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El Informante: ‘Fanatismo progre’, por Ricardo Uceda

Lo que no debemos ver, ni leer, ni escuchar por ser incorrecto. Los casos de Lo que el viento se llevó, del libro de Woody Allen y de una renuncia en The New York Times. Una intolerancia a la peruana.

El miércoles pasado HBO Max anunció que retirará Lo que el viento se llevó de su lista de películas. Criticada porque contribuiría a la perpetuación de estereotipos racistas desde una visión romántica de la esclavitud, reaparecerá más adelante, en un esquema “educativo”: junto a un debate del contexto histórico, que pondría en evidencia su mensaje retrógrado. La medida transmite empatía hacia el enorme sector indignado por el asesinato de George Floyd. Concediendo crédito a esta sensibilidad antirracista, se percibe en HBO una simultánea preocupación por el rechazo de su audiencia hacia una película sobre esclavos. Un riesgo de marketing.

Dos casos más

Tres meses antes, envuelta en un discurso ético, una editorial del grupo Hachette rechazó publicar A propósito de nada, las memorias de Woody Allen, en las que aborda la acusación de que abusó sexualmente de su hija Dylan cuando era niña. Hachette rompió un contrato con el cineasta. En la decisión pesaron, entre otras presiones, las de su hijo Ronan Farrow, quien ganara el Pulitzer por una investigación periodística sobre el depredador Harvey Weinstein. Había publicado, en el mismo sello, un libro respecto de las maniobras de los abusadores. Está claro que la editorial temió que la campaña contra Allen perjudicara su imagen.

Tercer caso: la renuncia del editor de opinión de The New York Times luego de las protestas por la publicación de un artículo de corte autoritario. El autor, el senador republicano Tom Cotton, planteó reprimir con militares las movilizaciones antirracistas. La deserción de suscriptores no fue el único factor. Había dos más: la presión interna de los periodistas y, sobre todo, que el renunciante, James Bennett, no había leído la nota, que contenía errores fácticos. Esto último podría haber sido un motivo para despedirlo. ¿Pero lo era dar cabida a una postura de extrema derecha, ubicada en las antípodas de su línea editorial?

Algo irrealizable

Basada en un libro de Margaret Mitchell, ganadora del Pulitzer, Lo que el viento se llevó es una gran película y refleja las convenciones del sur esclavista de los Estados Unidos durante la Guerra Civil. Ahora no hubiera sido filmada así. Una persecución de las películas en las que los perdedores son negros, indios y minorías, con héroes que son abusadores, y que –entre otros vicios– ignoran la perspectiva de género, terminaría reclamando un cine concordante con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. No se podría ver ningún western. Algo estúpido e irrealizable.

Y también contradictorio, porque al mismo tiempo que se censura Lo que el viento se llevó, tienen carta libre películas que glorifican a los gánsteres. Algunas clásicas, como Érase una vez en América, de Sergio Leone, en la que Noodles, el protagonista (Robert de Niro), cae en un abismo moral al violar a la mujer que no pudo conquistar. El público, al final de la historia, termina amistado con el personaje.

LA OPINIÓN ENEMIGA

En el caso de The New York Times, que pretende ser un faro de la opinión pública global, y no solo de un sector, es plausible que pretenda incluir las principales opiniones en debate, considerando a las contrarias a su línea editorial e incluso propuestas temerarias como las de Cotton. El invitado representaba el punto de vista de Trump, quien desde la presidencia, abiertamente, propugnó las mismas ideas.

Cada medio establece sus cánones, que incluyen admitir o no a los discrepantes, o proscribir determinadas temáticas. Es razonable impedir falsedades, insultos o mensajes ideológicos criminales (el racismo es uno de ellos). Contenidos hostiles a la línea de la publicación pueden beneficiar a su audiencia. El Ombudsman de Folha de Sao Paulo, Marcelo Beraba, criticó al periódico por no informar acerca de la campaña de George Bush, quien rivalizó en 2004 contra el demócrata John Kerry en las elecciones de los Estados Unidos. El lector del diario no simpatizaba con el republicano, pero Beraba dijo que debía informársele sobre lo que proponía.

Grave dilema

En cuanto a Allen, encontró otra editorial dispuesta a publicar su libro en los Estados Unidos, donde los cines no exhiben sus películas. En el fondo se discute si es aceptable conocer la versión de un denunciado o disfrutar el arte que ofrece. Toda tutela al respecto es oscurantista. Si no fuera posible separar al criminal de su obra, o al artista transgresor de su arte, no podría leerse Mi lucha de Adolf Hitler ni a maltratadores de mujeres como Picasso y Tolstoi.

El sábado el director Spike Lee dijo que no se puede borrar a Allen, “como si no hubiera existido”. De inmediato tuvo que disculparse, tras el aluvión de críticas del fanatismo progre, y temiendo, es seguro, los perjuicios que el activismo podría infligir a sus producciones. Allen no tiene causa abierta, las investigaciones no hallaron base para acusarlo. ¿Hay que sentirse culpable por pensar como Spike Lee antes de que se rectificara, o por comprar A propósito de nada en Amazon?

El vetado

Los abusadores deben ser denunciados e investigados, y las víctimas, así como los activistas, tienen todo el derecho a reducirles los espacios. Pero no a hostilizar a quienes dudan, o exigen un debido proceso, o no participan de un boicot. Hay grupos que hostilizan a los no imputados. La semana pasada, en la PUCP, un colectivo logró impedir que interviniera en una conferencia estudiantil el abogado de un profesor universitario alguna vez vinculado a una nebulosa denuncia por violación que jamás se presentó. Los organizadores del evento no tuvieron el coraje de mantener su decisión. Hay una lista negra de personajes ajenos a cualquier acoso sexual que enfrentaron hostilización política por no haberse alineado con acusaciones dudosas o falsas. Una historia larga, que merece otra ocasión.

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