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Política

El Informante: El grito, por Ricardo Uceda

¿Quiénes protestaron en Cuba? Lo dice el director de un medio no opositor: izquierdistas críticos, anticomunistas, un pueblo agotado, muchas personas interesadas en reformas más que en cambiar al régimen.

Cárdenas. “La mayor responsabilidad recae en la propia cultura política de la revolución”, dice, ante la ausencia de principios democráticos. Foto: difusión
Cárdenas. “La mayor responsabilidad recae en la propia cultura política de la revolución”, dice, ante la ausencia de principios democráticos. Foto: difusión

La opinión de Harold Cárdenas, director de la revista de análisis La Joven Cuba, ha sido considerada “oficialista”, por opositores democráticos al régimen de La Habana. También fue atacado por afines al Partido Comunista. El medio intentó abrir un espacio de diálogo. Una voz así tiene un valor especial en las actuales circunstancias. El gobierno ya solo es defendido por incondicionales.

El espacio para iniciativas dialogantes como la de ustedes parece inexistente en Cuba. El director de teatro Yunior García Aguilera, una de las figuras de los intelectuales que protestan, dice que estas marcan un antes y un después, que se agotó el pacto social y que se necesita otro. ¿Estás de acuerdo?

Ciertamente hay un antes y un después del 11 de julio, pero es importante controlar las expectativas por un cambio de régimen. El Estado cubano tiene a sus seguidores, las instituciones y Fuerzas Armadas a su favor. Todavía está por ver la capacidad de los manifestantes para organizarse y repetir algo así, ahora que el gobierno cubano está avisado. Los sucesos han radicalizado a los actores políticos, creando dinámicas de odio mutuo y alejándolos cada vez más. Será difícil generar un nuevo consenso cuando hay fuerzas más interesadas en el poder político que en el diálogo y la participación democrática de todos.

La revista ha pedido una Comisión de la Verdad sobre las detenciones. ¿Cómo percibes la dimensión de la protesta y de su represión?

No hay dudas de que es la mayor protesta del período revolucionario, ni siquiera el Maleconazo de 1994 tuvo este carácter simultáneo en distintas regiones del país. Requirió una energía inédita por parte de las autoridades, pero es importante manejar las expectativas. El hecho de que el Estado cubano ya no tenga el monopolio político de las calles tampoco significa que esté cerca de perderlas. La represión a los manifestantes pacíficos tomó por sorpresa a la izquierda crítica cubana y a un sector incondicional al Partido Comunista que prefiere mirar a otro lado antes de reconocer estos excesos. El presidente Miguel Díaz-Canel ha sido particularmente criticado por convocar a sus seguidores a que salgan a las calles, lo cual sería un ejercicio democrático y no un problema si no fuera porque el objetivo es sacar de ellas a quienes no comparten sus preferencias políticas. La mayor responsabilidad recae en la propia cultura política de la revolución, que después de seis décadas no ha sido capaz de conjugar su lucha por la soberanía nacional y la justicia social con principios democráticos y civismo.

Le dijiste a France Presse que quienes protestaban no eran contrarrevolucionarios, como decía el Gobierno, porque había hasta comunistas entre los detenidos. Dijiste también, a otra agencia, que era “un grito”. Leonardo Padura ha hablado de “un alarido”. ¿Qué hay detrás de esa desesperación?

La cobertura de los sucesos ha estado profundamente politizada y marcada por las generalizaciones. La prensa opositora insiste en el carácter pacífico de las protestas mientras la prensa gubernamental cubana solo muestra actos de violencia ocurridos el 11 de julio, la prensa internacional se enfoca en una u otra por razones más ideológicas que profesionalismo u objetividad. En realidad hubo ambas cosas, hubo actos vandálicos (incluso actos de terror doméstico) y hubo muchos protestantes pacíficos ejerciendo un derecho a manifestarse que está expresado en la Constitución.

Pero respecto de quienes protestaron…

La composición de los protestantes era tan diversa como sus objetivos, lo que hace esta manifestación mucho más interesante por su representatividad. Izquierda crítica, personas a las que no les interesa particularmente un cambio de régimen sino reformas largamente pospuestas, y anticomunistas viscerales. Quizás todos marchando juntos, pero esperando un desenlace distinto. Más que todo había un pueblo agotado, atrapado entre el liderazgo político cubano que no escucha su reclamo de cambios profundos y dos partidos en Estados Unidos que compiten en presionar a Cuba para ganar votos cubanoamericanos en la Florida.

¿Qué diferencia estas protestas de las de noviembre del 2020 en La Habana y, más atrás aún, del Maleconazo de 1994?

El Maleconazo tiene más similitudes al 11 de julio, una explosión producto del cansancio que fue abortada con rapidez. Hay una diferencia significativa entre ambas: la ausencia de Fidel Castro. Cuando la multitud salió al malecón habanero en 1994, Fidel salió a su paso, desarmado y rodeado de protestantes, con su carisma convirtió la protesta en un acto de reafirmación a su gobierno. En este caso el presidente Miguel Díaz-Canel no se alejó un segundo de su guardia personal, se mantuvo en una zona controlada por sus seguidores y no logró revertir el rumbo de los acontecimientos. La protesta de noviembre fue el reclamo espontáneo de un sector mayormente urbano y profesional, vinculados muchos de ellos al mundo del arte, que protestaban los métodos gubernamentales con la oposición.

¿Qué efecto social está teniendo la declaratoria de guerra a los contrarrevolucionarios en las calles y la versión de que todo está organizado desde los Estados Unidos?

El pueblo cubano tiene un alto sentido de la justicia, las imágenes de represión y despliegue de fuerzas represivas tuvo un impacto en la población cubana, poco acostumbrada a ver tropas especiales en las calles. Además, la convocatoria presidencial a confrontar los protestantes recibió numerosas críticas que lo interpretaron como una orden al fratricidio. La posición del Estado cubano hasta ahora responsabiliza exclusivamente a Estados Unidos por los sucesos sin reconocer sus propias faltas en este desenlace. En realidad la responsabilidad es compartida. El pueblo cubano se encuentra atrapado entre un presidente cubano empecinado en sacar adelante un modelo en crisis sin efectuar grandes cambios y presidentes estadounidenses que se sienten cómodos utilizando la miseria del pueblo cubano para aplicarle presión a los líderes comunistas.

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