Diego Trelles. El escritor ha publicado La procesión infinita, una novela que narra la historia de dos amigos cuyas vidas están situadas en un país que ha sido violentado.,Lo que hay en la novela de Diego Trelles no es confesión. Es memoria, es más, memoria herida. La procesión infinita (Ed. Anagrama), finalista del premio Herralde 2016, recrea cómo la dictadura del fujimorismo sigue presente, no solo en sus formas sociales, sino también como alimaña bajo nuestra piel (y conciencia). El “Chato”, Francisco –que ha sido agredido en una noche en Berlín–, Cayetana, Chequita, son personajes desgarrados y luchan por salir y encontrarse a sí mismos. Pero no es fácil, como no es fácil para nuestro país hallar una salida. El título de tu libro, La procesión infinita, se lee como la procesión va por adentro, como eso que quema y hiere. Es una especie de juego. Ahora que lo pienso, porque antes no lo había dicho, viene del poemario de Rodrigo Quijano, Una procesión entera va por dentro, que alude al dicho popular y al mismo tiempo hace referencia al duelo. Es decir, La procesión infinita habla del duelo no resuelto de los peruanos en tanto hay todo un luto que estamos arrastrando y que hasta ahora no nos podemos liberar. La dictadura sigue conviviendo con nosotros. La marca de la dictadura fujimorista... Sí, en específico hablo de lo que fue la experiencia de la dictadura y cómo sus resonancias las seguimos teniendo hasta el presente. La novela está ubicada en la época de la posdictadura y la idea que elabora uno de los personajes es que la dictadura nos persigue, hay una especie de cordón umbilical, una especie de dependencia con las cosas que pasan en el presente. Violencia cíclica En política, persisten las formas dictatoriales; la ciudadanía está afectada. El país debería necesita un psicoanalista. Sí, sería un buen caso. Me parecía incluso razonable que un país donde se ha sufrido mucho, donde el dolor que se ha sufrido no es fácil de asimilar, la gente está un poco con la idea de que es mejor ya no recordar. Ya no hay que recordar, borrón y cuenta nueva como si no hubiera pasado nada. El problema, como tú lo dices, es que los ciclos de violencia en los cuales se fomenta la amnesia es que vienen con eso de los indultos que amenazan la estabilidad, con los periódicos chichas con lo que llamamos ahora la posverdad y este congreso donde gobernara la sinrazón abiertamente. Entonces, asistimos a un espectáculo, contrario a lo que decían algunos politólogos, de que el fujimorismo no ha cambiado nada, es más, creo que se ha radicalizado más de una manera bastante abierta. ¿Qué hacemos con eso? Entonces, la novela reflexiona sobre eso en base a las historias que hay y sobre todo a estos dos personajes. Son personajes dañados... Absolutamente dañados y están en una búsqueda. Esta novela es autobiográfica, como Hudson el redentor, quizás. ¿Autobiográfica? Es autobiográfico en muchas partes. Es decir, no es una autoficción, es una novela. El “Chato” aparece en cuatro de mis cinco libros de ficción, en Adormecer a los felices aparece en un cuento. Pero sí me daba cuenta de que Hudson... y La procesión infinita habían sido los más personales. Eso quiere decir, que muchas de las cosas que ha hecho el “Chato”, que se llama Diego y que ha escrito Borges, pueden haber sido vivencias de este proceso que yo también viví, porque yo justo parto del país cuando la dictadura se cae. Recuerda que soy de la de la Universidad de Lima, y había sido tan fuerte la dictadura que hasta los de la de Lima salíamos a protestar. Los que supuestamente éramos los evasivos de la realidad, vivíamos en nuestra burbuja, salimos a protestar y se hizo un movimiento bastante bacán. Pero lo que pasó después fue que muchas de esas cabezas terminaron de políticos y de corruptos. Y el “Chato” busca escribir una novela... Claro, porque finalmente todos los personajes están en búsqueda. La búsqueda es el motor de esta novela, eso lo enlaza con el policial. Por ejemplo, Cayetana con la