Hacia una educación resiliente

¿Qué estrategias podemos implementar para mejorar nuestros sistemas de educación? La respuesta a esta pregunta no es unívoca; depende, en gran medida, de los recursos y prioridades de cada país. No obstante, en años recientes, la mejora de la pertinencia de la oferta educativa se ha convertido en un objetivo sensato que se condice con los desafíos de nuestro tiempo, como el cambio tecnológico acelerado y la crisis medioambiental.

En el Reporte de Perspectivas de Política Educativa 2022, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) brinda sugerencias substanciales en este sentido. No solo enumera prioridades para hacer que nuestros sistemas educativos sean resilientes ante disrupciones en el corto plazo, sino también da luces sobre cómo afrontar, entre otros, la incertidumbre económica global y los mercados laborales restringidos.

Dado que nuestro país no está exento de experimentar el impacto de estas disrupciones, dichas recomendaciones no deberían ser ignoradas. Para mejorar la relevancia de nuestros programas de aprendizaje, los sistemas de educación deben reforzar su capacidad de anticipación, procurar que los cambios proactivos y reactivos tengan como objetivo final capacitar a los alumnos para asumir retos más amplios y adoptar una aproximación más sistemática a la evaluación de estrategias educativas.

Estos cambios necesitan estar acompañados de un trabajo que nutra y amplíe las aspiraciones de los estudiantes. Para ello, es necesario entrenar a profesores y profesionales afines para que influyan positivamente en las perspectivas educativas y profesionales de los jóvenes y fomentar una aproximación proactiva para que los estudiantes movilicen recursos que les permitan identificar y aprovechar oportunidades.

Aunque estas acciones parezcan limitadas, cada pequeño pero buen cambio que hagamos hoy permitirá la movilidad social de un estudiante en el futuro. No desaprovechemos también esta oportunidad.