alianza Lima, “Goyo” salió rumbo a su comisión. A su lado, intentando igualarle el paso, iba Fernando Sánchez, más conocido entonces en los bares de Lima como “Carancho”, porque, mismo gemelo de John Wayne, disparaba heladas una tras otra. Pero ese día, “Carancho” iba como fotógrafo. Cuando el destartalado ómnibus se aproximaba al hospital, y “Goyo”, recostado sobre la ventana, estaba quieto, pensando en cómo plantear su nota para no defraudar a Mario Campos, su editor, no se percató ni tampoco sintió que una mano, mismo garfio, en un santiamén le arrebató los relucientes anteojos con los que, orondo y porongo, tiraba pana en la redacción del diario. “Goyo” se quedó quieto, congelado, no aceptaba que a él, rey de las noches, se la hicieran linda. La escena del robo había sido observada en sus detalles por una señora, quien, solidaria y escandalizada, le pasó la voz desde su asiento de la última fila: -¡Señor, sus lentes!..., un choro se los ha robado. Allá está, en la esquina, mírelo, está parado. “Goyo”, sin inmutarse, ocultando su asombro y malestar, volvió lentamente su humanidad y le dijo a la respetable señora: -Señora, ¿qué lentes? Yo no uso. Al escuchar a “Goyo”, la señora la vio negra, no sabía si había visto lo que vio. Se quedó turulata. No entendía nada. -Del libro Rostro de memoria de Pedro Escribano