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Las diferentes formas de votar, por Hernán Chaparro

“Quienes vienen estudiando el comportamiento electoral sostienen que en ese proceso intervienen diversas variables. Sin embargo, se considera que el peso que puede tener una u otra variable depende del nivel de ‘sofisticación’ política del votante”.

Desde las elecciones parlamentarias del 2020, hace solo cuatro años, muchos pasaron de votar con desánimo a desear botar con encono. Llegó el 2021 y el proceso fue el mismo, aunque en este segundo momento Pedro Castillo se botó a sí mismo. Llegó el 2022 y asumió el encargo Dina Boluarte, que también ha motivado diversos pedidos para que renuncie al cargo y anticipe elecciones, pero Alberto Fujimori ha subrayado que hay que esperar al 2026 para elegir un nuevo Congreso y presidente. No dijo nada sobre todos los cambios, que en paralelo se está haciendo o desea hacer sobre el sistema electoral a punto de interpretaciones auténticas (para no hablar del sistema de justicia), pero eso no afecta la fecha.  ¿Cómo será el voto el 2026?, ¿qué nos llevará a votar por una u otra opción?

El resultado de la primera vuelta en las elecciones para presidente del 2021, y su comparación con la misma situación en el 2016, dan muestra de cómo la quiebra general de los liderazgos y de la capacidad de representación de los partidos políticos, vinculados a cualquier parte del espectro ideológico, impactó en el acto de marcar nuestra preferencia electoral en la cédula de votación. Parece que líderes políticos y sus agrupaciones solo están interesadas en ganar elecciones y lo que luego se pueda conseguir gracias a ello.  Andan más interesados en la campaña que en la política. Una estrategia que ha mostrado precarios resultados para el país.

En el 2016 hubo un ausentismo del 18% aproximadamente. En el 2021, fue a votar un millón menos de ciudadanos, pero como entre un período y otro la población creció, eso significó que hubo un 30% de ausentismo electoral. Estas cifras pueden estar, en algo, afectadas por efectos del COVID, pero es probable que buena parte de la explicación esté relacionada a la percepción que había de la oferta electoral. ¿Una prueba de ello? En el 2016 los tres finalistas de la primera vuelta (Keiko Fujimori, PPK y Verónika Mendoza) dieron cuenta del 65% de los votos emitidos. Con cierta licencia, se podría decir que los tres expresaban posiciones de derecha, centro e izquierda. Para llegar a similar porcentaje en el 2021 hay que sumar el voto emitido por siete candidatos: Castillo, Fujimori, López Aliaga, De Soto, Lescano, Mendoza y Acuña. Una gran dispersión de candidatos y posiciones de derecha, centro o izquierda. Fuerza Popular, en el 2016, el partido más votado, obtuvo 33% de voto emitido, pero en el 2021 esto fue solo 10,9% (sin embargo, el segundo más votado). Perú Libre, o mejor dicho Pedro Castillo, el más votado en la primera vuelta del 2021, obtuvo solo el 15,38% de los votos. Como ya se ha dicho en ton de mofa, en la primera vuelta del 2021 ganó el Blanco/Nulo (18,7%, más que Castillo). Creció el número de ciudadanos que se desanimaron de ir a votar y quienes lo hicieron se dispersaron de muchas maneras. 

Quienes vienen estudiando el comportamiento electoral sostienen que en ese proceso intervienen diversas variables. No hay un elemento que por sí solo dé cuenta de todo el fenómeno.  Sin embargo, se considera que el peso que puede tener una u otra variable depende del nivel de “sofisticación” política del votante. Por ello, se entiende una combinatoria de nivel de interés en la política, manejo de información al respecto y algún tipo de actividad vinculada que, como sabemos, describe solo a una minoría que está alrededor del 10% al 15% del electorado. Si bien también se pueden hacer diferencias al interior de los menos sofisticados, acá vamos a resaltar lo relevante para cada uno de estos dos grupos.

Lo que influye en el grupo más sofisticado son las características de su adscripción ideológica (dónde se ubique en el eje de izquierda a derecha, entre liberal y conservador) y la afinidad con relación a las posiciones que se tomen respecto a temas relevantes para el votante (léase seguridad ciudadana, reactivación económica, reforma del Estado, etc.). Diversos estudios indican que en este pequeño grupo (es una constante en muchos países en diversas regiones, no solo acá) hay mayor relación entre convicciones ideológicas y posiciones frente a ciertos temas de interés y el comportamiento electoral. Se valoran más aspectos programáticos y políticas públicas al respecto. Luego se ve qué agrupaciones o candidatos se aproximan a ello. Una vez descartados los que no se ubican cercanos en estos temas, se elige entre lo que hay.  Ahí la oferta electoral tiene que poner de su parte. Es un votante dispuesto a informarse más, a evaluar con mayor detalle e invertir tiempo en todo ello.

Entre los menos sofisticados, la gran mayoría, lo que pesa es el candidato y la percepción de contar o no con la capacidad para gobernar, además de otros aspectos de imagen no vinculados a la política. Es el pro o el anti con relación al postulante.  Acá lo relevante es si transmite o no liderazgo, efectividad y empatía sobre diversos temas de carácter no político. La identificación, o el rechazo, juega un importante rol, la habilidad comunicacional y/o carisma del candidato o candidata, pero también la percepción de que será capaz o incapaz de… poner orden, reactivar la economía o el tema que sea relevante en esa coyuntura para la gente. Para este segmento de votantes, la presencia mediática al interior de los medios que consultan será importante. A diferencia del otro segmento, acá el tiempo y esfuerzo dedicado a informarse es menor no solo porque el nivel de interés es más bajo, sino que el tipo de aspectos a evaluar no demanda tanto tiempo. Se es o no carismático, se le siente cercano o no. Es confiable o no. Eso no pasa por leerse el programa de gobierno ni informarse sobre qué piensa hacer con relación a tal o cual tema. Uno de los motivos por el que los debates importan. No es lo que dice u ofrece sino la confianza o desconfianza que genera. Se definen los antis y se escoge, dentro de los que quedan, al mejor o al mal menor.

¿Qué implica esto para una campaña? Que las estrategias tienen que considerar la diversidad de segmentos, porque la opinión de unos puede influir directamente en los otros. Está claro que en el primer grupo descrito entran medios y periodistas y que estos van presentando a los candidatos de una u otra manera, más allá de la intención de los contendores. Que lo que transmite el candidato, más allá de lo que diga él o su programa, importa. En todo caso, si se quiere difundir una propuesta adecuada, la conexión emocional con el líder será el canal necesario para plantear ideas. 

Falta un buen tiempo y la necesidad a veces construye líderes ahí donde no los hay, ya nos pasó varias veces.  Pero también está la posibilidad de ir construyendo liderazgos que, como se ve, son la condición necesaria para la difusión de un buen programa.

Hernán Chaparro

La otra orilla

Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.