En un excelente artículo, la politóloga y analista de IPSOS, María Alejandra Campos, muestra cómo el anti-voto de Keiko Fujimori se mantiene básicamente tan alto como en la elección del 2011 (http://www.ipsos.pe/punto_de_vista). Para una parte considerable de la población el fujimorismo sigue sin ser una opción sin importar quien tenga al frente. Antes fue el mal mayor de buena parte de la población contra una propuesta de izquierda, esta vez lo es contra una derecha tecnocrática. Para muchos peruanos ese antifujimorismo pesa más que otras consideraciones. Si bien el apoyo al fujimorismo es alto y tiene buenas opciones de ganar la elección, la resistencia de estos antis es considerable. Tan alta que ya parece tarde intentar reducirla con gestos de moderación. Probablemente el equipo de Fujimori entienda que lo que no se intentó en cinco años y tampoco en primera vuelta sería ya percibido como falso. O quizás que puede costarle algunos votantes del núcleo duro, aunque es difícil verlos pasando a PPK. Campos, así como Mirko Lauer y Rosa María Palacios hace unos días, sugieren que tal vez por esta dificultad Fujimori ha optado por una nueva estrategia para ganar votos: ahora busca jalar bolsones de electores, grupos con agendas más precisas. ¿Cuáles han sido estos bolsones? Primero el de los policías y sus familias, amenazando revertir el 24x24. Luego funcionarios públicos al atacar a la Ley de Reforma Civil. Pasó después a firmar acuerdos con mineros informales. También sindicalistas de construcción civil ajenos a los sindicatos tradicionales. Y ha firmado un compromiso con un sector muy conservador de los evangélicos. Estas apuestas son riesgosas, no es para nada claro que sean ganadoras. Así como seguro atraerán nuevos votos de los grupos beneficiados, también pueden ser un búmeran que golpee con los votantes indecisos y refuerza las razones del antivoto. Algunos de estos temas son impopulares en el resto de la población o pueden traer sorpresas por tener sus nuevos amigos vínculos con actividades criminales (daño al medio ambiente, extorsión). Si bien otros temas son mayoritarios, como el rechazo a la unión civil, tampoco implican un apoyo abrumador. Y menos si representan a posiciones violentas y homofóbicas como las de los pastores Linares y Santana, para nada representativos de la comunidad evangélica. Estos personajes impresentables, además, escapan al control de la campaña. Y claro, se muestra una candidata cambiando de opinión y confirmando los temores de sus opositores. Si bien considero que hechas sumas y restas esta movida es un error, salvo que se observe un improbable desplome o una fuerte subida del voto fujimorista será difícil evaluar su impacto. Carecemos de instrumentos de análisis que permitan seguir las decisiones de los votantes en el tiempo (encuestas panel). Si bien en algunos temas podemos comparar el voto de primera y segunda vuelta para evaluar su resultado (distritos mineros), en otros casos esta comparación es imposible. La aceptación o rechazo de la ciudadanía a estas propuestas, además, no significan similar impacto en la intención de voto de aquellos a los que van dirigidas. Y claro puede que haya tendencias en movimiento que no estén determinadas por estos temas, subir o bajar no es necesariamente evidencia del éxito o fracaso de la estrategia. Lo que sí me queda claro es que para que este tipo de declaraciones tenga un efecto negativo debe tenerse al frente a un rival que sepa decidir cuáles conviene explotar y politizarlas. Un rival que muestre estas contradicciones y sus costos, que use estos casos para señalar que el fujimorismo fue informalidad, desinstitucionalización, pragmatismo, y sus legados negativos siguen con nosotros. Sin alguien que trace la cancha con firmeza no se podrán explotar estos flancos débiles. Y hasta ahora no se ve a ese candidato.