Este fin de semana se han realizado en el Perú dos congresos o encuentros sobre América Latina con dos perspectivas diferentes y casi paralelas. Me refiero al Congreso Anual de Latin American Studies Association-LASA y el Foro Social Panamazónico: el primero realizado en el centro privado del canon del conocimiento, en la PUCP, Lima, y el segundo en Tarapoto; el primero es la reunión anual de profesores universitarios especializados en estudios latinoamericanos de diversas áreas y el segundo es el encuentro de activistas y promotores de los derechos indígenas de la Amazonía; se podría decir, exagerando, que los primeros estudian a los segundos. Se podría decir, exagerando, que estamos ante dos alcances epistemológicos opuestos. Se podría decir, sin exagerar, que los segundos no quieren ser objeto de nada: ni de estudios. La lucha simbólica de los indígenas de toda la Amazonía es por la ciudadanía y por ser sujetos plenos desde su conceptualización de “sujeto” y de “lo pleno”. Entiendo que muchos han intentado trazar puentes: Rita Segato y Rafael Hoetmer han estado en ambos como ponentes y difusores de debates/conversaciones y algunos, como Eduardo Gudynas, Xochitl Leyva o Marisol de la Cadena intentan trazar puentes epistémicos y ontológicos, aunque no hayan estado presentes en ambos. Pero hay muchos otros que se ignoran mutuamente; algunos por desidia y otros porque desconocen los otros ámbitos metidos cada quien en su burbuja. Precisamente ese interregno entre unos y otros es lo que mueve a pensar en la relación compleja de academia/activismo. Por otro lado, muchas veces hay relaciones tensas, incluso de desprecio de activistas hacia lo académico y de condescendencia de los académicos hacia el activismo. Por eso, el “en medio” es fastidioso de ser habitado. “Crear comunidad intelectual-política a través de las diferencias es necesario y urgente” ha dicho Richard Hale, en castellano, mientras leía su ponencia en inglés sobre el libro “Earth beings” de Marisol de la Cadena, quien aún no sabe cómo traducir al castellano, porque “Seres de la tierra” le parece insuficiente. Precisamente por lo que plantea en él, a través de un diálogo con los Turpo, indígenas cusqueños, ese puente de lenguas/conocimientos/habitus para llamar al cerro Apu y no solo cerro, es lo que se resiste a la “traducción”. ¿Qué se pierde en la traducción?, ¿de qué manera los códigos del otro se resisten a ser traducidos?, ¿podemos cruzar el puente? O quizás, ¿a quién le interesa cruzar esos puentes? Desde el ámbito académico no se puede seguir pensando “al otro” sin dejarse traspasar por sus formas de ser; desde el Estado no se puede seguir imaginando a un otro cultural congelado en un espacio “anterior” o “ignorante de la modernidad” como suelen imaginarlo muchos altos funcionarios públicos. O, lo que es peor, organizarle al otro “una forma de vida” para poder encasillarlo en las lógicas del conocimiento euro-androcentrado y del capitalismo extractivista. Pero esa es y ha sido la única lógica implacable de nuestros gobernantes.