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Tupac Amaru y el centenario de la independencia en el joven Haya de la Torre, por Gustavo Montoya

Haya sabía bien que las fanfarrias del régimen de Leguía no podían ocultar “la dolorosa verdad de la opresión que imperaba en el Perú”. Hoy, nada asegura que el partido que fundó sobreviva al cataclismo político que está por venir”. 

En las actuales conmemoraciones por el centenario de la fundación del APRA, aún son elusivas las referencias al pensamiento político del joven V. R. Haya de la Torre y la recuperación del ambiente intelectual de su época. 1924 no fue cualquier año en el Oncenio leguiísta, salpicado de oprobio, promesas y frustración. Leguía y la alianza que logró instituir con las élites, los sectores medios y parte de los sectores populares de la época, ya habían echado a andar de modo espectacular los festejos por el centenario de la independencia. Obras públicas por doquier, suntuosidad en los rituales públicos, derroche de recursos para aplacar las furias y protestas de la plebe rural y urbana. Leguía y su entorno supieron instrumentalizar astutamente el Centenario y, vía reformas constitucionales, abrirse paso y perpetuarse en el poder con las reelecciones de 1924 y 1929, hasta su estrepitosa caída en 1930.

El liderazgo fulgurante del joven Haya se forja en esa época de intensos cambios en las sensibilidades sociales, el ascenso de los movimientos de masas, la secularización de la política, las intensas agitaciones entre los estudiantes universitarios, la formación de la clase obrera, la reforma universitaria, el movimiento indigenista y regionalista, y el combativo movimiento anarquista. En muchos sentidos y para muchos actores colectivos de la época, era una coyuntura revolucionaria, si se tiene en cuenta las recientes revoluciones en México y Rusia, y la lucha entre socialismo y fascismo que estremecía Europa. En el sur andino no dejaban de estallar protestas y rebeliones campesinas. Un año antes, en 1923, Mariátegui recién había retornado al Perú.

En el ambiente académico referido al Centenario, empezaban a destacar en el Conversatorio Universitario J. Basadre, R. Porras, L. A. Sánchez, J. G. Leguía, M. Abastos y C. Moreyra y Paz Soldán entre los más importantes. Sin embargo, ninguno de los nombrados tenía entre sus intereses desarrollar una investigación referida a la figura de Túpac Amaru – y no tenían por qué hacerlo_, además de que sus exploraciones estaban influenciadas por el ambiente conmemorativo del Centenario precisamente. En cambio, es interesante destacar a un autor, Pedro Dávalos y Lissón, que no provenía de la academia precisamente, y que publicó en 4 volúmenes entre 1921 y 1926, su obra con un título bastante significativo: La Primer Centuria. Causas geográficas, políticas y económicas que han detenido el progreso moral y material del Perú en el primer siglo de su vida independiente, donde sí aparece la figura de Túpac Amaru como precursor de la independencia.

En tal escenario, en 1924, Haya de la Torre, entonces en su exilio de Berlín, publica un artículo fulminante en contra del intento del régimen de Leguía por rendirle homenaje a Túpac Amaru. El texto es bastante revelador de la sensibilidad histórica del joven Haya, la posición política que asume en contra de las conmemoraciones estatales llevadas adelante y en abierta discrepancia con el ambiente académico de la época. El texto se inicia con una toma de posición irreductible: “Hay tres o cuatro memorias gloriosas y auténticamente revolucionarias en el Perú, que sería mejor no profanar con homenajes que resultan sarcasmos. La de Túpac Amaru es una de ellas”. Una afirmación de tal magnitud, sin duda, expresa un horizonte de expectativas abiertamente cuestionador del orden leguiísta. Denunciaba en el mismo texto que las celebraciones no tenían otro objetivo que “hacer olvidar los crímenes del despotismo”, en abierta alusión a la represión que había padecido justamente su generación contestataria, agregando que el carácter de la independencia había sido “una victoria de los españoles de aquí contra los españoles de allá, y que los que quedaron aquí son tan malos o peores que los de allá”. Estas expresiones no eran obviamente las de un político solitario, o de un francotirador intelectual, hacían parte más bien de una tendencia, y es lo que interesa conocer, el fondo de sensibilidad social que hizo posible que emergiera una mirada tan desoladora y crítica sobre el carácter de la independencia. Precisamente cuando desde el Estado se llevaba adelante una conmemoración apoteósica para proclamar la Patria Nueva, que luego derivaría en un régimen despótico y autoritario.

La exaltación del rebelde de Tungasuca es sostenida, y Haya pone al descubierto esa relación casi siempre conflictiva, por no decir esquizofrénica en el Perú, entre Memoria e Historia, entre pasado y presente, “Nadie puede dudar que Túpac Amaru, su figura, su vida maravillosa, no concuerdan con esta hora del Perú (…) en el Perú estamos en la hora de levantar estatuas al fraile Valverde, al conde de Lemos, a Areche, a Riva Agüero y Torre Tagle”. Alejado de las luces, las lentejuelas, o la frivolidad, y desde su exilio provechoso en Europa, el joven Haya se fue perfilando como uno de los líderes indiscutibles de las mayorías sociales de su tiempo.

No sería su único texto sobre el Centenario, lo que también da cuenta de la atención con que seguía la conmemoración del Centenario, pues en otro escrito suyo, una carta más bien, dirigida a R. Tagore, escritor liberal hindú y premio Nobel, que había sido invitado por el gobierno de Leguía para darle lustre académico internacional; Haya se vale de la amistad que tenía con el escritor francés R. Rolland, para alertar a Tagore sobre el carácter autoritario del gobierno peruano, “Llegará al Perú en una época muy triste de su vida social. Yo sé bien que las fanfarrias y las fiestas brillantes, que el pueblo paga, no podrán ocultar a usted la dolorosa verdad de la opresión que impera en mi país. El Perú es una república tragicómica con manchas de sangre y de ridículo”.

Lo revelador es que el joven Haya, en todo momento de sus reflexiones en torno al Centenario de la independencia, no se queda solo en una mirada crítica o complaciente del pasado, la fuerza de su razonamiento consiste en pensar históricamente las coyunturas de su tiempo. Si para el régimen leguiísta, el Centenario debía convertirse en una fiesta permanente, desde la perspectiva de Haya, aquello se había levantado sobre la “sangre de obreros, de indígenas, de estudiantes, que caen a los golpes del despotismo más cruel; ridículo de políticos de frac, siervos del imperialismo yanqui y representantes de un feudalismo oprobioso que estrangula a millares de hombres de nuestros campos, en nombre de la libertad y la democracia republicanas”.

Las dos agrupaciones políticas de mayor durabilidad en esta república a medio hacer que nos cobija, han sido el civilismo (1870–1920) y el aprismo. El partido civil terminó pulverizado porque no supo, ni quiso adaptarse a la dinámica del cambio histórico del país, y algunas de sus figuras e ideas terminaron como fantasmas y condenados al basurero de la Historia. En el actual tiempo de plagas que vivimos, nada asegura que el partido fundado por Haya de la Torre sobreviva a la tempestad política y social que se avecina. Tal vez, los más jóvenes y lúcidos de sus integrantes sepan recuperar la riqueza cualitativa de su doctrina, y ponerse a tono con las legítimas demandas de las mayorías sociales, casi siempre burladas en nuestro país.