Una inteligencia intuitiva

A pesar de que vivimos entre edificios, casas y construcciones —sorprendente y lamentablemente—, nuestro vínculo con la arquitectura parece protocolar y axiomático. Son pocos los que se detienen a pensarla como una expresión artística que contiene una serie de poéticas y criterios filosóficos. Quizás, en parte se deba a que pocas veces llegan a nuestros ojos textos o videos asequibles que acerquen al común ciudadano a esta disciplina. Los medios existen, pero no siempre llegan con la accesibilidad que es necesaria para formar una conciencia sobre algo. Un caso excepcional para pensar la arquitectura es Sentir la Arquitectura de Luis Longhi, editado por Arcadia Mediática. Guste o no la obra del arquitecto, el libro reúne una serie de textos —recopilados y transcritos a partir de entrevistas por Asiel Núñez— que exponen las tesis estéticas de Longhi sobre la Arquitectura. No se trata de precisiones técnicas, sino de una filosofía del arquitecto y su relación con el mundo.

Para quienes no lo conocen, Luis Longhi es un arquitecto, escultor, escenógrafo y museógrafo peruano. Estudió en la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Universidad Ricardo Palma y la Universidad de Pensilvania. Ha sido discípulo de Juvenal Baracco y Carlos Galarza, aprendió de Louis Kahn a través de Gabor Szalonatay, y de Le Corbusier a través de Balkrishna Doshi, con quien trabajó directamente. Su obra se fundamenta en lo que él denomina como “inteligencia intuitiva”, que se opone a lo que llama “inteligencia culta”. La definición se encuentra en el libro: “La inteligencia intuitiva es el aprendizaje a través de la experimentación y la conversación: lo que aprenderíamos vayamos o no al colegio”. Longhi cree que su inteligencia es de ese carácter. Él mismo afirma no ser lector, ser daltónico y muy mal alumno. Además, dice “soy muy ignorante, pero también muy intuitivo. No puedo leer porque tengo problemas de concentración, pero soy una persona muy culta porque aprendo directamente de las experiencias”.

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En ese sentido, Longhi desafía las formas tradicionales educativas, pero también ofrece alternativas alentadoras para quien —como él— no necesariamente es el alumno modelo que una institución académica persigue. Como profesor cree que “antes de iniciar un taller de diseño, debo establecer contacto visual y entender la naturaleza de cada uno (de los alumnos). No puedo llegar e imponer una forma de pensar y hacer las cosas. No preparar nada no significa no estar preparado”. Así, demuestra su apertura en cuanto a aprendizaje y medio de enseñanza.

No solo se adapta como maestro, sino también cuando diseña. Para Longhi, la Arquitectura debe entenderse como una extensión de la naturaleza. El edificio debe integrarse a espacio y no irrumpir en él. Tiene, en ese sentido, una visión holística del espacio. Este debe ser armonioso y la pauta para componer esa armonía la da la Naturaleza y no el Hombre. Asimismo, cree firmemente en la independencia del arquitecto sobre el cliente. Debe haber una confianza en los conocimientos y la experiencia del arquitecto similar a la que se deposita en el médico. Es el especialista quien sabe qué es lo mejor para el paciente o cliente.

Longhi cree que “la Arquitectura no le pertenece a una élite de arquitectos ni a una sola clase social”. Piensa que el Perú está muy conflictuado en cuanto a su identidad debido a ciertos traumas que vienen de la colonia, tal como explicaba Aníbal Quijano. La Arquitectura es una muestra de ello. Longhi cuestiona la preferencia por las copias de modelos europeos cuando venimos de una tradición arquitectónica prehispánica notable. Ante los conflictos que esa crisis identitaria supone, el arquitecto cree que a través de una búsqueda y una reivindicación de una cultura propia puede resolverse o resanarse mucho. Para él, la cultura puede funcionar como una suerte de terapia que busca sanar los traumas históricos de nuestra sociedad.

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Como indica Florentino Alva: “La obra de Longhi rescata y revalora la memoria ancestral de la arquitectura andina, que irradia como energía sentida y visible solo con el corazón, donde reconoce la naturaleza del sitio, la naturaleza del usuario y la naturaleza del diseñador. Él identifica y reinterpreta el diálogo entre la luz y la sombra, el sonido y el silencio, lo tangible y lo intangible, la curva y la línea, el volumen y el vacío; es decir, las dualidades como opuestos complementarios que existen entre la arquitectura y su entorno”. Es así que el arquitecto se propone crear una identidad peruana contemporánea a través de una arquitectura que rescate los valores ancestrales. Las páginas y los magníficos dibujos que aparecen en Sentir la Arquitectura son una prueba de ello. Se trata, sin duda, de un libro recomendable para quien quiera acercarse a la arquitectura. Su lectura se lleva bien y puede leerse fragmentariamente.

Obras

• Longhi adaptó el Teatro Municipal después de que se incendiara para llevar a cabo obras como El rey Lear, Fausto u Otelo.
• Su obra más destacada es la Casa Pachacámac, que aún permanece inhabitada.
• La CVR le encargó la museografía de Yuyanapaq, exposición que recopilaba fotografías de la época del conflicto armado interno.
• Diseñó también la Casa Chullpas con el fin de que sea su recinto tras su muerte, ubicado también en Pachacámac.