El libro de Aldo Mariátegui (considerado por la última “Encuesta del Poder” uno de los “analistas políticos” más influyentes del país) fue el más vendido en la Feria Ricardo Palma en diciembre pasado. Se trata de El octavo ensayo (Lima, Planeta, 2015). El autor declara en la introducción que escribió el libro porque “aborrece” y “detesta” a la izquierda; el propósito del mismo sería denunciar su responsabilidad en los grandes males que han asolado al país en las últimas décadas. En estas páginas encontramos al desaforado Mariátegui que solemos leer en Perú 21. Sin embargo, el grueso del libro tiene otro tono y sentido: consiste en una suerte de crónica de la historia de la izquierda en el Perú. El primer capítulo se centra en José Carlos Mariátegui como fundador de las ideas socialistas, y los dos siguientes en la “desmariateguización” del Partido Comunista, en el surgimiento de la “nueva izquierda” y las experiencias guerrilleras. El cuarto, el más extenso, trata centralmente sobre el gobierno militar. La crónica de Mariátegui está marcada por supuesto por su particular punto de vista y estilo, pero me atrevería a decir que no está demasiado alejada del “estado de la cuestión” construido desde las ciencias sociales sobre esos temas. Digamos que estamos ante un Mariátegui más serio y profesional, en donde su aporte está acaso en las anécdotas y chismes que sazonan el relato. Este último capítulo termina con unas páginas sobre el devenir de la izquierda desde la transición democrática hasta la actualidad, en las que reaparece el pugnaz columnista diario. La contradicción central del libro a mi juicio es que el odio de Mariátegui hacia la izquierda no se deduce en realidad de la crónica que él mismo hace. El origen del problema está en el uso impreciso del término “izquierda”. En la introducción ella engloba un conjunto muy amplio e impreciso de ideas que van desde el marxismo al nacionalismo y al intervencionismo estatal, desde ideas liberales asociadas a la defensa de los derechos humanos y a la contemporánea “corrección política” hasta el ecologismo radical. De allí que la izquierda peruana aparezca como una entidad con enorme poder e influencia, responsable de las crisis económicas, políticas y de la violencia política que sufrió el país (y padeció el autor) en los últimos años. Sin embargo, la propia crónica del autor sigue un relato más preciso, que define a la izquierda desde su relación con la tradición marxista. Desde este ángulo, la izquierda peruana es más bien marginal, subordinada al APRA primero y al velasquismo después. Y en la década de los años ochenta no llegó al gobierno nacional. El principal causante de la mayoría de los males que denuncia Mariátegui es en realidad el populismo, del que se ocupa en su crítica al velasquismo, pero del que llamativamente poco dice en cuanto a su manifestación en el primer gobierno de Alan García. Aunque tarde, me sumo a la campaña: ¡libertad para los presos políticos en Venezuela!