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Domingo

Hasta la raíz

Jóvenes despiertan su interés por construir su árbol genealógico. De la mano de un investigador y gracias a herramientas virtuales, se sumergen en la búsqueda de su linaje. Reivindican su origen andino, afro, nikei y honran a sus antepasados.

Camilo Dolorier (26) aprendió a hacer árboles genealógicos de forma autodidacta. Foto: Félix Contreras / La República
Camilo Dolorier (26) aprendió a hacer árboles genealógicos de forma autodidacta. Foto: Félix Contreras / La República

Descubrió que su apellido paterno no era Guzmán sino Yupanqui.

Durante la pandemia, Alessandra, de 25 años, una joven tiktoker y activista en etnicidad andina, fue testigo de una infidencia en una cena familiar. Un tío contó que la bisabuela de Alessandra, Antonia Guzmán, casada con el bisabuelo Adrián Yupanqui, había invertido los apellidos de sus hijos para que así no tengan que asociarlos con su origen andino. De esta forma el abuelo de Alessandra se llamó Luis Guzmán, y su padre Julio también llevó el apellido de origen criollo, más tendrían que haber llevado el Yupanqui que proviene del quechua y que quiere decir “guía” o “líder”.

Alessandra no conocía nada al respecto y de inmediato se le prendió la chispa de querer saber más. “Necesitaba documentación que diera más luz de en qué momento se hizo el cambio de apellidos”, comenta. Entonces hizo un tiktok contando lo sucedido y se volvió viral: “Mis apellidos se habían cambiado por vergüenza, porque se cree que las personas del ande son menos inteligentes, menos aseados, menos capaces”. Mucha gente le escribió contándole alguna historia sobre cambios de apellidos, como aquel chico que le contó que provenía de la familia Huayta (flor en quechua) y que sus ancestros castellanizaron su apellido como Flores. 

Allí es cuando conoce a Camilo Dolorier, un joven veinteañero como ella, que también, durante las cuarentenas, empezó a hurgar en su pasado familiar, y hoy reconstruye los árboles genealógicos de gente que lo contacta por redes sociales. Camilo le ofreció a Alessandra hacer un viaje al pasado de su familia –que por el lado paterno proviene del distrito Santiago de Chocorvos, Huancavelica—, y desde su laptop vía internet se adentró en archivos digitales de dominio público, donde obtuvo documentos variados para elaborar su árbol genealógico. “Me entregó el acta de nacimiento donde se consigna el nombre de mi bisabuelo como Adrián Yupanqui, también otro documento con su firma, al fin podré honrar su existencia con su apellido original”.

Camilo reconstruyó el árbol genealógico de Alessandra hasta sus trastatarabuelos, cinco generaciones de antepasados, y ésta lo hizo público en Tiktok, y a los pocos días, al joven investigador le llovieron solicitudes de usuarios interesados en hurgar en sus pasados. Hay que decir que Camilo ganó experiencia armando su propia genealogía, y lo motivó Caja Espíritu, el misterioso distrito huancavelicano donde nació su padre, Fidel Dolorier, su gran acertijo familiar.

 Alessandra volvió tras las huellas de sus bisabuelos que cambiaron el apellido Yupanqui de sus hijos por Guzmán. Foto: Félix Contreras / La República

Alessandra volvió tras las huellas de sus bisabuelos que cambiaron el apellido Yupanqui de sus hijos por Guzmán. Foto: Félix Contreras / La República

“Me interesé por las raíces de mi familia porque ellos no mostraban interés. Ahora que viven en Lima están apartados de su historia familiar, se consideran limeños, ya no hablan quechua. Mi abuela Vilma Torres solo cocina platos criollos ya no quiere volver a Caja”.

La tez blanca de Camilo probablemente sea herencia de su madre, la estadounidense Lisa Thompson, quien conoció a su padre en Lima, Camilo fue armando el rompecabezas de su rama paterna hurgando en los álbumes de fotos familiares y jalándole la lengua a su mamamama Vilma.

“Caja Espíritu era un pueblo muy dividido, había un barrio mestizo, “los de arriba”, y otro de indígenas, “los de abajo”. Aquellos se jactaban de tener la piel blanca y de no tener ni un grado de parentesco con los otros. Mi bisabuela era Delia Carrasco Oré y decía que no era como los Oré de “los de abajo”. ¡Pero era un pueblo pequeño! Haciendo mi árbol quería comprobar que todos estaban entrelazados de alguna forma”.

Camilo elaboró su árbol genealógico virtual en la plataforma ancestry.com, y la documentación para verificar la identidad de algunos familiares (actas de nacimientos, bautizos, matrimonios, defunciones), asegura que la obtuvo de archivos parroquiales digitales y, mayormente, de familysearch.com, una web gratuita de la iglesia de los mormones que, según indica, cuenta con archivos digitales de mil millones de registros familiares.

Al ir perfeccionando su uso de la plataforma, Camilo les ofreció a sus amigas reconstruir sus árboles: “Ellas viven en Lima, pero tienen memoria de cuando visitaban a sus abuelas en Jauja, Tiabaya, Huanta. Cuando uno viene a la capital se pierde en la cultura criolla, pero es importante saber cuáles fueron tus raíces”, dice. Y así nació @_raicesraices, su cuenta en Instagram, donde ofrece a sus seguidores un reencuentro con sus antepasados: “¿qué sería de un árbol sin su raíz? conoce la tuya”, anuncia.

Hasta hoy ha rastreado el linaje familiar a más de 200 personas, entre ellas la activista Natalia Barrera, @chica.afroperuana, a quien Camilo encontró información de cincuenta ancestros, y uno de ellos, según un documento de 1824, habría sido esclavo en una hacienda. Camilo asegura que puede completar un árbol genealógico entre tres a seis horas, dependiendo de la documentación disponible, y el costo de sus servicios como investigador es de 120 soles por hora, finalmente, presenta los resultados por Zoom a sus clientes.

 Camilo ganó experiencia armando su propia genealogía. Foto: Félix Contreras / La República

Camilo ganó experiencia armando su propia genealogía. Foto: Félix Contreras / La República

El diseñador gráfico Rafael Rodríguez, 28 años, está emocionado con los hallazgos de Camilo, con quien llegó hasta su séptima generación de antepasados, y luego investigó por su cuenta y completó su linaje hasta la décimo sexta generación. Aunque su familia se asentó en Lima ya hace bastante tiempo, asegura que sus raíces están en Arequipa y que, como le pasó a Alessandra, descubrió que su apellido no es Rodríguez sino Mostajo, su bisabuelo hizo el cambio.

“Ver mi árbol es ver una infinidad de sucesos que influyeron en la construcción de mi identidad, lo que les sucedió a mis antepasados me ha permitido que yo esté aquí, no somos productos del azar, nos define la decesión de los otros, y la gente de nuestro país está más emparentada de lo que cree”, dice.

Alessandra asegura que cuando tenga un hijo posiblemente lo registre con el apellido Yupanqui como una forma reivindicar su pasado: “Ver mi origen me hace más consciente de cómo he llegado a donde estoy, he tenido acceso privilegiado a educación, soy la primera nieta que fue a la universidad, y lo he logrado gracias a los pasos que dieron mis antepasados, eso me enorgullece”.

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.