búsqueda del papá. Mateo, Chequita, todos, al margen de la vorágine social, están en una búsqueda personal. En tus escritos el tema de la literatura es un motor. Sí, como tema siempre está presente. Creo que mis dos temas son eso. Por un lado, la violencia política y por otro lado la literatura como un motor, como campo de batalla, como una enfermedad. Hasta el título Bioy, de tu novela anterior, y Borges, la novela del “Chato”. Las alusiones son constantes. A mí me interesa mucho el trabajo del lector como detective. Entonces, fíjate cuántos guiños, cuántas referencias hay en mis novelas, que muchas veces el lector no necesariamente tiene que conocer para disfrutarlas, pero están, existen. Por ejemplo, ¿qué realmente le pasó a Francisco esa noche en Berlín? Esa es la búsqueda del “Chato”. Su búsqueda tiene que ver en que no puede escribir porque está en duelo, porque no sabe qué pasó esa noche y tiene que escribir sobre su amigo, pero no llega entender. ¿Sendero Luminoso estuvo en la Universidad Católica como ficcionas en tu novela? Eso es un hecho, Sendero ha estado en la Católica, ha dado escuelas populares cuando podía, nunca abiertamente, pero hacían pintas pero se las tachaban al toque. Recuerda que había marinos encubiertos allí. En san marcos sí eran abiertos. El tema en el fondo no es la presencia de Sendero Luminoso como un fantasma que arrastra. En San Marcos, a diferencia de la Católica, las pintas se mantenían. Si las borraba alguien, mancaba. Entonces, cómo es esta sociedad en la que chicos de la misma edad pueden tener tantas diferencias. Unos que estaban protegidos, y otros que estaban abiertamente expuestos. Ese es otro tema de la novela, porque también es el reflejo del Perú hasta el día de hoy. ¿El Diego político a veces se impone al Diego escritor? No, porque a mí me gusta hacer siempre esa distinción. Yo soy un ciudadano y una persona pública, que opina como tal en entrevistas, columnas, otra tarea tiene el escritor. No me interesa lo maniqueo, eso arruina las obras literarias. Ahora en cuanto al lenguaje, tu prosa tiene un vértigo. ¿Viene de Vargas Llosa, Bolaño? Yo creo que de la poesía, porque soy un lector de poesía, y por el otro, de algunas voces que resuenan en mis lecturas y mi aprendizaje como escritor. Me gusta trabajar el lenguaje que a veces es inesperado. En la parte que escribo sobre el tráfico, siento ruido, desenfreno que se transforma en música. Que lo definas como vértigo me halaga porque es lo que quiero dejar. Y a veces suena a rock. Sí, mucho rock. En Hudson, el redentor hay un cuento donde están unos delincuentes escuchando el partido de la ‘U’ con Cristal. En Bioy vemos los blogs donde aparecen las abuelitas pornos. Cuando me dicen que soy un escritor realista, yo digo que no creo, es decir, hay cosas dentro de mi novela que rompen con ese realismo. ¿Que busques convertir a tu lector en detective es la cuota de thriller? No, el thriller no me interesa. Lo que pasa es que yo no soy un escritor de género, no soy un escritor policial. Ni siquiera me formé leyendo policiales, yo lo hice leyendo a Faulkner, Vargas Llosa, Puig, Piglia, Bolaño. Me interesaba más bien cómo le sacaban la vuelta al género. ¿Qué hacer con la memoria cuando ya no quieres vivir de luto?, se pregunta Cayetana. Exacto. ¿Qué haces? Es una pregunta que ella se hace, pero es una pregunta que abiertamente yo hacía. Como te decía al comienzo, cómo hacemos con las personas que han sufrido tanto, que tienen desaparecidos y la justicia no les alcanza. Sienten que nada va a cambiar y saben que su lucha ha sido inútil y muchos se han muerto en esa búsqueda. Yo hablaba un poco de eso, es decir, con esta sociedad extenuada que quiere encontrar un camino de salida, pero no es que toda la gente viva triste, pero la procesión va por dentro.❧ El dato La procesión infinita será presentada el jueves 17 de agosto en la Librería Sur, Miraflores, a las 7:30 p.m. Participan el escritor Antonio Gálvez Ronceros y el politólogo Santiago Pedraglio.