Pirun Kla-Talay quedó huérfano a los ocho años en el tsunami de 2004 en el océano Índico. Ahora vive de las mismas aguas que se llevaron a sus padres.
Este pescador sale cada mañana del distrito de Bang Wa en su barco rojo y amarillo, y vende su pesca en el mercado local del sur de Tailandia.
Para los sobrevivientes del tsunami, el mar ha cobrado un doble significado: belleza y dolor.
"El mar me pone triste y feliz al mismo tiempo", comentó Pirun, ahora de 28 años. "Me recuerda a la pérdida, pero también me hizo ser quien soy", dijo.
El 26 de diciembre de 2004, un terremoto de magnitud 9,1 -uno de los más fuertes que se han registrado- desató un devastador tsunami que arrasó zonas enteras de Tailandia, Indonesia, India, Sri Lanka y Maldivas.
Más de 225.000 personas murieron y barrios enteros desaparecieron. En Tailandia se confirmaron más de 5.000 muertes, casi la mitad de ellos turistas extranjeros, y otras 3.000 personas quedaron desaparecidas.
Pirun observaba pájaros cuando lo interrumpió un sonido inquietante.
"Como chico de la isla, conocía el sonido de las olas", recordó. "Pero eso no era normal".
Pirun corrió a avisar a sus vecinos y subió a un lugar más elevado, donde vio horrorizado cómo la monstruosa ola se lo tragaba todo a su paso.
"Pensé que no iba a sobrevivir", dijo.
Su casa estaba cerca de la costa y su padre y madre murieron.
Tras perder a sus padres vivió aterrorizado por el mar, y por la noche sufría insomnio, al punto que el propio sonido de las olas lo despertaba.
Se fue a vivir con su tía, y la familia dejó su casa en la isla de Phra Thong para trasladarse a Bang Wa, en el continente, donde pudo rehacer su vida.
Entre 1.000 y 2.000 niños en Tailandia perdieron al menos un padre en el tsunami, según un servicio informativo humanitario de la ONU.
Watana Sittirachot, de 32 años, perdió a su tío, que cuidaba de él desde que sus padres se divorciaron.
Estaba jugando a un videojuego en un café de Ban Nam Khem cuando vio a distancia que las aguas se acercaban a su aldea.
"De repente, la gente comenzó a correr y gritar", recuerda Watana. Él fue llevado al refugio de la aldea.
El tío de Watana fue reportado como desaparecido, su cuerpo nunca fue hallado. El niño de 12 años que era entonces quedó devastado.
"Mi tío era un gran cocinero", recuerda Watana en una conversación con AFP. "Cada vez que como pescado, pienso en él. Hacía las mejores recetas de pescado".
En un momento en que luchaba con una depresión, un profesor lo invitó a quedarse en la Fundación Baan Than Nam Chai, una institución creada por dos trabajadores sociales tailandeses para cuidar de los huérfanos del tsunami.
Watana se convirtió en 2006 en uno de los 32 primeros residentes. Ahora es el secretario general de la fundación, que ha reorientado su objetivo para hacerse cargo de más de 90 niños cuyos padres están vivos pero no pueden cuidarlos, algunos de ellos por estar en prisión.
"Tenemos que avanzar", repite. "Nadie se queda contigo toda la vida".
Una mirada al futuro en la que también incide Janjira Khampradit, esposa del pescador Pirun.
"El conocerlo me ha enseñado a vivir cada día como si cualquier cosa pudiera ocurrir en cualquier momento", y a "vivir la vida al máximo", dice.
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