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Sociedad

Jerson Guzmán, sepulturero de los muertos con COVID-19

Misión difícil. Este antropólogo lideró en Arequipa un equipo que recogía los cadáveres de casas y calles. En días críticos de la pandemia no había dónde enterrar esos cuerpos.

En plena labor. El equipo especial acudía a recoger los cadáveres para enterrarlos. El objetivo era que los deudos no se contagien con la manipulación.
En plena labor. El equipo especial acudía a recoger los cadáveres para enterrarlos. El objetivo era que los deudos no se contagien con la manipulación.

Se prometió nunca más trabajar con la muerte. Su carrera de antropólogo ya estuvo marcada por investigar causas de muerte o crímenes de lesa humanidad. Cuando la COVID-19 invadió el mundo, Jerson Guzmán trabajaba en el programa de Salud Mental de la Red de Salud Arequipa – Caylloma. Lo convocaron para liderar el Equipo Humanitario de Recojo de Cadáveres en Arequipa. Su misión: recoger y enterrar a las víctimas del mortal virus. Muchos morían en la calle y otros en sus casas. El levantamiento demandaba protocolos para evitar el contagio. Guzmán reflexiona sobre esa difícil responsabilidad que tuvo por un año y medio. Levantaron más de medio millar de fallecidos de casas y calles.

¿Qué circunstancias rodearon a quienes murieron en casa?

Es complejo entender las decisiones de las personas. Muchas se negaron a creer que tenían el COVID-19. Se resistieron. Al descartar la muerte como una posibilidad, la enfrentaron en casa. Después vecinos, familiares y amigos, empezaron a fallecer y no querían reconocer que podían ser víctimas. Ahí vino el proceso de la negación: “a mí no me va pasar eso”.

¿Han estado preparados para este tipo de experiencia (para el recojo de cadáveres)?

Pude experimentar antes situaciones relacionadas a fallecidos. He tratado de sistematizar con muchos más cuidados y criterios el manejo, el uso de los EPP, incluso de forma exagerada en el equipo. Los mismos cementerios no querían recibir los cuerpos. ¿Quién te ayudaba a enterrar un cuerpo? Nadie, menos de un fallecido por COVID-19. La muerte al comienzo parece un tema sin importancia pero es todo lo contrario.

¿Qué consecuencias habría en las cientos de familias que tuvieron pérdidas?

- El familiar con un fallecido, tiene impacto social de grandes dimensiones. Esto no se evidenciaba, porque no se le deba tanta importancia a los cuerpos, pero lo necesita, lo merece. Dentro de nuestra cosmovisión andina, social, cultural, el cuerpo representa una memoria y no puede ser tratado como un desecho. Con nuestro equipo, hicimos que la familia tenga un momento de intimidad con el cuerpo antes de cerrar esa cremallera que según la norma no volvía a abrirse. Por ejemplo, en lo crímenes de lesa humanidad, se llevaban a tu familiar, lo acribillaban y lo enterraban. No sabías lo que había pasado y no lo podías velar. Ese rito se les ha sido negado también en pandemia.

¿Cuándo ustedes acudían las casas qué les manifestaron los familiares?

Nos decían que no hay capacidad en el hospital o que tenían la esperanza que se salve esa persona. Muchos lo han logrado. Ha sido una aventura sin norte fijo, actualmente vivimos en una incertidumbre colectiva, en tratamientos, en saber si en la tercera ola se podrá acceder a una cama UCI. No sabemos lo qué va a pasar.

¿Crees que estamos olvidando la tragedia de la pandemia?

No creo que hayamos olvidado el Covid-19. Seguimos usando masacrillas como muestra. Lo que pasa es que la gente está curtida, está tan desensibilizada que ya es parte de la vida el Covid. Estamos conviviendo con un virus que te mata pero que se han disminuido los riesgos por la vacuna. Tampoco podemos confinarnos porque el hambre aprieta. Si lo vemos de otro lado también es parte de una selección natural. Lamentablemente, fallecieron los que tenían menos defensas, enfermedades crónicas. Hay que ponerse a pensar en eso también.

¿Qué inconvenientes han tenido para realizar su labor?

La más grande falencia es que nadie quería hacer este trabajo. Nadie quería involucrase con cadáveres. Cuando hubo una convocatoria, los médicos rechazaban esto. Otra traba grande han sido los municipios que cerraron sus cementerios, encarecieron los precios de las tumbas, deliberadamente. Atribuyeron sectores al COVID-19. Dijeron que tenían que ser enterrados en nichos y no en tierra. ¿Cuánto costaba un nicho? Otra cosa es no tener un lugar, un repositorio de donde dejar el cuerpo del fallecido mientras que tiene que recoger otros.

¿En estos casos que hacían?

En ese tiempo los hospitales estaban llenos de cadáveres, el IREN Sur solo tenía dos espacios. Teníamos que paralizar. Fue la traba más grande quizás, porque no puedes corretear Arequipa con un cuerpo en la tolva de tu camioneta. Es una persona. Eso ha hecho que retrasemos la atención y que lleguemos tarde a algunos eventos con dos, tres, cuatro, hasta doce horas de retraso.

¿Qué experiencia has sacado cuando lideraste este equipo?

Muy grata por un lado, por encumbrar mi profesión, porque un antropólogo en salud es muy raro. Trabajé en un rubro en el cual tenía cierta experticia. Había asumido que la etapa de estar en fosas, en crímenes de lesa humanidad, relacionando a la muerte como parte de la vida, había terminado. Pero lo que yo creí dormido, despertó en esta pandemia y lo puse al servicio de la gente. Nacimos de una necesidad.

Redactor de la edición sur de La República. Estudió en la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA) de Arequipa. Trabaja en medios hace 10 años, con mayor interés en las crónicas.